Zaplana, la cubana y un asesor soberbio
¿Qué beneficio genera el presentarse como un arrogante delante del tribunal?
ALBERTO RALLO
Viernes, 12 de abril 2024, 00:07
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ALBERTO RALLO
Viernes, 12 de abril 2024, 00:07
El juicio. Llevamos apenas una semana de juicio del caso Zaplana y la vista ya ha generado suficientes apuntes para la 'moleskine' de alguno de los ilustres acusados. Un anecdotario rico para el libro que Zaplana está escribiendo. Todo apunta a una biografía que ... incluirá este episodio dramático del caso Erial. Hay momentos made in Valencia, impensables que se den en otras localizaciones. Lo de la mujer que llamó la atención a Zaplana por intentar evitar una supuesta cola -sinceramente, no recuerdo que a esa hora la hubiera- en la entrada de la Ciudad de la Justicia parece una de esas viñetas con acento valenciano. Qué casualidad, la verdad, que se diera con Zaplana y precisamente el día que este declaraba. Y no pasara con el resto de acusados ni en ningún otro día. La mujer, llamativamente televisiva en su gestualidad, encontró -por azar o por convicción- un cierto protagonismo. Lo obtuvo con un argumento que concita un respaldo unánime de la ciudadanía: que se respeten las colas. De ahí la empatía con esta mujer que decidió enfrentarse con el poder conocido o desconocido. Quién sabe. Lejos de sentirse abrumada por el protagonismo, la ciudadana ha tratado de rentabilizar el incidente en sus redes sociales con su ya viral: «Haz la cola». El expresidente -un especialista en las distancias cortas- fue cauto. No reaccionó hasta que un guardia le dio el paso. Ya dentro, ambos protagonistas coincidieron: «Una tiene que hacer lo que tiene que hacer». La cara del abogado del expresidente, que vive en Madrid, no daba crédito.
Francisco Grau. La cautela invitaría a ser comedido y excesivamente correcto cuando se declara en un juicio como acusado. Eso únicamente por una cuestión de puro egoísmo al margen ya de la educación. La soberbia sería un riesgo innecesario excepto en los supuestos donde los hechos y las explicaciones sean poderosamente favorables. No era ni por aproximación la tesitura de Grau. Su testimonio, aparte de la constante confusión, estuvo trufado de soberbia. «Estoy hoy de naturaleza desprendida, se lo voy a volver a explicar», le dijo al fiscal. «Ese hombre -en referencia a un empresario- besaba por donde yo pisaba». También se permitió un «son sucesos estadísticamente independientes» en respuestas a la acusación pública. Este tono, y algunas sonrisas sin motivo aparente, fueron la tónica de la comparecencia. ¿Qué beneficio se puede obtener de una actitud como esta? Parece complicado. El tribunal tuvo paciencia, aunque le recriminó la ironía. Su declaración duró cinco horas con un único descanso de cinco minutos. ¿Son capaces los magistrados, abogados y fiscales de mantener la concentración tanto tiempo? Evidentemente, no. Quizá sólo Grau sea capaz de semejante gesta.
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