Es un éxito. Ximo Puig es el único aspirante a la secretaria general del PSPV. Nada que ver con la situación de hace cuatro años, con Rafa García como adversario y el sanchismo deseoso de cobrarse la pieza del barón valenciano. El líder del PSPV ... ha sabido resituarse, ganar tiempo, entenderse con Sánchez tras su llegada a la Moncloa, cambiar una dinámica de confrontación que no conducía a nada positivo. Tornar aquel «no volveré a presentarme» a la secretaría general de hace cuatro años en un apoyo implícito de todo el partido para que siga en el cargo. Puig encabeza un horizonte orgánico plácido para su partido, y el sanchismo que antes se referenciaba sobre José Luis Ábalos consigue encabezar la delegación para el congreso federal, con Mercedes Caballero al frente, y divisa en el horizonte un cónclave provincial en el que, si se respetan los acuerdos, la dirigente valenciana revalidará su cargo sin oposición.
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Todo positivo en un partido acostumbrado a los navajazos, que hizo de las gestoras provisionales el pan nuestro de cada día cuando el PP valenciano sostenía con fortaleza su hegemonía electoral en la Comunitat. Ya se sabe: cuando uno de los dos gobierna, el otro está en crisis. No hay más.
Pero ¿todo positivo? En la hoja de ruta de los socialistas valencianos está, obviamente, el congreso federal de octubre, el nacional de noviembre y los provinciales que vendrán a continuación. Después, la preparación de una campaña electoral que se perfila, con todas las prevenciones posibles a las que obliga el calendario, mucho más reñida que la de 2019. Para 2023, los seis protagonistas con representación parlamentaria –PSPV, PP, Compromís, Cs, Vox y Podemos– podría quedar reducida fácilmente a cuatro. O no. Desaparecido el comodín de la rebaja al 3% del listón electoral, la situación de Podemos y Cs vive unos meses clave para tratar de mantener la representación parlamentaria. No será fácil en ninguno de los dos casos.
Para el PSPV, la principal preocupación es Podemos. El partido de Pilar Lima acaba de explicitar, con el relevo de Rubén Martínez Dalmau por Héctor Illueca, la brecha que sufre en la Comunitat. Unas diferencias que llevaron al hasta ahora vicepresidente segundo y conseller de Vivienda a dejar el cargo tras perder el pulso con la nueva dirección del partido. Podemos se desangra por sus brechas internas, consecuencia directa del batacazo que todas las encuestas nacionales anticipan para el partido que ahora lidera Ione Belarra. La invisibilidad de la formación que encabezara en su día Pablo Iglesias, las purgas internas al más puro estilo del comunismo tradicional, el liderazgo implícito de Yolanda Díaz... forman elementos que se superponen para anticipar un escenario de descalabro de cara a 2023.
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Podemos puede caer de la ecuación del tripartito del Botánico. Y Compromís, que durante meses ha tratado de dirigir su acción política a heredar los rescoldos de los morados (que se lo pregunten a Ribó y ese fallido monolito de homenaje al 15-M), parece ahora ensimismado en una acción política más para no retroceder que para seguir avanzando. Los nacionalistas, siempre dispuestos a exhibir una acción política sin complejos ni dependencias, se ven ahora atrapados entre la repetición de un cartel electoral, el de Mónica Oltra, que en 2019 se quedó más lejos de Puig que en 2015, o el de propiciar un cambio sin garantías de que dé resultado. El alto el fuego en el PSPV contrasta con el incendio abierto en las otras dos formaciones del Botánico.
Y luego está el PP valenciano, lanzado a tumba abierta desde el trampolín de la calle Génova a recuperar y movilizar un granero de votos que en 2019 se repartió entre Cs y Vox o que, simplemente, se quedó en su casa. La dirección nacional, ahora sí, apuesta por la cúpula valenciana, por Carlos Mazón y María José Catalá. ganar la Comunitat para situar a Pablo Casado en la mejor disposición de llegar a la Moncloa. Recuperar el discurso tradicional de los populares: la reivindicación del agua, de la financiación, de las infraestructuras. Y denunciar la falta de influencia de Puig en Madrid. Calcado a lo que se le reprochó a Lerma en 1995. Con el resultado sabido. El socialismo valenciano intenta evitar que se repita la historia.
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