El líder valencianista, con la Senyera. :: j. penalba

González Lizondo no dejó heredero

El PP de Zaplana fue el primero en lanzarse a por una bolsa de votantes por la que ahora también trata de pugnar Ciudadanos

FERRIOL MOYA

Domingo, 11 de diciembre 2016, 22:18

El valencianismo político moderno, el que logró en los años 80 su máxima expresión de vitalidad en la resaca de la batalla de Valencia -el violento enfrentamiento entre el regionalismo valencianista y la izquierda catalanista- y en la defensa de las señas y la cultura valenciana, languidece. Quedan apenas unas cenizas de aquel partido, Unión Valenciana, que a principios de los 90 se quedó tan cerca de alcanzar la alcaldía de Valencia, que acabaría en manos de Rita Barberá. Ni sombra de aquella formación que negoció con tan escaso éxito con el PP su incorporación al Gobierno de la Generalitat en 1995 a través de ese pacto del pollo por el que se rentabilizaron tan mal los cinco escaños obtenidos en aquellas elecciones y que eran, precisamente, los que necesitaba Eduardo Zaplana para gobernar.

Publicidad

Se cumplen ahora veinte años del fallecimiento del histórico líder del valencianismo político de aquellos años. El 23 de diciembre de 1996, y tras sufrir un infarto en el hemiciclo de Les Corts sólo unos días antes, falleció Vicente González Lizondo, figura de referencia de un movimiento político nacido a partir de la fortaleza del Grup d'Acció Valencianista (GAV), que rozó la gloria con la punta de los dedos cuando se quedó a unos pocos votos de convertirse en alcalde de Valencia y que terminó devorado por su propio partido, apartado del mismo por una dirección que no supo valorar el impacto histórico del personaje.

González Lizondo no dejó herederos políticos. Su trayectoria, primer teniente de alcalde de Valencia, presidente de Les Corts y diputado nacional, no ha podido ser recogida ni remotamente emulada por los sucesivos líderes de la formación que él inscribió en el registro de partidos en Madrid -la había fundado Miguel Ramón Izquierdo- . Tampoco por quienes han tratado de mantener viva la llama del valencianismo político, con partidos como Som, Renovació Política, Avant o Units x Valencia.

La biografía de Lizondo habla de un empresario hecho a sí mismo. Greco, el nombre de la firma de pinceles y rodillos que puso en pie en los años sesenta, se encuentra ahora en proceso de liquidación, como si de una metáfora se tratara del valencianismo político. Junto a otros nombres históricos como Lola García Broch, Joan Ignaci Culla, Vicent Ramos o el propio Ramón Izquierdo, Lizondo inspiró un valencianismo que se nutrió de la incapacidad del Gobierno de la preautonomía y de los primeros Ejecutivos de Joan Lerma para marcar distancias con el catalanismo y para calibrar la pujanza que podría tener un movimiento inspirado en la defensa de la cultura valenciana.

La limitación del discurso político de UV al hecho cultural fue su gran arma y al mismo tiempo contribuyó a su derrumbe. En Valencia capital, el indiscutible granero de apoyo social a la formación valencianista, Lizondo supo estimular el sentimiento anticatalanista ayudado por una burguesía local recelosa de los movimientos expansionistas que llegaban desde la región vecina. Aquellos primeros gobiernos de Jordi Pujol maniobraron con falta de inteligencia y con exceso de intervencionismo. Y la respuesta más contundente se produjo en el cap i casal.

Publicidad

Desde 1983 UV concurre a citas electorales, aunque el verdadero salto lo experimenta en 1987. En esa cita logra 183.000 votos en las autonómicas y 77.000 en las municipales solo en la ciudad de Valencia, su plaza fuerte por excelencia -3.000 votos más que AP-.

El éxito de 1991

El momento clave para la formación son los comicios de 1991. El discurso valencianista goza de magnífica salud y las encuestas de que dispone el partido ya liderado por González Lizondo (y con Jesús Sánchez Carrascosa de jefe de gabinete) le sitúan por delante del PP y le abren la puerta a la alcaldía de Valencia. UV logra 80.500 votos, pero en contra de lo esperado el PP de Rita Barberá llega a 95.238. La suma de fuerzas (8 y 9 concejales respectivamente) les permite arrebatar a la socialista Clementina Ródenas la alcaldía, pero es Barberá la que se hace con la vara de mando municipal.

Publicidad

El líder valencianista, una personalidad desbocada y arrolladora de discurso visceral, había protagonizado dos años antes, el 5 de diciembre de 1989, el gesto político por el que sigue siendo recordado casi tres décadas después: depositar una naranja -no la bolsa de El Corte Inglés con la que la había llevado al Congreso- en el escaño del entonces presidente del Gobierno, Felipe González, tras un debate sobre la agricultura de la Comunitat. El valencianismo se dio a conocer en la capital. Y los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla y la capitalidad cultural de Madrid, citas celebradas todas en 1992, dieron más visibilidad si cabe a ese arrinconamiento de Valencia.

