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«Es la respuesta de un Estado magnánimo, que demuestra su fortaleza también siendo generoso». Así fue como Pedro Sánchez justificó su decisión de indultar a los líderes del 'procés' condenados por el Tribunal Supremo. Pero la frase sirve, con ligeras modificaciones, para ilustrar el ánimo con el que ha decidido poner patas arriba el Gobierno y la revolución que ya prepara para el próximo octubre en el congreso del PSOE.
El jefe del Ejecutivo no se siente fuerte frente a sus rivales en el Parlamento, todo lo contrario, pero sí en el partido. Lo suficiente como para olvidar viejas rencillas y ofrecer una integración que no quiso o no pudo propiciar en 2017, cuando aún supuraba por la herida de su expulsión como secretario general.
Entre los socialistas, donde los cambios han sido recibidos con euforia, la lectura es unánime. Creen que Sánchez fía su reelección en 2023 no ya a los conejos de la chistera o los originales análisis de un experto en comunicación política ajeno al PSOE, como era Iván Redondo, sino a algo más convencional: un partido unido con una estructura bien engrasada, en plena sintonía con el Gobierno y capaz de tender puentes con unos aliados de los que, según admiten en Ferraz, y mal que les pese, el PSOE no va a poder prescindir en mucho tiempo si quiere permanecer en el Gobierno. Menos aún, ahora que la desaparición de Ciudadanos 'regala' al PP una prima de en torno a 20 diputados a igualdad de votos.
La relación entre el hasta ahora jefe de gabinete del presidente, al que se atribuía una enorme influencia sobre Sánchez, y la cúpula socialista nunca fue buena y tanto la vicepresidenta Carmen Calvo como el ministro de Transportes y secretario de Organización, José Luis Ábalos -los otros dos principales damnificados de la crisis de Gobierno- estaban quemados por distintos motivos.
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Ábalos porque se ha visto salpicado por casos como el 'Delcygate' o las ayudas a la aerolínea 'Plus Ultra', sobre las que en los próximos meses se pronunciarán, a instancias de Ciudadanos, Bruselas y el Tribunal de Cuentas. Calvo porque no supo tejer complicidades. «Carmen no ha sumado aliados, ni en el partido ni fuera -apuntaba hace unos días un dirigente- y, un presidente, que no puede estar en la gestión diaria, necesita alguien que le resuelva los problemas», apuntan las fuentes consultadas.
Ese alguien será ahora el nuevo ministro de Presidencia, Félix Bolaños, un hombre de partido con mucha menor proyección pública, un muñidor de acuerdos, partícipe en la argumentación jurídica de decisiones clave del Gobierno, como la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos o los expedientes que justificaron el perdón a los secesionistas, pero también del PSOE. Es el autor del reglamento del partido y el redactor de la ponencia orgánica que aprobará en tres meses el 40 Congreso de los socialistas.
A pesar de una colaboración inicial sin roces, el hasta ahora secretario general de Presidencia acabó chocando con Redondo. En esta nueva fase tendrá que coordinarse con Óscar López, el nuevo jefe de gabinete del presidente, al que conoce desde hace años porque desde su juventud (ahora tiene 48 años) se movió en la 'fontanería' del PSOE; primero, como ayudante de José Blanco y luego como secretario de Organización, tras haber liderado el partido en Castilla y León.
López, amigo íntimo de Sánchez hasta que, tras su defenestracíón, decidió no seguirle en el intento de recuperar la secretaría general, ha estado al frente de numerosas campañas electorales, entre ellas, la primera protagonizada en Madrid por Ángel Gabilondo, en 2015, en la que los socialistas quedaron a un escaño de gobernar. Su entendimiento con Ferraz se prevé más sencillo.
Algunas fuentes apuntan también a que Sánchez podría recuperar para la Secretaría de Estado de Comunicación a Francesc Vallès, excoordinador de los socialistas catalanes en el Congreso y el Senado, que abandonó la política en 2016.
La remodelación del Gobierno es, en todo caso, solo la primera pata del plan para rearmarse y rearmar el partido aprovechando además el contexto de recuperación económica que se presupone gracias a los fondos europeos, que empiezan a llegar este mes. «Esto ha sido un terremoto; ahora esperamos las réplicas», dice un miembro de la Ejecutiva socialista.
En Ferraz cuentan con que Sánchez renovará hasta al 70% de la dirección del partido en octubre y que, como ahora, hará nombramientos en clave territorial y con la vista puesta en las municipales y autonómicas de mayo de 2023. Así se entiende, por ejemplo, la designación de Pilar Alegría, hasta ahora delegada del Gobierno en Aragón, como ministra de Educación.
La prueba de que no cuenta con la mayor parte de los actuales secretarios ejecutivos es que ni siquiera les ha dado papel en la elaboración de la ponencia política y el resto de documentos que se debatirán en el congreso federal que se celebrará en Valencia dentro de tres meses.
Si la salida de José Luis Ábalos del Gobierno ya fue una sorpresa, su renuncia a la secretaría de Organización del PSOE causó un asombro mayúsculo. «¿Por qué se va?» se preguntaban los socialistas y no socialistas sin que nadie hasta el momento haya atinado a dar una respuesta.
Ábalos escribió un mensaje de despedida: «Haber servido a mi país como ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana ha sido un gran honor para mí. Toda mi gratitud al presidente Sánchez por la confianza». Desde su entorno señalaron que no había sido destituido, y que se iba porque lo había solicitado al presidente del Gobierno.
Esas mismas fuentes informaron que dejaba sus cargos en el PSOE. Pero sin dar explicaciones sobre el por qué. No se recuerda que un secretario de Organización socialista, el número tres del partido, a solo tres meses del congreso federal de la formación renuncie al cargo. Y mucho menos sin argumentar el abandono.
La maquinaria del rumor y las teorías conspirativas se pusieron de inmediato en marcha con versiones a cada cual más estrambótica. Pero lo cierto es que no han trascendido enfrentamientos entre Pedro Sánchez y Ábalos, un valedor incondicional del presidente desde la crisis de 2016, cuando nadie apostaba un euro por su futuro político, y que formaba parte de su núcleo de hierro.
Es cierto que se vio salpicado por casos confusos como el 'Delcygate' con la vicepresidenta venezolana y su extraño paso por Madrid, o las ayudas de 53 millones a la descapitalizada aerolínea 'Plus Ultra', también vinculada de alguna forma con el régimen de Nicolás Maduro. Ha protagonizado asimismo declaraciones polémicas, como las críticas al Tribunal de Cuentas por poner «piedras», en forma de fianzas a los independentistas, en la etapa de diálogo con el soberanismo. Pero nadie se atreve, o sabe, decir si las razones de su espantada han sido políticas, personales o de otra índole.
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