J. C. Ferriol
Domingo, 12 de junio 2016, 22:15
El tripartito cumple un año. Doce meses desde aquel Acuerdo del Botánico, la denominación que recibió el pacto suscrito por PSPV, Compromís y Podemos y que sirve de base para la gestión política del Gobierno valenciano que copresiden Ximo Puig y Mónica Oltra. El balance de la labor desarrollada desde el Palau de la Generalitat revela hasta qué punto la política de retrovisor, la que utiliza la etapa anterior para justificar medidas o la ausencia de las mismas, ha sido uno de los ejes que ha marcado de una manera más evidente la gestión del Gobierno valenciano.
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El 24M puso punto y final, es verdad, a dos décadas de hegemonía electoral del PP valenciano. El Acuerdo del Botánico y la negociación del Consell -después de que Podemos oficializara su decisión de quedarse fuera del Ejecutivo- trató de revestirse de entendimiento amistoso entre dos partidos, PSPV y Compromís, que hasta ese momento se habían demostrado como enemigos feroces. Una deuda de 40.000 millones de euros aparecía como el condicionante más significativo de una administración que desde 2012 habría sorteado el deffault gracias a la ayuda financiera del Gobierno central.
Se apeló al 'mestizaje', término con el que se bautizó el cruce de estos dos partidos en los altos cargos de las consellerias. Una apariencia de colaboración que trataba de visibilizar que, gracias a una hoja de ruta marcada y acordada, los dos partidos serían capaces de superar rencillas y de trabajar en armonía. Estos doce meses han puesto de manifiesto que ese objetivo ha saltado por los aires en el seno de algunas consellerias.
No sólo eso, la convivencia en alguna de ellas, como la de Economía, se ha convertido en imposible, con los equipos de cada partido trabajando por separado. Rencillas que también afectan a las relaciones entre la vicepresidenta del Ejecutivo, Mónica Oltra, y la titular de Sanidad, Mónica Oltra, cada vez más separadas.
Puig y Oltra son los dos nombres propios del Consell. Por primera vez, el cargo de presidente del Ejecutivo no representa la figura de un peso político superior al de su número dos. El tirón de la líder de Compromís y el resultado electoral del pasado 20D -con los nacionalistas situados ya cómodamente por encima del PSPV- han contribuido a generar un escenario en el que el día a día de la gestión autonómica prueba hasta qué punto existe ya de facto una bicefalia, en la que el máximo representante de la institución comparte protagonismo con la principal figura política.
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Entre ellos no ha habido confrontación ni discrepancia, más por la dependencia de Puig del apoyo de los nacionalistas que porque no se hayan producido circunstancias como para que el PSPV tratara de fijar un perfil propio, distinto de Compromís. La propuesta de acuerdo electoral para el Senado ha visualizado como pocos ese empeño del líder socialista, trasladado también a los altos cargos de su partido, de evitar cualquier confrontación en la campaña del 26J con sus socios de Gobierno.
Consciente del tirón de Oltra, el presidente valenciano trata de asumir un papel de referente de la Comunitat contra Madrid, que es capaz de entenderse con Cataluña, que se enfrenta con Ferraz por el pacto del Senado y que no duda en plantar cara al ministro Cristóbal Montoro por la financiación.
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Con todo, la posición de Puig ha contribuido a evidenciar más si cabe su falta de sintonía con el líder del PSOE, Pedro Sánchez. El jefe del Consell ha situado como prioridad de su gestión la reivindicación de un nuevo modelo de financiación autonómica. Pero incluso ese objetivo se ha visto eclipsado por su protagonismo en la batalla orgánica abierta en su partido en Madrid, jugando un papel principal en el debilitamiento de la figura de Sánchez.
Oltra, por su parte, ha mantenido durante este periodo el mismo nivel de visibilidad pública que ya exhibió en la recta final de la anterior legislatura. Convertida en pieza de referencia de la política nacional, reconocida tanto por Pablo Iglesias como por Pedro Sánchez, participante habitual de los programas de debate en televisión, la suya es una figura que, desde que abandonó aquel perfil rupturista y 'camisetero', apuesta de forma decidida por evitar cualquier situación de desgaste o controversia, con el objetivo indiscutible de las autonómicas de 2019.
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La figura de la dirigente de Compromís ha adquirido dimensión de política nacional, a la que ella ha venido renunciando consciente de la extraordinaria oportunidad que se le presenta en las autonómicas de dentro de tres años.
¿Y el Consell? Los problemas financieros y la tentación de ideologizar la gestión desde las áreas más sensibles han marcado el día a día de la labor del Ejecutivo que preside Puig y lidera Oltra.
Los otros ocho miembros del Gobierno valenciano podrían dividirse en dos grupos perfectamente separados. El primero haría referencia a los que sí que han logrado cierto nivel de visibilidad, aunque como consecuencia de ello aparecen atascados en polémicas que, en algún caso, les sitúan ya más fuera que dentro del Ejecutivo autonómico.
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Medio Consell que se ha visto superado por la situación que afecta a cada uno de sus departamentos. Hacienda con la financiación autonómica, Educación con su declaración de guerra contra la concertada, Economía con un conseller amortizado y Sanidad con múltiples frentes abiertos, son las carteras cuya gestión ha terminado devorando a sus propios titulares.
Los otros cuatro, por decirlo en una palabra, han sido invisibles. Medio Consell apenas ha logrado superar el nivel de conocimiento de su propio ámbito sectorial. Y cuando lo han hecho, como en el caso del conseller de Transparencia, ha sido para poner de manifiesto que la justificación de la existencia de la cartera que ocupan es mucho más estética que real.
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Cuatro sin estrenar
La titular de Agricultura, Elena Cebrián; la de Infraestructuras, María José Salvador; y la de Justicia, Gabriela Bravo, a duras penas se les puede considerar estrenadas en sus respectivas responsabilidades. Como si siguieran pendientes de debutar al frente de sus respectivos cargos, parapetadas en una gestión de perfil técnico.
Puig prepara ya la segunda edición de las 'jornadas espirituales' que se celebraron el pasado mes de enero en Morella. La cita en esta ocasión será el fin de semana del 8, 9 y 10 de julio en Torrevieja. Una convivencia de los consellers y sus asesores más cercanos con la que se pretende estrechar lazos entre los miembros del Ejecutivo y fijar las líneas políticas para el nuevo curso. Desde algunos ámbitos se señala que la excusa de la cita podría servir para que Puig diera un nuevo impulso a su gabinete. Y no se descarta que sea con nuevas caras.
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Con un horizonte financiero igual de delicado, sin margen para poner en marcha proyectos, al líder del PSPV le queda espacio para hacer política, aunque generar debates innecesarios o frentes que provoquen crispación se le puede volver en su contra. Señalar de forma permanente a la herencia recibida o apelar al victimismo ante Madrid han sido las opciones elegidas hasta la fecha. Las mismas que socialistas y Compromís cuestionaron al PP en su última etapa.
El Consell de Puig y Oltra anunció la creación de un departamento de Transparencia como una de sus grandes apuestas para acabar con la opacidad que, según sostenía, había practicado el PP. Doce meses después, el departamento que dirige Manuel Alcaraz se ha demostrado como un área de denominación pomposa, pero sin más objetivo que el de revisar la gestión anterior -incluso ha solicitado la colaboración de los funcionarios-. Paradójicamente, existen varios asuntos sobre los que podría actuar -ayudas a CEPS, contrataciones y enchufes en la administración...- y sobre los que no ha intervenido.
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