El archivo judicial valenciano alberga un caso extraordinario, inédito en España: los Blasco. Un hombre, Rafael Blasco, siete veces conseller de la Generalitat. Una ambición política desmedida que le llevó incluso a un viraje ideológico de la extrema izquierda al centro derecha. Su mujer, ... Consuelo Císcar, la directora más icónica que ha tenido el IVAM con permiso de Carmen Alborch. Y, por último, dentro de los personajes principales de esta historia destaca Sergio Blasco, sobrino de Rafael, hijo de hijo de Francisco Blasco, el que fuera presidente de la Diputación de Valencia. ¿Se ha dado alguna vez el supuesto de que tres miembros de una misma familia, cada uno por su lado, lidere -en el caso de Sergio, presuntamente- una trama de corrupción diferente? Sería un reto para cualquier investigador de hemeroteca.
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No estamos ante una investigación por un hecho en concreto que acaba salpicando a toda la familia. Este escenario sí encuentra antecedentes, como en la familia de José María Corbín por Azud o la de Eduardo Zaplana en Erial, por citar los más recientes. Esto se produce habitualmente en casos de blanqueo. Pero el análisis de la estirpe de los Blasco es singular porque cada uno y de manera independiente 'gestionaba' su propia trama de corrupción.
Rafael Blasco lideraba desde la Conselleria de Solidaridad un entramado para permitir el desvío de fondos para ayudas al Tercer Mundo. Si existe una escala moral de la corrupción, esta se situaría en los niveles más altos. La macrocausa se dividió en tres piezas. Por la primera, donde el dinero se destinó a la compra de pisos en Valencia y apenas llegó a su destino, se le condenó a seis años y medio de prisión. La segunda y la tercera pieza, subvenciones menores a otras ONG's y el fallido hospital de Haití, se ha saldado con otro año y medio de prisión. Es cierto que no hay prueba de que el exconseller se embolsara parte del dinero que fue a parar a las empresas de su amigo Augusto César Tauroni. Pero la malversación también es establecer las condiciones para que un tercero se beneficie personalmente de los fondos públicos. El amaño de los contratos de Informática quedó en una anécdota de acuerdo al historial delictivo, apenas una inhabilitación, sin consecuencias para su día a día.
En paralelo, también su mujer manejaba el IVAM, una de las pinacotecas más importantes de España, de manera irregular. De hecho, la exdirectora acabó aceptando una condena, pactada a finales de julio con la escasa repercusión mediática. Había dos derivadas. Por un lado, el uso de la institución para promocionar la fulgurante carrera artística de su hijo, conocido como Rablaci, y también para uso personal. Fue en esta en la que pactó un año y medio de prisión –se le suspendió– y el pago de 75.000 euros. Perfectamente asumible. La Justicia, en cambio, le dio la razón en la polémica por el gasto de tres millones de euros en obras póstumas de Gerardo Rueda. Un negocio ruinoso para el IVAM, pero no delictivo.
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Faltaba como personaje capital de la saga, Sergio Blasco. El sobrino del exconseller se sentará en el banquillo de los acusados con la amenaza de 20 años de cárcel, tal y como informó LAS PROVINCIAS. Esa es la pena que solicita Anticorrupción por los amaños de contratos de mantenimiento del Hospital General donde llegó a ser gerente. Una investigación que se ha cerrado 14 años después del inicio de las pesquisas y que no se juzgará hasta finales de año o comienzos del próximo. Los informes de la Policía han permitido conocer la existencia de toda una estructura empresarial, perfectamente organizado para detraer fondos públicos sin levantar sospechas. A Blasco le piden 14 millones de euros de multa. También en esta causa, aunque con un rol más secundario, figura un hermano de Sergio Blasco, otro sobrino del exconseller. En definitiva, una saga que ofrece material suficiente para una serie de televisión.
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