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BURGUERA
Jueves, 16 de junio 2022, 18:03
Mónica Oltra es un personaje político surgido del conflicto, principalmente con el PP, y que ahora se ha sumido en un conflicto, con la Justicia. Los tribunales, un espacio que conoce bien como cargo público y abogada, le ofrecieron un lugar para desgastar a los ... populares. En uno de ellos, en el TSJ, el próximo 6 de julio, tendrá que declarar como imputada 19 años después de iniciar un camino ascendente que ahora podría convertirse en todo lo contrario.
Oltra comenzó a convertirse en un elemento valioso para la izquierda cuando en 2003 ejercía como abogada de EU y tras los comicios autonómicos pidió el recuento de varias mesas electorales y, efectivamente, el socialista Ramón Vilar quedó fuera de Les Corts para que el escaño quedase en manos de Dolors Pérez, diputada por L'Entesa. En 2007 se convirtió en diputada del parlamento valenciano. Nunca pasó desapercibida. Al contrario. Inicialmente, por la batalla interna en EU, defenestraciones, rupturas, expulsiones, creación de un nuevo partido (Iniciativa)… puesta en marcha de Compromís, broncas con el PP… hasta el 7 de mayo de 2009. «Wanted. Only alive (Se busca. Sólo vivo)». La camiseta que lució en un pleno y que le convirtió en un icono de la oposición a Camps, inauguró un lenguaje político que caló de tal manera que su figura eclosionó. Oltra traspasa las fronteras valencianas. Directa a los platós de televisión. En 2011, ya en el Compromís actual, con Camps enmarañado en innumerables causas judiciales, sigue haciendo camino. Abre una vía judicial que posteriormente ha utilizado el PP, ya que recurrió a los tribunales cuando no se le facilitó documentación, y la jurisprudencia creada por las sentencias a su favor las han acabado empleando los populares para forzar al Consell a entregarles informes que el tripartito se resistía a facilitar.
Rápida de reflejos en los debates, con una oratoria de fácil conexión con el electorado de izquierdas, con humor muy fallero, orgullosa de criarse en Paterna tras nacer y vivir sus primeros 13 años en Alemania, la figura de Oltra no deja de ganar protagonismo esa última legislatura de los populares al frente de la Generalitat. Maquiavelo escribió: «No hay mucha diferencia entre un obstáculo y una oportunidad. Los sabios son capaces de utilizar ambos». La frase aparece en el inicio de un capítulo de Borgen, una serie danesa que gusta mucho a la vicepresidenta. En mayo de 2014, en uno de sus acalorados enfrentamientos con los populares (ese día tuvo un cruce de comentarios especialmente intensos con la fallecida Rita Barberá, entonces alcaldesa de Valencia), fue apercibida en tres ocasiones por el que era presidente de Les Corts, Juan Cotino (y una especie de 'enemigo íntimo' tras un comentario desafortunado sobre su padre cuando Cotino era conseller con Camps). Debía abandonar el hemiciclo. Oltra, inicialmente, quiso discutir que eran dos los apercibimientos, mientras Morera, a su lado y que había visto la situación, le deslizó que, efectivamente eran tres. De modo que debía abandonar el hemiciclo. Pero no lo hizo. Dijo que no se iba. Un revuelo brutal. Se atrincheró. Mireia Mollà, su compañera de Iniciativa y también diputada, también lo vio claro («no te vayas, no te vayas», le susurró). Y no se iba. El pleno se suspendió. El escándalo fue mayúsculo. Finalmente accedió a salir, e incluso fue sancionada económicamente. La ganancia dineraria perdida se la cobró con más rédito político. Logró capitalizar y simbolizar la labor de la oposición a los populares, asediados por las imputaciones por casos de presunta corrupción, que posteriormente se confirmaron en unas ocasiones y en otras no. Llegó a llevar a los tribunales los presupuestos de la Generalitat. Surge Podemos, la nueva política. En televisión le reservan sillones como contertulia. En las redes sociales se multiplican sus seguidores. Enric Morera, entonces el portavoz de Compromís en Les Corts, vio venir el tren de Oltra y se hizo a un lado prudentemente, un cálculo político que ha servido a Morera para tener una aliada en las batallas internas del Bloc.