El declive de UV llega de la mano de la primera factura de relevancia en la formación, en 1992, con la marcha de García Broch y la de otros de los más renombrados referentes históricos del valencianismo cultural. En 1995, UV logra cinco escaños en las elecciones autonómicas -aunque con 165.000 votos (208.000, cuatro años antes)-. El PP, con 42, se queda a las puertas de la mayoría absoluta (45) y el acuerdo entre ambas formaciones se demuestra un fracaso para UV.

Publicidad

La negociación con el PP -el famoso 'pacto del pollo'- apenas sí satisface a una parte de los valencianistas. Se logra la presidencia de Les Corts, que ocupa Lizondo. y dirigir una conselleria, la de Agricultura (que acabarán siendo dos al escindirse la parte de Medio Ambiente). Pero no Educación ni Cultura. Y eso, para un partido que se reivindica como nacionalista no deja de ser una contradicción evidente.

Lo que viene después es la historia del progresivo desangramiento del partido. De la batalla interna que acaba con un Lizondo apartado de la presidencia, que pasa a ocupar Héctor Villalba. De su fallecimiento apenas unas semanas después. Y de la estrategia del PP para hacerse con el discurso de un partido que había quedado huérfano de su principal dirigente.

Publicidad

Con Rafael Blasco en la sala de máquinas del Palau de la Generalitat, con dos consellers de UV en el primer Ejecutivo de Eduardo Zaplana, la gran consigna política de los populares de la Comunitat pasa por ir absorbiendo a su socio de gobierno. Primero, por la vía de la inevitable invisibilización de un partido al que se deja sin margen de discurso. Después, por la progresiva incorporación de sus más destacados dirigentes hasta dejarlo exhausto. Algunos de los rostros más conocidos de la etapa reciente del PP valenciano desembarcan en este partido desde UV. María Ángeles Ramón-Llin, Alfonso Novo, Vicente Ferrer, José María Chiquillo, Mayrén Beneyto, Juan Vicente Jurado, Vicente Aleixandre, Vicente Martínez Marco, Rafael Ferraro o Fernando Giner son algunos de los más destacados.

Casi en paralelo, en UV toma protagonismo una corriente de exdirigentes del CDS, con Fermín Artagoitia a la cabeza, que protagonizan un progresivo desplazamiento del regionalismo cultural en el que se inspiró la creación de este partido. El varapalo se constata en 1999, cuando pierde la representación parlamentaria en Les Corts y en el Ayuntamiento de Valencia, Eduardo Zaplana logra la mayoría absoluta y Rita Barberá los 20 concejales.

Noticia Patrocinada

UV, el histórico partido valencianista, ya no volvería a recuperarse. Sus resultados en la ciudad, donde llegó a alcanzar los 80.000 votos, no superan los 16.000 en 2003 y los 4.000 cuatro años después. Los seguidores de Lizondo fundan primero Iniciativa de Progreso de la Comunitat Valenciana. Rafael Navarro, alcalde de Carcaixent por UV, también abandona el partido para crear Alternativa Comunidad Valenciana. Otros exmiembros de UV forman Identidad del Reino de Valencia. En 2004 Juan García Sentandreu, expresidente del GAV y la única figura del valencianismo post-Lizondo que logra cierta visibilidad, impulsa Coalición Valenciana. En las autonómicas de 2007, UV se impone entre los partidos valencianistas, pero con apenas 22.700 votos. El partido de Sentandreu suma 17.300 (con García Broch como cabeza de lista) y Units x Valencia, la formación nacida de la fusión de Opció Nacionalista Valenciana y Esquerra Nacionalista valenciana, de Carles Chovi se queda en 2.500. Ninguno de ellos supera el 1% de votos y la barrera para acceder a la Cámara se encuentra en el 5%.

En 2011 UV ya no se presenta a las autonómicas. Unas semanas antes de los comicios, su entonces presidente José Manuel Miralles acude a un acto con Francisco Camps y visibiliza su incorporación al proyecto popular. En esos comicios Coalición Valenciana es la décima formación política con apenas 9.000 votos. Units x Valencia se queda en 3.600. En las generales del 26J, Som supera los 6.700 votos. Otras formaciones como Renovació Política, de Benjamín Lafarga apenas obtienen algo más de 500 votos en esa misma cita electoral.

Publicidad

El declive de las formaciones políticas valencianistas, y los problemas judiciales del PP en la capital, han animado a Ciudadanos a lanzarse también a por esta significativa bolsa de votantes para consolidar sus resultados en la región.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad