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Retrato robot de un sucesor

Retrato robot de un sucesor

¿Qué líder le conviene al PP? Tres politólogos ayudan a perfilar un sustituto ideal para Rajoy -más joven, más dialogante, con más ganas- y valoran lo que nos ofrece el mercado

carlos benito

Jueves, 18 de febrero 2016, 17:11

Nos pasa en las decisiones importantes, como al buscar pareja o al comprarnos un piso, pero también cuando elegimos un plato de la carta o nos animamos a renovar nuestro vestuario: las personas salimos al mundo cargadas de ideales, hambrientas de perfección, pero al final tenemos que conformarnos con lo que nos ofrece una realidad poco dada a acomodarse a nuestro capricho. Y acabamos con una pareja que incumple alguno de nuestros requisitos irrenunciables, un piso demasiado pequeño, un potaje mucho peor que el de nuestra madre y un pantalón que nos hace culo. A la hora de renovar al jefe de filas de un partido político ocurre lo mismo: como todavía no hay nadie que los fabrique a medida, el sueño de dar con el líder perfecto tiene que claudicar y amoldarse al material humano de cada partido, que para empezar está bastante baqueteado y viciado por el uso.

El PP pronto tendrá que encontrar ese equilibrio entre lo que le conviene y lo que tiene a mano. O, al menos, eso dicen los analistas, que reconocen en el partido las clásicas turbulencias subterráneas que acabarán arrastrando a Mariano Rajoy, cada vez más solo y más aislado. Pero ¿qué líder les conviene ahora mismo a los 'populares', con su nutrida colección de corrupciones y ese arrinconamiento al que les han llevado los años de mayoría absoluta y la sacudida de la nueva política? ¿Cuál es el rasgo principal alrededor del que construir el retrato robot del sucesor idóneo? «Sobre todo, necesita precisamente liderazgo. Rajoy llegó ahí un poco por designación divina, porque lo señaló el dedo de José María Aznar, y fue medrando por una serie de características que ya no son las que priman en nuestra sociedad. Ha mostrado a menudo ese punto de no querer tirar del carro. Quien lo quiera sustituir ha de demostrar que tiene hambre de liderazgo», destaca el periodista Toni Aira, codirector del Máster en Comunicación Política de la Universidad Pompeu Fabra.

Quizá tenga sentido evocar cómo llegó Rajoy a encabezar el partido. Fue, efectivamente, por designación directa, un procedimiento exclusivamente 'digital' que, según han asegurado en privado responsables territoriales del PP, no se va a reproducir en el trance actual que atraviesa la formación: la opción de organizar algún tipo de primarias, tantas veces desechada, cuenta cada vez con más partidarios en los círculos relevantes. A Rajoy lo designó Aznar, para cumplir así su compromiso de no presentarse a un tercer mandato, y da un escalofrío recordar que su primera apuesta fue Rodrigo Rato, que rechazó en dos ocasiones la posibilidad de aspirar a la presidencia. El tercer nombre con el que jugó Aznar en aquellos malabarismos sucesorios, allá por 2002, fue el de Jaime Mayor Oreja, pero al final se impuso el fiel vicepresidente, que quedó apuntado en el legendario cuaderno azul. Cuenta Aznar en sus memorias que, el día que llamó a Rajoy a su despacho para notificarle su recién estrenada condición de sucesor, el entonces vicepresidente se adelantó a sus palabras: «Presidente, prefiero que no me digas lo que intuyo que me vas a decir».

Liderazgo, entonces. ¿Qué más? «Tiene que ser una persona de honestidad absoluta, que no haya pringado en la corrupción, ni ella ni sus prójimos, y que tenga voluntad de regenerar el partido», zanja Jorge Verstrynge, profesor de Ciencias Políticas en la Complutense y secretario general de la vieja AP. «Deberá liderar la regeneración, incluso la refundación, y para ello sus rasgos más importantes deben ser la capacidad de emocionar a un electorado hastiado y las habilidades de negociación, porque los tiempos demandan diálogo y consenso», aporta el politólogo Ignacio Martín Granados. Los tres expertos coinciden en identificar una característica del actual presidente que en ningún caso debería reproducir su sucesor, llamado a desbrozar el camino a machetazos en lugar de dejarse llevar por los acontecimientos: se trata de esa actitud tan 'rajoyana' de aguardar a que las cosas se acaben solucionando por sí solas, que unos llaman displicencia, otros falta de iniciativa, algunos simple cobardía y los más amables, un «particular manejo de los tiempos». Aunque en su repaso a la figura de Rajoy sí reconocen, como trasfondo aceptable de esa pasividad, un temple y una perseverancia que pueden resultar positivos en su justa medida.