Así, la ya líder de Compromís se presenta a las elecciones de 2015 y obtiene un gran resultado (triplica escaños: 19 diputados, 13 más que en 2011), pero por detrás del socialista Ximo Puig. Oltra, de nuevo, se resiste a tirar la toalla. Sin embargo, la prensa, y especialmente la televisión de ámbito nacional que en su día le era afín, ya no jugaba a su favor. Nadie entiende su resistencia. Tampoco lo hace Podemos, que prefiere facilitar al líder del PSPV su investidura como presidente que continuar con el pulso que durante varios meses le echó Oltra, que finalmente cede a regañadientes. Durante dos años las cosas funcionan medianamente bien entre socialistas y Compromís, si bien la vicepresidenta no se priva de enfrentarse a varias conselleras y consellers del PSPV, que le coge la matrícula. En su despacho de Vicepresidencia había y hay decenas de camisetas con mensajes políticos, sociales. En 2017 se comienzan a deteriorar las relaciones. Es su año negro, aunque entonces no trasciende públicamente. Aquel pleno de mayo en el que Oltra carga contra el centro de menores de Segorbe no gusta ni un pelo a los socialistas. La relación se va enfriando. La líder de Compromís exige y asegura ofrecer lealtad. Ella en ocasiones la interpreta de un modo muy particular, desde su prisma, pero en cualquier caso, a Puig, en su ámbito más personal y entre sus colaboradores más próximos, le sigue llamando «el presidente». Hasta que Puig decide adelantar elecciones. En verano de 2018 la idea empieza a circular, y preguntada, ella cree que precipitar la fecha de los comicios sería algo que el dirigente socialista no se atrevería a hacer sin consulta y consenso previo. Se siente fuerte y no cree a Puig capaz. Pero lo hace. Oltra lo percibe como una traición. En abril de 2019 recibe un apoyo en las urnas menor que cuatro años atrás. En cualquier caso, sigue de número dos del Consell, si bien el tripartito camina a costa de muchas heridas internas, unas cicatrizan y otras sangran, pero todas dejan huella. A finales de ese año, 2019, estalla públicamente el caso de su exmarido. En noviembre se le condena a cinco años. No sirve de nada la repetición del juicio. El exmarido, otra vez culpable. La pandemia termina de poner distancia entre la vicepresidenta y el presidente de la Generalitat. Oltra acude a Les Corts a petición propia. El parlamento es su elemento. El PSPV mantiene las distancias. En Compromís, el Bloc sólo muestra su apoyo cuando es absolutamente necesario. La vicepresidenta se defiende en el parlamento, carga contra las resoluciones judiciales, porque las sentencias recogen también reproches a la gestión de su conselleria, algo que se mantiene cuando el TSJ ratifica la pena en septiembre del año pasado. Ahí es cuando la presión comienza a recaer directamente sobre ella. El PP aprieta el acelerador pero no lleva el asunto a los tribunales. Cuando finalmente ocurre y un juzgado acepta investigar la gestión de su conselleria en el caso de abusos de su exmarido, Oltra niega la mayor y lo achaca todo a una «cacería» de la derecha y la extrema derecha. Mantiene un tono duro, desafiante durante las primeras semanas del presente año. Actúa, como siempre hace en política, de manera muy frontal. Sin embargo, el pasado 7 de marzo lleva esa estrategia muy lejos. Era lunes. El viernes anterior, el juzgado decide nuevas imputaciones de cargos de su conselleria. Tres días después, ese lunes, Oltra, preguntada por toda la situación, se lanza: «Si me quieren a mí, me tiene. Que no busquen más. El expediente lo pedí yo». Un minuto después de hacer las declaraciones, se sienta junto a un alto cargo de su conselleria y se lleva la mano a la cara en un gesto de preocupación. Los dedos le tiemblan. Días después rectifica y asegura que su comentario nace de un «contexto político», que era lenguaje figurado. El juez instructor comienza a pensarse en pedir su imputación. Durante semanas baja el perfil, busca asesoramiento legal, evita la confrontación y no hace comentarios sobre el procedimiento. Espera. Su ánimo parece bajo. Inicialmente, confíaba en que no se pediría su imputación. Se pidió. Luego albergó la esperanza de que la Fiscalía no se sumase a la posición del juez instructor. Se suma, y lo hace con tal contundencia que Oltra no puede contenerse. Se sube de nuevo a la noria. Arremete contra el escrito del ministerio público. Otra vez a la fase de enfrentamiento. Su partido, Compromís, lamenta que la fiscal se haya podido dejar influenciar por el «ambiente».
Vuelve la cacería. Pero la vicepresidenta ya no se la está jugando en el tablero político, donde nunca se situó en el término medio: o entra en fase de rearme previo a nueva batalla, o de desarme posterior a una tregua momentánea. Siempre en un contexto bélico. Saliendo o entrando de un conflicto. Le va el cuerpo a cuerpo. Sin embargo, ahora la partida se juega en el ámbito judicial. Las reglas son otras. Oltra admite su sorpresa por el tono de la fiscalía en una comparecencia tras el pleno del Consell que se produce a la vez que el TSJ se reúne para deliberar si la imputan o no. Y sí, la imputan.
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