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Juan Antonio Marrahí
Domingo, 21 de junio 2015, 21:29
Cuando Rafael Blasco era diputado no adscrito de Les Corts le tocó el mejor despacho del edificio público: una flamante estancia de casi 80 metros cuadrados en la que trabajar, ordenar sus asuntos o recibir visitas. Desde ayer se acostumbra a una celda ocho veces más pequeña. Su habitáculo carcelario mide unos 10 metros cuadrados y además debe compartirlo con otro recluso, la persona que le apoya, vela por su estado de ánimo en los primeros días y le introduce en las rutinas de la nueva vida entre rejas.
Su compañero es un preso de buena conducta. De otro modo no podría estar en la nueva casa del condenado a seis años y medio de prisión por el caso Cooperación. Tras la evaluación inicial del lunes, los responsables del centro han ubicado a Blasco en el módulo 26 de respeto de la cárcel de Picassent, una zona menos masificada que otras y poblada por internos bien integrados y dispuestos a participar en actividades. Es lo que los trabajadores llaman «la zona buena» de la prisión, el mejor lugar posible dentro de lo amargo de vivir sin libertad.
Y en esta área el lugar más íntimo de Blasco será su celda. Consta de dos camas tipo litera, un lavabo, una mesa de obra pegada a la ventana y un armario bastante reducido en el que almacenar su ropa y objetos personales. Aquí no se admiten televisores ni ordenadores, pero sí libros o fotografías. No hay ducha, ya que son comunitarias.
Los módulos de respeto, que nacieron en 2011 en la prisión de Mansilla de las Mulas (León), ya funcionan en todos los centros penitenciarios españoles. Se trata de un espacio diferenciado en el que se pretende lograr un clima de convivencia y máximo respeto entre los internos a través de la participación en actividades y en la toma de decisiones que afectan al módulo.
Por ejemplo, deben respetarse de forma escrupulosa determinadas normas, desde las relacionadas con la higiene personal y el cuidado de la celda hasta las relaciones interpersonales. Además, los integrantes están obligados a participar en una serie de actividades, independientemente de las genéricas, relacionadas con el módulo de respeto. Por ejemplo, la gestión del comedor, los talleres ocupacionales o la limpieza de cristaleras.
Existe un sistema de valoración de las tareas desempeñadas, de manera que aquellos grupos que más se aplican son los primeros en elegir, una manera de fomentar la responsabilidad personal. Eso sí, aunque se le da cierta libertad, no es un sistema de autogestión, pues en última instancia cualquier actuación debe contar con el visto bueno de los profesionales de la prisión.
Horarios e instalaciones
Las jornadas del exconseller en prisión comienzan con los avisos despertadores a las ocho de la mañana. Es momento de vestirse, acudir a la zona de duchas y desayunar. A las nueve comienzan las actividades, que se prolongan hasta la una de la tarde. A esa hora se sirve la comida.
Tras el almuerzo, Blasco y sus compañeros del módulo 26 disponen de un tiempo libre para descansar, leer o charlar. Ya por la tarde, a las cinco, se retoman las actividades en común. El horario de la cena es casi anglosajón. Se sirve sobre las siete y media de la tarde. A las ocho, cada recluso regresa a su celda. De nuevo, tiempo de lectura, escritura, conversación o descanso.
Como ocurre con cualquier preso del módulo de respeto, la conducta de Blasco en esta zona será evaluada diariamente por los funcionarios de vigilancia y, semanalmente, por un equipo de profesionales. Para airearse de la estrechez de la celda, el exconseller condenado podrá pasear por un patio de unos 500 metros cuadrados, ejercitarse en la zona de polideportivo e incluso darse un chapuzón en la piscina, que se abre sólo en verano.
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