![Divorcio botánico en lo peor de la pandemia](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202101/17/media/cortadas/oltra-puig-U301686356710TG-U130246217378tfB-1248x1040@Las%20Provincias-LasProvincias.jpg)
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¿En qué momento dejas de discutir sobre quién baja la basura y pasas a plantearte que quieres tomar las de Villadiego? Es una evolución, o no. Una discrepancia puede ir a más, o no, depende de cómo se aborde. O de si se aborda. Hay una notable diferencia en que se discuta por dónde pasar el fin de semana a mirarse como dos viejos desconocidos. O tres. Un trío de enemigos íntimos. La fase crítica de la pandemia confirma que el Botánico se mira mal y se quiere peor, que aquellas heridas de hace meses, o años, no han cicatrizado bien, que surgen nuevas y que no se cierran ni las pasadas ni las presentes.
El problema de convivencia en el seno del tripartito es un hecho ya innegable. El Botánico está inmerso en un proceso acumulativo de agravios que el coronavirus ha multiplicado sin que haya modo de pasar página. Hay un caldo de rencores cada vez más espeso del que el tripartito se nutre en lo peor de la pandemia.
Durante la primera legislatura, con el PSPV y Compromís en el Consell a partir de 2015, las crisis se localizaban principalmente en la elaboración de presupuestos. Además de socialistas y nacionalistas, los podemistas de Antonio Montiel también tenían algo que decir, lo que irritaba a sus socios por considerar sus aportaciones astracanadas y, en el caso de la coalición naranja, porque no comprendían que los morados rechazasen participar en el Consell para que Podemos y Mónica Oltra (Compromís) sumasen fuerzas frente a un Ximo Puig (PSPV) en apogeo gracias al aura presidencial.
También había algún tipo de roce de mayor o menor relevancia durante los seminarios del Consell y sus equipos. Llegó la segunda legislatura en 2019 y Podemos se sumó al Gobierno. La pandemia sirvió de excusa para diluir esos espacios de convivencia de fin de semana. El verano pasado, cuando se abrió la mano al turismo y se pretendía volver a una «nueva normalidad», el seminario se redujo a una mínima expresión. Miembros del Consell se sentían extremadamente incómodos ante la idea de reunirse, precauciones mediante, todos juntos un par de jornadas. Lo resumieron en apenas un día, y corto. En la actual legislatura, la velocidad con la que se suceden los episodios de confrontación se ha acelerado.
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Al menos desde octubre, todos los meses hay una bronca de campeonato. Este mes son las propuestas de Compromís y Podemos a las medidas decididas por el Consell, que nacionalistas y podemistas consideran insuficientes y atribuyen a decisiones exclusivas del PSPV. Antes, en diciembre, fue el resquemor generado entre los socios de los socialistas por la aproximación de Puig a Toni Cantó y Ciudadanos. Los dos negociaron los presupuestos con empecinamiento, y sólo la resistencia de Compromís y Podemos a perder 20 millones de euros de recaudación impidió que Cs votase a favor de las cuentas. Aún más atrás, en noviembre, estalló el problema de «la falta de cogobernanza» que denunció Oltra sin lograr que Puig la recibiese. El presidente tardó un mes en entrevistarse con la vicepresidenta, desencuentro que tuvo como antecedente la acusación desde la Vicepresidencia que dirige Oltra de que la Conselleria de Hacienda le había «falseado» de arriba a abajo las cuentas de su presupuesto para este año.
La brecha que ya parece definitiva se gestó en marzo de 2019, cuando se adelantaron las elecciones autonómicas valencianas para hacerlas coincidir con las generales. El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, así lo decidió, con el apoyo de Podemos y la oposición frontal de la vicepresidenta, Mónica Oltra. En junio de ese año, ya hubo serios problemas e incluso un aplazamiento en Les Corts del día para investir al presidente, en una sesión que Oltra aprovechó para disertar sobre la lealtad, discurso que ahora lanzan algunos socialistas en las redes sociales como un 'boomerang'.
La negociación de los presupuestos, en octubre de 2019, acabó como el rosario de la aurora, con lágrimas, amenazas de dimisión, con acusaciones de extorsión y cambios de última hora de un presupuesto que se presentó a Les Corts con serios problemas. Muy serios y nunca contados. Finalmente se arregló o se quiso dar por arreglado. Y en eso llegó la pandemia.
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Aquellos zarpazos cada tres o cuatro meses se han convertido en desaires, recelos, veladas advertencias y obvias desavenencias diarias. Consellers y altos cargos se enfadan sin salir de sus despachos, sin verse. La pandemia ha confinado a todo el mundo. El factor piel, ese roce que hace el cariño, se ha volatilizado. La mayoría de consellers no ven a los secretarios autonómicos y directores generales de otros departamentos desde hace muchos meses. Un Consell a distancia y distanciado.
Oltra, que por su calidad de secretaria del Consell se reunía todos los jueves con altos cargos del Gobierno valenciano en el denominado 'consellet' que prepara los temas que aprueba el viernes el pleno del Ejecutivo, ha visto cómo ese 'consellet' se ha despoblado por motivos de seguridad sanitaria. La comunicación interdepartamental se deteriora.
