![Los trabajadores de Seat: «No estamos para bromas, nos jugamos mucho»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/201712/07/media/cortadas/Imagen%20GF0EIL91-kX4H-U50314428825rOI-624x385@Las%20Provincias.jpg)
![Los trabajadores de Seat: «No estamos para bromas, nos jugamos mucho»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/201712/07/media/cortadas/Imagen%20GF0EIL91-kX4H-U50314428825rOI-624x385@Las%20Provincias.jpg)
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Barcelona
Jueves, 7 de diciembre 2017, 20:26
La primera escena de cine de la historia, la de los hermanos Lumière que inmortalizó la salida apresurada de los obreros de una fábrica, se repite tres veces al día 365 días al año (súmele otras tres si es bisiesto) en la fábrica de Seat en Martorell. Se acerca el cambio de turno en la mayor factoría automovilística de España y cientos de trabajadores desfilan a paso rápido, siempre con prisa, por los dos puentes peatonales que salvan la carretera para conectar con los pabellones. Cerca de las máquinas de fichar dispuestas en mitad de la pasarela del acceso E2, un cartel a medio arrancar llama a la huelga general del pasado 3 de octubre: ‘Ja n’hi ha prou!’. «El seguimiento fue mínimo», recuerda Manuel, que se dispone a atravesar las cancelas de acceso. «Aquí nos jugamos mucho, no estamos para bromas. Ya ha visto la cantidad de empresas que quieren marcharse.
Por suerte, la dirección de Seat ha dicho siempre que si no se ve obligada no se va. Eso da tranquilidad. Ahora, le digo una cosa: si Seat se fuera, ardían todos los Ayuntamientos del Baix Llobregat, del primero al último. Toda la comarca depende de Seat, desde los empleados y sus familias a las de los trabajadores de las empresas de asientos, de focos, de gomas, de componentes plásticos, y detrás los comercios...».
Por el momento, los alcaldes de la comarca respiran tranquilos: no hay señales de que la Seat vaya a abandonar la zona. Más bien al contrario. Aprisionada entre la autovía, al Este, y las vías del ferrocarril, al Oeste, la fábrica se despereza poderosa por el valle en una serie de pabellones, rodeada de industrias auxiliares y algún que otro centro comercial. En un extremo del complejo, las excavadoras aplanan hectáreas de terreno para levantar un nuevo centro logístico. Es el corazón industrial de Cataluña, que con cada latido bombea coches Ibiza, León y Q3 (este de Audi) a todo el mundo e irriga la comarca de prosperidad.
14.500 Empleos directos y decenas de miles indirectos genera la fábrica de Seat en Martorell. De sus tres líneas de producción salen cada año 450.000 turismos, el 16% de la producción nacional.
Los trabajadores se distribuyen por los pabellones de camino a sus puestos en las tres líneas de montaje. No hay columnas de humo ni fragor de metales, todo aparece limpio y aséptico. El comedor de la planta está a rebosar, con cientos de empleados en mono de trabajo atraídos por los precios imbatibles del autoservicio, «a euro y pico el menú», revela Antonio López, ocho años en la línea de montaje a sus espaldas y un filete con patatas ante él. Impera entre ellos un pacto tácito de sortear el espinoso tema de la política «por respeto y porque no tiene sentido acabar peleado con el compañero».
«Estamos como nunca de actividad», presume a su lado Javier Mateo mientras empapa el pan en la salsa de sus albóndigas. Analista de producción, ha pasado la mitad de sus cuarenta años en la empresa, y está decidido a jubilarse en ella dentro de otros veinte. «Estamos teniendo los mejores resultados de la historia, la producción crece, hay beneficios y la dirección está construyendo unos nuevos talleres. El ambiente es de tranquilidad, pero ha habido sus momentos».
Un trabajo seguro
Preocupación
Cuando se habló de planes de contingencia para trasladar fuera de Cataluña el domicilio social de Seat e incluso en caso extremo sus centros de producción, a muchos no les llegó la camisa al cuerpo. «Miedo no lo ha habido, ni aquí ni en la calle; sí mucha preocupación, lógicamente, porque nos llega lo que se dice por ahí. Y claro que hemos comentado qué pasaría si cerrara la fábrica», tercia Antonio. «Pase lo que pase, a mí no me afecta, tengo 53 años, y para cuando se la llevaran ya estaría jubilado. Pero también te digo que en una situación así, si fuera más joven me iría con la fábrica». «Si se la llevan, yo me voy de cabeza tras ella», coincide Mateo. «Y como yo, casi todos estos».
Martorell guarda distancias, como con miedo a acabar engullida por la frenética actividad de la factoría. «Aquí nos hemos mantenido al margen del lío político», salmodia una empleada en bata que echa un cigarrillo a las puertas del centro de salud. «Cada uno tiene sus ideas, hay quien quiere la independencia y quien no, pero el 1-O no fue bueno para la economía, y eso lo sabe el más obcecado. Y si es malo para la economía es malo para el obrero. Seat da de comer al Vallés».
Al otro lado del puente, como cada día, se ha apostado el ‘salchichauto’ -ahora lo llaman ‘food truck’- esperando a la salida del turno de mañana. Isa, la propietaria, da palique a los chóferes de la docena de autobuses aparcados que aguardan al aluvión de obreros que acaban la jornada para repartirlos por todo el valle. A sus pies, las palomas se entretienen picoteando, ellas a la espera de los restos de bocadillo por llegar. «A las tres menos cinco se van todas, no queda ni una, y entonces vienen los pajarillos pequeños a comerse lo que les han dejado», alecciona Isa, que, como las palomas, es puntual a su cita con cada uno de los tres turnos diarios todos los días del año.
Isabel y Esteban, que no dan abasto sirviendo cervezas en lata, cafés y bocadillos, han sido testigos privilegiados de las inquietudes de los trabajadores en estos meses de zozobra. «Se notaba la preocupación en el ambiente; ahora menos, pero haberla, hayla», corrobora Esteban.
Manuel Chamorro, acodado en el lateral del vehículo convertido en mostrador, coincide: «Todavía hay incertidumbre. Han contratado a mucha gente de ETTs y ahora en diciembre sabrán si les renuevan. Hay faena de sobra, pero con el asunto de la independencia no se sabe lo que puede pasar. Hay muchas familias que dependen de esto, muchas hipotecas por pagar... los jóvenes tienen más miedo». A sus 59 años, los últimos 28 en chapistería, recuerda cuando la Seat eran dos únicos pabellones.. «Y ahora ya ves», señala, como un terrateniente mostraría sus dominios. Su trabajo es duro y monótono -«la gente se cree que los robots lo hacen todo, pero ¿quién da de comer a los robots?», reta- pero a él le gusta la «armonía» que advierte en esa cadencia repetitiva de la línea de producción. Llegó a Martorell a los seis años, cuando su padre cargó en un tren a toda la familia y emigró de un pueblo extremeño. Ahora que se hace mayor y la jubilación está más cerca, confiesa que a veces piensa en volver a su tierra... pero de visita. «Cataluña me lo ha dado todo, estoy muy contento aquí». Y aquí se quedará, como la fábrica. Las palomas levantan el vuelo. Deben de ser las tres menos cinco.
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