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Carlos Nieto
Viernes, 9 de mayo 2025
Alejandro Mendoza, ingeniero industrial jubilado con experiencia en fabricación, gestión de la calidad y prevención de riesgos laborales —donde ejerce como auditor de sistemas—, es consciente de que, a estas alturas, hablar de confianza en la política puede sonar a utopía. Pero insiste en que es el momento de actuar ante una situación que reclama respuestas concretas. El consultor valenciano explica con claridad su propuesta: un sistema de seguimiento y control ciudadano del desempeño de los representantes públicos. No como una moda pasajera, sino como un compromiso colectivo y a largo plazo.
La desafección hacia los políticos, dice, no ha surgido de la nada. «Hemos llegado a una situación en la que la gente siente que no puede confiar en quienes gobiernan», sostiene. Mendoza cita ejemplos recientes de corrupción, polarización y decisiones desacertadas como síntomas de un sistema que no se ha adaptado a las exigencias del momento. A su juicio, las soluciones no vendrán de arriba, sino de abajo: desde una ciudadanía activa, organizada y perseverante.
Su propuesta parte de una idea sencilla, pero de gran valor: aplicar a los políticos el mismo criterio que usamos para valorar cualquier servicio o profesional de nuestra vida cotidiana. «Cuando elegimos un médico, un abogado o un carpintero, lo hacemos porque nos generan confianza. No nos basta con que sean los que hay. Evaluamos cómo trabajan, si cumplen, si nos tratan bien», explica. Lo mismo, defiende, debería suceder con los diputados, presidentes o altos cargos judiciales.
Mendoza plantea una implicación real de la ciudadanía, no solo el día de las elecciones. Defiende un modelo en el que los votantes observen, evalúen y, si es necesario, exijan rectificaciones durante el propio mandato. Lo que propone es una especie de «mejora continua», una práctica habitual en sectores como la calidad empresarial o la prevención de riesgos, adaptada al ámbito político. «Los políticos de confianza no se eligen, se descubren a través de su trabajo y de la vigilancia constante de sus electores», insiste.
Durante la conversación, recurre a ejemplos internacionales para justificar que este tipo de control no solo es posible, sino que ya funciona, en cierta medida, en otros países. En el Reino Unido, por ejemplo, los parlamentarios mantienen un contacto directo con su distrito y son responsables ante sus vecinos. En Francia, el presidente se elige por sufragio directo. Y en España, recuerda Mendoza, hay referentes como el jurista Antonio García-Trevijano que ya reflexionaron sobre cómo devolver al ciudadano su capacidad de control sobre los poderes del Estado.
Sin embargo, advierte de que este proceso requeriría reformas profundas. Mendoza es consciente de que su modelo obligaría a revisar aspectos clave del sistema electoral y del funcionamiento institucional. Cree que el Congreso debería estar compuesto por representantes elegidos en circunscripciones uninominales, que el presidente del Gobierno tendría que ser elegido directamente por los ciudadanos y que el Consejo General del Poder Judicial debería reforzar su legitimidad democrática.
Ahora bien, también reconoce que esos cambios no se producirían de la noche a la mañana. «Esto no es algo que se impone, sino que se construye. Hará falta tiempo, educación cívica y voluntad colectiva», afirma. Y añade que, en una primera etapa, incluso podrían aparecer obstáculos o resistencias, tanto desde las propias instituciones como por parte de quienes temen una ciudadanía más empoderada. «Pero si se persevera, acabará formando parte de nuestra cultura política», asegura.
Lejos de sonar apocalíptico, Mendoza lanza su mensaje con serenidad, casi con una sonrisa, pero sin perder el sentido de urgencia. Cree que dar con mecanismos para garantizar políticos fiables no es un lujo, sino una cuestión de supervivencia democrática. «Estamos ante retos enormes: el invierno demográfico, los conflictos internacionales, la digitalización, los cambios de rumbo en potencias como Estados Unidos… y la política sigue funcionando como hace décadas», señala.
Pedir soluciones milagrosas sería ingenuo, señala. Lo importante ahora es aprovechar lo que ya existe y empezar a construir con ello. «Este proyecto no lo puede liderar una sola persona. Tiene que ser de todos», afirma. Llama especialmente a las generaciones mayores a implicarse, no solo por su experiencia, sino por la libertad que muchas veces les da su etapa vital. «Son ellos quienes pueden dar el primer paso. Los más jóvenes bastante tienen con intentar salir adelante en medio de un futuro incierto», reflexiona.
Más que una ocurrencia brillante o un lema atractivo, la propuesta de Mendoza apunta a una vía de trabajo sólida, pensada para reconstruir la confianza ciudadana en las instituciones. Un camino largo, lleno de dificultades, pero también de oportunidades. Como insiste Mendoza, el trabajo que requiere esta transformación es lento, de fondo, como el de las hormigas. Pero si se logra movilizar a la ciudadanía, llegará un momento en el que, como dice él, «ruja la marabunta», concluye.
Para Alejandro Mendoza, la pregunta no es si podemos tener políticos de confianza. La pregunta es cuándo empezamos a exigirlos.
Y su respuesta ya ha comenzado: ha lanzado una recogida de firmas en Change.org para impulsar este modelo de evaluación ciudadana del desempeño político. Puedes apoyarla aquí:
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