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Arturo Checa
Miércoles, 3 de junio 2015, 20:58
Quince de noviembre de 2009. Un Ferrari descapotable de color azul claro metalizado surca la pista del circuito de Cheste. En el asiento trasero, sentados sobre el respaldo, tres monstruos de la Fórmula 1: Fernando Alonso, Felipe Massa y Luca di Montezemolo. De piloto y de copiloto, otros dos monstruos de la política. Francisco Camps conduce el deportivo con una sola mano. Con la otra saluda al respetable. A su lado, Rita Barberá luce gafas al estilo Vacaciones en Roma. Una imagen en la cima del éxito: político, con el PP en cotas históricas de rédito electoral (en las autonómicas de dos años antes habían vapuleado a los socialistas con un 53,3% de los votos, la mayor victoria hasta ese instante), y social, con el eco de los bólidos del mar de la Copa América -que repitió edición un año antes- y el rugir de los motores de la Fórmula 1, y los millones prometidos por Ecclestone, resonando en Valencia. Pero también una imagen en la cima de la crítica: para la oposición, un ejercicio de exhibicionismo político infame cuando la crisis empezaba a cabalgar y cuando apenas unos meses antes habían resonado otros sonidos bastante menos halagüeños para el PP.
"Feliz Navidad, amiguito del alma. Te quiero mucho. Te quiero un huevo". Sólo medio año antes de que el rutilante Ferrari desfilara por la pista de Cheste, otro bólido arrasaba en los medios de comunicación. En abril de 2009 se filtraban las conversaciones navideñas entre Francisco Camps y el mamporrero de Gürtel en la Comunitat, Álvaro Pérez El Bigotes, con regalos de por medio para el presidente de la Generalitat y su familia. En apenas unos meses, Camps y los populares valencianos vivían la montaña rusa del éxito y la crítica, el yin y el yang de la política. Menos de dos años después de que el Ferrari desfilara por Cheste, el PP arrasaba de nuevo en las urnas, con 22 puntos de diferencia sobre el PSPV en las autonómicas de 2011 y un récord de 55 escaños. Sólo unas semanas después, el peso de los trajes y sobre todo la presión de Génova precipitaban la dimisión de Francisco Camps antes de sentarse en el banquillo de los acusados. El epílogo a una legislatura de sonrisas y lágrimas.
Su llegada al PP valenciano fue con alfombra roja. Aunque debajo de la moqueta hubieran cuchillos... En el congreso regional de 2004 (en Castellón, quizás un guiño del destino hacia el futuro líder) Camps obtuvo el 78% de los apoyos para convertirse en presidente del partido. Los titulares de prensa en los meses y años posteriores atestiguan que su llegada fue mucho menos tranquila de lo que se vislumbra tras las cifras. La sombra de los zaplanistas aún era (¿y es?) muy alargada. "Camps acorrala a los zaplanistas", "Camps se estrella contra los zaplanistas", "Camps finiquita el zaplanismo en Alicante"... Son sólo algunas de las crónicas que demuestran la guerra interna a la que tuvo que hacer frente el que en 2003 lograra ser elegido presidente de la Generalitat. La caída de José Joaquín Ripoll de la Diputación de Alicante, anclado al caso Brugal, fue el antídoto (casi) definitivo para acallar las armas zaplanistas, con González Pons o Gerardo Camps como algunos de los más fieles escuderos del jefe del Consell.
La tragedia del metro
La era Camps fue la de los grandes proyectos. De la culminación de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. De la histórica llegada del AVE a la Comunitat. De las dos ediciones de la Copa América. De la llegada de la Fórmula 1 a las calles de la ciudad de Valencia. O de la puesta en marcha de la pionera Ciudad de la Justicia, inaugurada durante el transicional y testimonial mandato de José Luis Olivas pero que empezó a operar a pleno rendimiento con Camps como presidente. El beneficio de todos los proyectos es innegable. Las cifras hablan. El conjunto arquitectónico de Calatrava se sitúa cada año entre los escenarios turísticos con mayor número de visitantes de España, capaz de eclipsar a la mismísima Alhambra de Granada. Únicamente la primera edición de la Copa América aportó 6.000 millones al PIB de España (más de 2.000 a la Comunitat). Y no lo dijeron los populares, sino el entonces ministro socialista de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla. Sólo la primera carrera de Fórmula 1 supuso un impacto de más de 400 millones para la ciudad.
Son cifras para la cara de unos proyectos. La cruz no es menos notoria. Recortes (o supresión) de las ayudas de dependencia. Reducción de puestos en la sanidad. Escolares en barracones (aunque hoy está casi cumplida la propuesta de eliminarlos). Sólo en 2012, la deuda de la Comunitat se incrementó en 9.000 millones. Uno diría que resuena la música de La fiesta terminó de Paloma San Basilio. Una banda sonora a la que Alberto Fabra, tras la caída de Francisco Camps, puso sentido diálogo con el fin del contrato pactado hasta este mismo año con el warholiano Bernie Ecclestone: "Yo no puedo mirar a un persona a los ojos y decirle que no le puedo pagar, mientras gasto el dinero en la Fórmula 1".
Una tragedia minó aún más la imagen de Camps. Los 43 muertos del accidente de metro de 2006 abrieron una de las tormentas políticas más grandes para el PPCV. La ausencia de reuniones del presidente con las víctimas, la cuestionada y breve comisión de investigación, el caso judicial aún no cerrado y la nula asunción de responsabilidades políticas pusieron una piedra en la andadura de los populares que se mantiene aún hoy con las mensuales concentraciones de las víctimas cada día 3 en la Plaza de la Virgen. "Dimisión o deshonra". El mensaje de Rajoy a Francisco Camps en 2011, tras conocerse que iría a juicio por los trajes de la Gürtel, fue tajante. O dejar el cargo y defenderse en los tribunales o aceptar la culpa, pagar la multa y evitar el proceso. Camps escogió lo primero. La soga estaba en el cuello del que en 1982, siendo un chaval, acudiera en verano a la sede de AP para apuntarse, el joven fue recibido por el futuro conseller Fernando de Rosa y que enseguida hizo migas con una pizpireta Rita Barberá. Aquella tarde de 1982 subió de dos en dos los escalones de la sede de AP para iniciar su andadura política. En otra tarde de verano, la del 20 de julio de 2011, Camps bajó taciturno la escalera del Palau de la calle Caballeros. Con el rostro nublado. Con la dimisión en la boca. De nada sirvió que meses después un jurado le absolviera por el caso de los trajes. Las lágrimas habían aguado las sonrisas.
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