A pesar de que el vicepresidente segundo Rubén Martínez Dalmau considera que en el Consell de los viernes se habla de todo, otros miembros del Gobierno admiten que son reuniones muy automatizadas. Si no hay demasiados encontronazos es porque tampoco hay el suficiente debate como para darse motivos para discutir. Ese modo de esquivar el conflicto se ha trasladado también a los seminarios: cada uno acude con el resultado de sus objetivos y su previsión sobre futuros proyectos, los presenta, hola y adiós. «La angustia y las dificultades de esta pandemia nos pasan factura a todos», admite un alto cargo.
Sin remontarse más lejos que el el sábado, el presidente Puig mantuvo una videoconferencia con la consellera de Sanidad, Ana Barceló, la subsecretaria Mònica Almiñana, la secretaria autonómica Concha Andrés y las directoras generales María Amparo García Layunta y Carmelina Pla. El encuentro era para abordar la situación de las infraestructuras sanitarias. Todos socialistas. Un alto cargo de Compromís en Sanidad aseguró no haber sido invitado ni saber de la existencia de esa reunión.
Los enfrentamientos son ya a cara descubierta, en las redes sociales, en las entrevistas en televisiones locales y nacionales, o en las comparecencias públicas de los dirigentes.
Podemos se ha sumado con entusiasmo al salseo. Su anterior coordinador en la Comunitat, Antonio Estañ, puso pies en polvorosa antes de que empezase el baile. Estañ ya dinamitó el mandato de Antonio Montiel en la formación morada, por lo que tuvo suficiente dosis de disputa interna. Los podemistas valencianos se quedaron sin liderazgo a mitad de 2019 mientras Rubén Martínez Dalmau se convirtió en vicepresidente segundo por obra y gracia de la negociación a tres bandas para repartirse el Consell. El vicepresidente no ha tenido ascendencia orgánica. Pilar Lima se ha convertido en líder de Podemos en la Comunitat y ahora pelea por desbancar a Naiara Davó de la portavocía morada en Les Corts, para disgusto de Dalmau, que cada vez se queda más aislado. Mientras afianza su poder interno, Lima se ha aplicado en apretar tuercas al Consell, principalmente a Puig y al PSPV, pero también a la conselleria de Educación que dirige Vicent Marzà. Lima pide que se cierren los colegios y el conseller se opone, secundado por Oltra, quien el viernes pasado alegó que «los niños se contagian menos en los colegios». No piensa igual el sindicato de profesores STEPV, antes afín a Compromís pero que ahora parece coincidir con Lima. Sindicato y destacados cargos electos nacionalistas se quitan la razón abiertamente en las redes sociales, las dichosas redes que carga el diablo. Durante años, ese tipo de guerra de guerrillas la practicaban los respectivos sicarios digitales a través de cuentas falsas en las que los asesores de medio pelo arremetían contra todo y contra todos los rivales: políticos, periodistas, asociaciones... Ahora, el rango de los discrepantes se ha elevado en consonancia con el nivel de la discrepancia.
Marzo 2019-Adelanto electoral: Puig adelante comicios autonómicos contra el criterio de Oltra.
Junio 2019-Investidura: El desacuerdo retrasa que Puig sea presidente.
Octubre 2019-Presupuestos: Las cuentas se cierran tras una gran discusión de última hora en el Consell.
Marzo 2020-Pandemia: Las primeras medidas, como cancelar las Fallas, dividen al Gobierno.
Octubre 2020-Presupuesto: Oltra acusa a Hacienda de falsearle las cuentas.
Noviembre 2020-Cogobernanza: El mando del PSPV es cuestionado.
Diciembre 2020-Ciudadanos: Los socios de Puig desconfían de su proximidad a Cs para aprobar el presupuesto.
Enero 2021-Contagios: Podemos y Compromís reclaman mas medidas.
Los consellers se rectifican y matizan en las redes sociales, por ejemplo a cuenta de la cabalgata de Reyes en Valencia. ¿Puede ocurrir que una consellera, Gabriela Bravo, sea preguntada en À Punt por el modo en que Oltra enmienda la plana a Puig y que la consellera le recomiende a la vicepresidenta eso de «aporta o aparta»? Y tanto que puede, como que ocurrió el 25 de noviembre. Se ha visto de todo desde hace mucho, y cada vez se ve más.
En el discurso de Oltra el día de la investidura de Puig, allá por junio de 2019, la vicepresidenta se dirigía al presidente para explicarle su concepto de la lealtad: «Cerrar filas, siempre, cubrir espaldas, siempre, lealtad es razonar el no cuando no se ha podido encontrar el sí. Lealtad es encontrar un silencio con los dientes apretados, pero echar una mano cuando hace falta». Así estaban las cosas entonces. Esa «lealtad» ya no es. La pandemia ha agravado la fractura. Ya nadie «encuentra un silencio» y si «echa una mano», más bien es al cuello.
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