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El 8 de enero de 2008, bajo el dintel de la puerta de un despacho de Les Corts Valencianes, en el cuarto piso del edificio de los grupos parlamentarios, Mónica Oltra fue protagonista de una de las primeras escenas de los genes que definen a ... la coalición Compromís. La todavía entonces diputada de la formación, Glòria Marcos, que al inicio de la legislatura fue elegida síndica por trayectoria y solera y que posteriormente fue víctima de una ejecución política -llámese traición-, pedía explicaciones a Oltra por haber permitido que Isaura Navarro celebrara una rueda de prensa en su despacho. Aquella mañana, Oltra sonreía y echaba mano de cierta ironía, porque dominaba al grupo con el nacionalista Enric Morera como hombre de paja. El golpe de estado en Compromís estaba tierno, y el equipo desfilaba al son de los apellidos Oltra y Mollà, no de Mireia, sino del padre, Pasqual, que siempre ha sido una de las manos que ha mecido la cuna. Su hija fue, en un principio, la prolongación de su poder en Les Corts. De todo aquello nació Iniciativa pel País Valencià, minoritario en Compromís pero con mayor capacidad de influencia y decisión. Oltra, al sentirse libre, arrasó con todo y con todos, de una manera voraz, casi inhumana. Glòria Marcos, derrotada, se desplomó en el parqué de Les Corts, noqueada por la presión y pasando el fin de sus días políticos de manera indigna en el grupo de los no adscritos. Después, la camiseta contra Camps fue el punto de inflexión necesario para abrir las televisiones de Madrid y un primer paso para gobernar. Esos ataques tuvieron también respuestas a la contra, con tragos muy amargos e injustos para Oltra como las palabras de Juan Cotino desde la tribuna. Nada justifica los ataques personales en una guerra sin cuartel.
La destitución de Mireia Mollà como consellera de Agricultura y Medio Ambiente -es necesario recalcar el hecho de que es un cese y no una salida voluntaria- es el fin de un ciclo de poder, el cierre de una etapa de apellidos ilustres pero no el adiós a una forma de actuar en la coalición, que llegó al parqué del hemiciclo valenciano para escenificar una renovación de formas que el tiempo ha demostrado que cada vez más se parece a lo que realmente es, política pura y dura con sus vicios y defectos. Una forma de ajustar cuentas.
Compromís se ha levantado a base de traiciones. La primera, la de Mónica Oltra y Mireia Mollà en 2007 a Glòria Marcos. Las dos primeras formaban parte de Esquerra Unida, bajo la bandera de Esquerra i País, y fueron cómplices del Bloc para destituir a la portavoz, aunque el relato confirmó que en realidad fueron el cerebro de la operación. El Bloc siempre fue más comparsa que otra cosa en una unidad de intereses. Los nacionalistas no eran nada antes de Oltra, y saben que no lo iban a ser sin el efecto arrastre de una candidata que despertaba pasiones, especialmente entre el electorado más joven. La corrupción que destrozó al PP, una eficiente y provechosa campaña de comunicación y la aguerrida oposición de Oltra fue una autopista para crear el Botánico, que nunca hubiera sido posible sin la fulgurante aparición de Compromís.
Oltra enarboló la bandera del proyecto desde la vicepresidencia del Consell, mientras el clan Mollà trabajaba entre bambalinas. Pasqual, que quienes lo vivieron en directo aseguran que fue uno de los mejores diputados que pisó el Parlamento valenciano, urdió estrategias y echó pulsos para cerrar los acuerdos que alumbraron a los dos Botánicos. Nada se movía en Compromís sin la aprobación final de los apellidos ilustres. De hecho, la primera plantilla del actual Consell del Botánico se cerró con el nombre de Mireia Mollà -no tuvo un periplo exitoso en Alicante cuando intentó gobernar en Elche- y ocupó la cartera de Agricultura por obra y gracia de cupos y territorios. El cargo, si no era para Mollà, no era para (casi) nadie.
Han pasado quince años desde que Oltra y Mollà ejecutaron políticamente a Glòria Marcos, y ahora, en cuestión de tres meses, han visto que a las primeras de cambio sus compañeros de partido, los hijos del primer Compromís, han echado mano de los mismos ingredientes aunque con distinta receta. A Oltra, destrozada en lo personal por la condena a su exmarido por abuso a una menor y deshecha tras su imputación por la gestión de la conselleria de Igualdad en el caso, nadie le respetó el luto. La enterraron con una fiesta, sin que ella supiera que era el cadáver. Nadie respetó su presunción de inocencia, como ella nunca respetó la de los demás, y el más entusiasta de todos, que no era otro que el nacionalista Joan Baldoví, dio un paso al frente para liderar un proyecto en el que no cabe la exvicepresidenta. La política es así, de traición en traición.
La destitución de Mireia Mollà entra en los parámetros de la nocturnidad y la alevosía. Muy pocas veces, por no decir casi nunca, se ha comunicado una salida del Consell por el camino del cese, de la pérdida de confianza. No sólo es el síntoma de que se pone fin a una gestión, sino a una forma de hacer política, a una etapa, a un ciclo en Compromís. Alguien quizá le recomendó a Aitana Mas que el puesto de vicepresidenta no obliga a pagar peajes sino a hacer camino. El mismo que hicieron Oltra y Mollà sin Marcos, el mismo que alguien hará un día sin Aitana Mas. Versionando a Lineker, en política juegan once contra once, y siempre sobrevive Enric Morera.
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