El jueves 7 de mayo de 2009 cambió la política valenciana. A peor. Aquella era una mañana de pleno en Les Corts y el caso ... Gürtel zumbaba como una campana extractora en el hemiciclo desde febrero, cuando se destapó. Aquel día había sesión de control y Camps era un ser ausente a la vez que presente, algo que empezaba a ser casi rutina. El Molt Honorable estaba en Boston de viaje oficial. La síndica de Compromís, que hasta ese momento sólo se había caracterizado por dinamitar su grupo parlamentario para ejecutar a Glòria Marcos (EU), reventó el pleno de la Cámara autonómica. Una mascletà. La diputada apareció con una camiseta negra, la más famosa de la historia de la política valenciana, con una foto del presidente de Camps y una leyenda: «Wanted. Only alive».
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Desde aquel día, la portavoz pasó a ser Oltra. Un animal político sin límites. Con tanta ambición que, con el tiempo, fue víctima de su propia medicina.
Ya nada fue igual. El circo y la farándula anegaron el hemiciclo. El debate, sesudo y en ocasiones aburrido que hacía del Parlamento el lugar en el que se debatía el futuro de los valencianos, desapareció. La actualidad pasó de la tribuna a los pasillos. Nadie estaba pendiente de lo que pasaba dentro y todo el mundo quería saber lo que se cocía fuera. Los periodistas dejaron de asomarse por las garitas. Sólo seguían el pleno los de siempre. Y empezaron a aparecer medios, especialmente televisiones nacionales, a la búsqueda de la carnaza que llenara tertulias políticas mesetarias.
Valencia se convirtió en el epicentro de la corrupción y Oltra en la Taylor Swift de la política. La oposición, en lugar de tratar de salvar la imagen de la Comunitat, alentó el discurso como el último clavo ardiendo para derrocar al PP de las mayorías y parir el Consell del Botánico. La suma dio. Puig fue presidente y Oltra, el altavoz.
El mayor error de todos fue asumir que una imputación era sinónimo de culpabilidad. Los partidos se arrugaron ante la presión y claudicaron. González Pons ejerció de portero de discoteca para cerrar la fiesta, la absolución de Camps (y Costa) en el caso de los trajes se celebró como ganar la Champions y la política valenciana fue argumento del club de la comedia. Valencia se convirtió en un meme alimentado desde Madrid, que era una forma de desviar la corrupción que pululaba por la capital, Andalucía o Cataluña.
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A Camps se lo cargó su partida, de la misma manera que a Rita Barberá, por mucho puente de las flores que haya ahora. De la misma manera que Compromís invitó a Oltra a salir tras un fiestón en el viejo cauce del Túria. Los dos, Camps y Oltra, han sido los grandes protagonistas de los últimos 15 años de la política valenciana, y sin saberlo ni quererlo, han tenido vidas paralelas.
En enero de 2022, antes de dimitir, Oltra defendió en una entrevista en LAS PROVINCIAS su gesto y aseguró que se volvería a poner la camiseta: «No tenía que ver con lo judicial. Denuncié un abuso de poder». Aquel mensaje, quince años después, fue una premonición de lo que pasaría al final. De la muerte política a la resurrección. Camps, a pesar de todo lo pasado, sigue vivo.
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