Idiomas, por favor

Todos apuestan, además, por la juventud, entendida no solo como una cuestión de edad, sino fundamentalmente de actitud y de limpieza de historial. «Ahora mismo, la política necesita un chute de energía, y eso se transmite más fácilmente a través de alguien que llegue fresco, con recorrido largo por delante y, en el caso del PP, lo menos contaminado posible», valora Aira. Otros detalles resultan menos determinantes en nuestro bosquejo. Verstrynge, por ejemplo, parece inclinarse por la idea de una sucesora: «Las mujeres empujan fuerte, eso tenía que llegar: llevo muchos años como profesor de Políticas y las alumnas siempre sacan las mejores notas». ¿Quizá un vasco o un catalán, por aquello de descentralizar la cosa? «Se correría el riesgo de ser más papista que el Papa -descarta Aira-. En Zamora o en Burgos, un señor liberal, de centro, puede ser del PP porque no le queda otra cosa, pero si eres del PP en el País Vasco o Cataluña tienes un acento especial». Y Martín Granados aprovecha para rogar que, por favor, a estas alturas del siglo XXI se solucione ya la asignatura pendiente del dominio de idiomas: «Debería ser una condición 'sine qua non'. Vivimos en un mundo global donde las grandes decisiones se toman en escenarios internacionales».

Pero, claro, el ideal se lleva mal con las flaquezas de los políticos de carne y hueso, atrapados en sus limitaciones y sus condicionamientos. Y los retratos robot suelen acabar hechos jirones en ese tira y afloja entre distintos intereses que antecede a toda sucesión, particularmente en una formación tan poco dada al debate público como el PP. De momento, corren los nombres de unos cuantos candidatos probables, sospechosos más o menos lógicos: Soraya Sáenz de Santamaría (vicepresidenta de Rajoy), Alberto Núñez Feijóo (presidente de Galicia), Cristina Cifuentes (presidenta de Madrid), Alfonso Alonso (ministro de Sanidad) y Pablo Casado (vicesecretario de Comunicación de los 'populares'). ¿Por cuál se inclinan nuestros especialistas? Resulta que, en este diagnóstico desde fuera, se produce un consenso que jamás se repetiría dentro de la olla a presión donde se cocina todo proceso sucesorio.

«A la única que veo con capacidad es a Cifuentes», plantea Verstrynge. ¿Por qué? «Pues porque la conozco. Les conozco a todos menos a Feijóo, y Cifuentes ha ganado unas elecciones, está gobernando bien y es honesta. Además, se la identifica con la nueva generación del partido». Toni Aira apunta exactamente en la misma dirección: «Cifuentes transmite cambio desde la ortodoxia más absoluta del PP. El votante la identifica claramente como suya pero, a la vez, se puede proyectar más allá de la frontera tradicional del PP, no la puedes vincular con el pasado y la corrupción, ha demostrado liderazgo y ese punto de superación, está en las redes... Soraya Sáenz de Santamaría y Alfonso Alonso son muy Rajoy y, aunque sean jóvenes, los veo más bien 'viejóvenes', porque suenan a proyecto viejo». Martín Granados, por su parte, cree que hay que otear el porvenir con una perspectiva más amplia: «Entiendo que el próximo líder será de transición y se elegirá entre los nombres conocidos, pero el verdadero líder vendría después y, por tanto, será un nombre desconocido par la mayoría. Ahora mismo me inclinaría por las mujeres, por Cifuentes y Sáenz de Santamaría. A Pablo Casado no lo veo preparado aún, a Alonso lo encuentro falto de carisma y Feijóo es una incógnita fuera de Galicia. Aunque, sin duda alguna, la peor elección para el PP sería continuar con Mariano Rajoy».

La vicepresidenta tiene tirón entre el electorado y arrasa en los mítines, pero no se ha preocupado por ganarse lealtades en el aparato y está muy identificada con Rajoy, hasta el punto de haber ejercido de suplente suyo en algunos debates. Tiene 44 años.

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