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Arturo Checa
Lunes, 1 de junio 2015, 21:02
Alianza Popular era un alma en pena en la década de los 80 en Valencia. Una guerra de guerrillas políticas, una sucesión constante de relevos en la presidencia, capaz de alzar, hacer caer, alzar y hacer caer hasta a cinco presidentes del partido en poco más 10 años. A perro flaco, todo son pulgas que dice el refrán. Y a la sucesión de rostros se unía la escena de los vecinos socialistas brindando siempre de una urna a otra, desde los primeros comicios de 1982, y con AP sin superar el umbral del 30% de los votos. Gasolina para el fuego de las guerras internas.
Ni siquiera la más que constante presencia de un dinosaurio político como Manuel Fraga, el histórico fundador popular, envainaba las espadas. Con riguroso traje y corbata pero balanceándose entre los tablones que colocaban los anfitriones para no embarrarse los mocasines en el barro del huerto de Quart de Poblet y agarrando incluso el cucharón de madera para menear el arroz, aunque tuviera una idea casi nula de cocinar una paella. Así recuerdan a Don Manuel históricos dirigentes del PP, entonces aún AP.
Ocurría en los 80, en una caseta de campo de un militante hoy ya fallecido (Antonio Andrés), donde Fraga se arrimaba a las brasas para intentar sofocar las ascuas de la naciente Alianza Popular. "Si lo convocabas a una paella en el huerto, lo dejaba todo y se venía", relataba hace años un veterano miembro popular. Lo suyo no era el punto del arroz ni el socarrat. No sabía hacer paellas. Pero se acercaba al paellero "y así se ponía a hablar con todos".
También se arrimaban al fuego José Rafael García-Fuster (expresidente provincial de Valencia) Ignacio Gil Lázaro o Martín Quirós, otros históricos. No solía fallar tampoco Manuel Giner Miralles, uno de los encargados de llevar las riendas del partido. Duró cuatro años en el cargo (1981-1985). Aunque muchos fueron más breves. La semilla de Fraga fructificó en el I Congreso de Alianza Popular del Reino de Valencia de diciembre de 1979. Un peso pesado ostentó la primera presidencia: Juan Antonio Montesinos, fundador de AP y vicepresidente nacional. Pero los galones sólo le sirvieron para estar cuatro meses el cargo.
Su sucesor, Alberto Despujol, tampoco tuvo más suerte. O alguna más: ocho meses en la cima. Manuel Giner sí dio algo de estabilidad al partido, aunque un 32% de los votos en las autonómicas de 1983, con el PSOE de Felipe González en su máximo esplendor, no alivió los ardores populares. El granero de votos socialistas seguía inexpugnable. Con la refundación del partido (eso que hoy algunos vuelven a mencionar) ya en el horizonte, José María Escuín se convirtió en el último líder regional de AP (1985-1989). Un castellonense que marcó un cambio de tendencia. A veces la historia parece repetirse caprichosamente...
Y Benidorm se convirtió en el epicentro del Partido Popular de la Comunitat . Allí, en diciembre de 1990, nació el PP. Allí, aún en una discreta segunda fila, estaba ya Eduardo Zaplana, el que un año después se convertiría en flamante alcalde de Benidorm. Al unísono que sonaban los aplausos de Rita Barberá tras acariciar la vara de mando municipal. El mismo que dos años después alcanzaría el poder absoluto.
Pero antes fue el turno de Pedro Agramunt (presidente entre 1990 y 1993), un nombre al que la historia ha ninguneado. Pese a ser el primero capaz de cohesionar con cierta unidad el partido. Pese a subir hasta el 40,7% el techo electoral popular y haciendo del PP la fuerza más votada en la Comunitat en las elecciones generales de 1993. Pero no llegó a la foto de portada. No logró alzarse con la Champions de los comicios autonómicos. Y la política, como el fútbol o la telebasura, enseguida olvida.
Fue Eduardo Zaplana el encargado de entrar en los libros de historia. El nombre que todos recuerdan como el responsable de acabar con 13 años de gobierno del socialista Joan Lerma. El popular que logró rebasar por primera vez la psicológica barrera del millón de votos. El hombre que se valió de otros para medrar en política.
En 1993 arrasó al ser nombrado presidente regional con el 95% de los votos en el congreso regional celebrado en Castellón. Antes, su mejor aliada fue La Bienpagá. Así se bautizó a Maruja Sánchez, la tránsfuga socialista que abandonó la disciplina del PSPV y le aupó a la alcaldía en 1991. Una década después, en 2002, una intriga digna de House of cards aún coleaba en Les Corts. Ese año la oposición preguntó al Consell por unos premios de más de 260 millones de pesetas para la exconcejal y su familia. El golpe de Zaplana sí demostró una cosa: la enorme ambición política de un personaje que se convirtió en la primera piedra angular del PPCV, cuya alargada sombra aún llega a nuestros días (sus reuniones con Alberto Fabra en los últimos años han causado más de un escozor) y que en pocos años escaló a la presidencia de la Generalitat, al Ministerio de Trabajo y a ser un bien pagado adjunto al secretario general de Telefónica.
Que los cimientos y las vigas del PP han cambiado poco o nada en estas dos décadas se comprueba con sólo acudir al archivo histórico fotográfico de LAS PROVINCIAS. En aquellas primeras reuniones del PP, allá por los 90, junto a Agramunt y Zaplana se puede ver ya a Serafín Castellano, Cristóbal Grau, Carlos Fabra, Francisco Camps, Vicente Sanz (ex secretario general de RTVV hoy acusado de acoso sexual), Luis Ibáñez, Rafael Peset...
El día D de la naciente etapa del Partido Popular valenciano se produjo con el llamado pacto del pollo. Tras las elecciones de 1995, el empate técnico entre derecha (42 escaños del PP) e izquierda (32 del PSPV y 10 de Esquerra Unida) era absoluto. Sólo los cinco diputados de la formación valencianista de González Lizondo podían romper el empate. Y el poder económico presionó para lograr el pacto. En el despacho de Federico Félix, entonces presidente de la Asociación Valenciana de Empresarios, tuvo lugar la reunión definitiva. Un periodista lo llamó el pacto del pollo por los negocios avícolas de Félix. En una esquina del ring, Lizondo, Filiberto Crespo y Héctor Villalba. En la otra, Zaplana y su mano derecha, José Luis Olivas. De allí salió Zaplana ungido como presidente de la Generalitat. Bendecido por Unió Valenciana como antes hizo con Rita Barberá para ser alcaldesa en 1991. El comienzo del poder para la formación valencianista, presente en el Consell y en la Presidencia de Les Corts. Pero también el comienzo de su fin. El inicio de un éxodo de miembros de UV hacia el PP: Fernando Giner, María Ángeles Ramón-Llin, Héctor Villalba, Társilo Piles, Salvador Ortells... El zaplanismo iniciaba su reinado.
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