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ramón palomar
Viernes, 12 de junio 2015, 11:44
Las palabras de Rita Barberá tras depositar sus papeletas en estas últimas elecciones no olían precisamente a victoria, como pronunció en Vietnam el remacho coronel Kilgore de 'Apocalipse Now' que gustaba de socarrar charlis con napalm, sino a la despedida cojitranca y algo melancólica de una mujer bastante fatigada, acaso pelín desencantada, tras las profundas cornadas de la corrupción que han resquebrajado a su partido del alma. Rita abucheada en medio de jaranas hostiles prefabricadas allá en su territorio sagrado de los mercados. Ahí duele. Rita con sus eternas pilas de conejito Duracel casi, o sin el casi, finiquitadas. Rita y su totémico rojo alcaldesa de genuina furia latina y mediterránea. Nada se mantiene eternamente y todo lo que sube baja. Este fin de ciclo nos ha dejado a Rita con un semblante como el de Edurne tras su fracaso en Eurovisión. Más dura será la caída, como tituló Budd Shulberg en un memorable novelón suyo.
Se acabó la dolce vita de los resultados apabullantes. Finalizaron los tiempos gloriosos donde la mano de Rita convertía en oro de triunfo electoral todo lo que tocaba. La cosechadora de votos, ese rodillo de titán, verdadera apisonadora realimentada con la gasolina del favorable vendaval que revalidaba los triunfos, por fin y al fin se gripó y el motor emitió un cof-cof de tosferina que sonó a último suspiro y maricón el último (ustedes ya me entienden). El fulgor de antaño celebrado en las alegres fiestas del Alameda Palace adquiría ahora lúgubre tonalidad de funeral y los enchufadillos componíann rostro de pésame mientras su corazón bombea preguntas como "¿y ahora qué será de mi vida?" porque, de repente, perciben el rigor del fin de mes y saben que, más allá de los muros de la alcaldía, seguro que hace frío. Rita Barberá, historia viva de Valencia, la alcaldesa eterna que durante 24 años ha regido los destinos de la ciudad hasta formar con ella un pack indisoluble, ha sufrido un terrible revés y su orgullo de genuina matrona supura las dolorosas burbujas de una pírrica victoria que en realidad apesta a terrible derrota.
Y el tajo no lo ha sufrido bajo el filo del tradicional adversario sociata, sino de la mano, máxima humillación, de Compromís, partido por el cual siempre sintió un recalcitrante desprecio intelectual. Los que impulsaron la juvenil moda de las camisetas gamberras, rebeldía de bote algo tontiloca, se le han subido a las barbas y bailan jubilosos en pleno aquelarre bermellón.
Rita lucía el día de las elecciones un vestido rojo y una chaquetilla blanca, su marca de la casa. Y el cardado de la pelambrera de Rita era como el casco del rey espartano Leónidas, pero los chicos de Compromís, con paciencia y mala leche, han sido los advenedizos persas que la han fumigado de sus Termópilas personales. Los peperos pata negra sufren la taquicardia que es el preludio del infartito. Rita Barberá, la Ritona de Valencia, era la bandera pepera, el faro que guiaba la legión conservadora, el último refugio contra los terremotos que podían socavar las esencias valencianas, valencianistas y valencianeras. Los cachorros que crecieron bajo el perfil de Rita muestran desamparo como de huérfano de Dickens. Sólo la conocieron a ella. Rita, el boss. En el principio de su era sus hombros realzados por esas hombreras tan ochenteras mostraban la gallardía del éxito vitalicio; con el devenir de los años y los rigores de la vida adquirieron contorno cargado y vencido. Su despedida en la noche de las elecciones, porque fue a eso a lo que sonó aunque ella no pronunciara por razones obvias la palabra "adiós" -que para algo sigue siendo la más votada-, sonó a melancolía. Y a orgullo, el de quien cree que ha hecho cuanto estaba en sus manos.
A Rita Barberá Nolla le crecerán ahora los enanos asilvestrados y los pigmeos maliciosos, pero no conviene olvidar que, durante 24 años, no le tosió nadie y fue nuestra particular tormenta de pirotecnia perpetua. A lo mejor no merecía este calamitoso final, pero todo Napoléon encuentra su Waterloo y el tiempo, sin duda, le otorgará la vitola de los héroes que se despeñaron amortajados por la crueldad de la historia. Pero eso todavía está por pasar. De momento queda la decepción impregnada en el rostro de una mujer cuya huella nadie podrá borrar.
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