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Hubo un momento en el rally electoral de las municipales y generales de 2023, con la constatación aún viva del desaguisado provocado por una laguna ... en la ley del 'solo sí es sí' que rebajó las penas a más de un millar de condenados por violación y otros delitos sexuales, en que el PP creyó poder cimentar el cambio de ciclo político en el país no solo por los factores que se le presuponían, sino también por uno copado históricamente por la izquierda: el voto de las mujeres. Una encuesta 'flash' del CIS antes de las locales y autonómicas de aquel 28 de mayo alimentó las expectativas de los populares de ganar terreno con la contestación aflorada en el movimiento feminista clásico hacia las políticas –en especial, por la ley trans y la llamada ideología 'queer'– del Ministerio de Igualdad comandado entonces por la dirigente de Podemos Irene Montero. Aquel sondeo rebajaba el apoyo de las mujeres a Pedro Sánchez del 30% de 2019 a un 21,5%, casi empatado con su rival, aupado al 21,1.
Pero otra prospección sociológica del instituto de José Félix Tezanos, esta realizada tras el 23-J, evidenció hasta qué punto el miedo a que la estrategia «regresiva» de Vox, en cuestiones nucleares como la identificación del machismo estructural que subyace en la violencia de género, llegara a La Moncloa a través de un pacto con el PP permitió a Sánchez reactivar a su favor el electorado feminista y nutrir con él, decisivamente, su resistencia en las urnas. A tenor del análisis postelectoral del CIS, la intención de voto de las mujeres repuntó hasta el 31% para el PSOE, casi seis puntos más que la cosecha de los populares.
Este 8 de marzo en el que, nuevamente, el movimiento feminista ha evidenciado la brecha histórica sobre hacia dónde debe caminar la batalla por la igualdad aún pendiente –si focalizándola hacia la realidad mayoritaria de las mujeres o vinculando la conquista de sus derechos a los del colectivo LGTBi+, resumiéndolo mucho– ha definido también por dónde circulan los dos grandes partidos del país en este trance político. Y si los socialistas, con Sánchez al frente, se han afanado en presentar el feminismo como un baluarte que ha de blindarse frente al sexismo, «a la masculinidad testosterónico» –en expresión de su exdirigente y hoy consejera de Estado Elena Valenciano–, de Donald Trump y sus acólitos globales, Alberto Núñez Feijóo y las suyas han optado por rasear el balón en el campo doméstico contra el «feminismo de pacotilla» –esta definición es de Cuca Gamarra– de las izquierdas.
El PP no solo cree haber encontrado un filón para el argumentario político en la impostura que atribuye al PSOE, Sumar y Podemos cuando han tenido en sus filas a un exministro, José Luis Ábalos, que recurría «a la prostitución» mientras el partido se declara abolicionista del pago a cambio de sexo (la ministra de Igualdad, Ana Redondo, sigue confiando en poder sacar adelante la ley para prohibirlo, encallada en el Congreso); a un portavoz, Íñigo Errejón, sometido ya un procedimiento penal por presunta agresión también sexual; y a un cofundador, Juan Carlos Monedero, inmerso en una investigación de la Universidad Complutense por supuesto acoso a una alumna.
Pero los populares también detectan que, más allá de la artillería dialéctica, están consiguiendo algo más valioso: que vuelva a acercárseles ese voto que empezaron a ganar hace tres años, gracias a la erosión por el 'solo sí es sí', la incomodidad del feminismo tradicional con la ley trans y decisiones de Feijóo como la de flexibilizar la postura del partido sobre el aborto –no sin fricciones internas–. En Génova creen que el PSOE, Sumar y Podemos «ya no tienen la capacidad» de crecer entre el electorado feminista, lo cual limita sus opciones. Y lo creen con la convicción, que las izquierdas no solo rebaten sino siguen combatiendo, de que parte de esas votantes ya han podido comprobar que ni siquiera en los lugares donde el PP ha gobernado o sigue haciéndolo con Vox «se han entregado los derechos de las mujeres a cambio de la estabilidad». «Ninguna mujer va en burka por Segovia», resumen estas fuentes.
Desde una prolongada militancia en el feminismo y el socialismo, Elena Valenciano sí interpreta que este 8-M es «significativo» por la «ola de reacción» que convoca a «grandes fuerzas» –con Trump a la cabeza– al cuestionamiento de la democracia, el humus, recuerda, sobre el que el feminismo ha ido labrando sus conquistas históricas. Por eso considera, también, que es tiempo de un mayor compromiso que «acompañe» por parte de los hombres y de resituar el epicentro «en los problemas que siguen afrontando la inmensa mayoría de las mujeres»; de que la agenda del feminismo vuelva a ser «la de las mujeres», sin que eso signifique no defender los derechos de otros colectivos. Y después de que las feministas de largo recorrido en el PSOE alejaran al partido del 'transgenerismo' en su último congreso federal, que también aprobó la expulsión de los militantes puteros, Valenciano constata que los casos de Ábalos, Errejón y Monedero evidencia que «el patriarcado sigue aún en todas partes», pero se congratula de que ya no existe la tolerancia social y política de antaño.
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