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La mañana del 24 de febrero de 2022, este lunes hará tres años, los europeos despertaron de su plácido sueño de paz con la pesadilla ... de la guerra golpeando de nuevo a sus puertas. Ese día las tropas rusas invadieron Ucrania violentando la integridad del país y forzando al límite las costuras de la tensa cohabitación del Kremlin de Vladímir Putin con la UE y con la OTAN comandada por EE UU. Aquella madrugada, a 3.500 kilómetros de la forja de otra tragedia bélica, los barones del PP marcaban en Génova el camino de salida a Pablo Casado y el de su entronización a Alberto Núñez Feijóo.
El Gobierno y el principal partido de la oposición habían reaccionado a la escalada en las amenazas de Putin con una condena compartida; un cierre de filas frente al agresor que no había bastado para tejer un hilo de confianza mutua entre Pedro Sánchez y Casado. Un trienio de devastación después, con un millón de muertos y una crisis inflacionista proyectando los efectos de la contienda sobre Europa, Sánchez y esta vez Feijóo, a cara de perro en la política doméstica, afrontan un giro sobrevenido y fulgurante no solo sobre la guerra en Ucrania, sino en el orden mundial identificable desde la caída del Muro de Berlín.
El frenético primer mes del segundo Donald Trump en la Casa Blanca ha desatado un movimiento tectónico en el concierto internacional con dos aldabonazos de tal calibre –la aplicación de aranceles limitadores del libre comercio y, sobre todo, la insólita negociación con Putin para imponer la paz al país de Volodímir Zelenski prescindiendo de su voluntad y despreciando a la UE– que empequeñecen las cuitas nacionales. «La condicionará, sin duda», responde un ministro a la pregunta de si la convulsión en el escenario global inducida por la estrafalaria presidencia de Trump puede repercutir en el devenir de la legislatura española.
Este martes se prevé que el Congreso debata, forzado por Junts, una proposición no de ley para que Sánchez se someta a una cuestión de confianza llamada a evidenciar que el presidente ha perdido ya el aval de la mayoría que lo invistió hace 15 meses. El presidente y sus ministros están comenzando a agitar el miedo al lobo internacional como dique defensivo ante la erosión casera y ariete –el que les reportó óptimos réditos el 23-J– contra la supuesta indefinición frente a la ultraderecha de un Feijóo que asume la gravedad del escenario mundial, pero que ha acusado a Sánchez, también, de utilizarlo a conveniencia. «Si se habla de Trump, no se habla de Sánchez», definen en su equipo.
Mañana, víspera de un debate en la Cámara española aún hipotenso bajo el seísmo internacional, el jefe del Gobierno viajará por cuarta vez a Kiev para legitimar a Zelenski; pero esta vez no lo hará para apuntalarlo solo frente a Putin, sino también frente a un Trump que ha rehabilitado al jerarca ruso con una complicidad desconocida entre las dos potencias. La paz impuesta, la del reparto de la integridad física de Ucrania y de sus valiosas tierras raras, no puede premiar al agresor, coinciden en su respuesta el Gobierno y el principal partido de la oposición. Pero no consta que exista contacto alguno para encarar como Estado este período crítico entre Sánchez y Feijóo, que ya transitaron por la dana sin hablarse.
Tras semanas de perfil bajo, zaherido por un presidente que le exige aislar a Vox como integrante del «caballo de Troya» que busca «destruir» la UE desde dentro, atacado, por europeísta al uso, por los de Santiago Abascal y con su militancia más radicalmente heterodoxa atraída por los cantos de sirena del trumpismo, Feijóo ha optado por sacar cabeza, en especial tras la videoconferencia del martes con sus pares del PPE. Aunque los suyos siguen creyendo que lo tentable políticamente es explotar la ofensiva contra un Sánchez debilitado por los sumarios por corrupción y su fragilidad parlamentaria –el contexto internacional no mueve un voto entre bloques, arguyen en Génova–, el jefe de filas del PP ha buscado resituarse con un discurso amparador también de Zelenski; trabajándose sectores –el agrario– temerosos de la nueva política arancelaria de EE UU, con la convicción en los suyos de que Abascal puede «hacer que pinta» ligando su suerte política a Trump al calor de los sondeos, pero que eso la mayoría del electorado español no lo compra; y siendo él quien le exige al presidente que comparezca en el Congreso para que dé cuentas de los «desafíos» de España en materia de «seguridad y autonomía estratégica». Si Sánchez quiere de verdad respaldo, que lo pida, reclama el primer partido del país.
El PP contraataca con una iniciativa delicada para Sánchez –los socialistas se escudan en que lo que ahora toca es unidad y levantar un cordón sanitario frente a la extrema derecha–, sabedor de que los socios a la izquierda del líder socialista, Sumar incluida, se niega a incrementar un gasto en Defensa que hoy, con el 1,3% del PIB, está a la cola de la OTAN y que la Alianza está pasando ya de situar del 2% en un punto más por las exigencias del nuevo orden que Trump despliega sin tregua. Un cambio de raíl que pasa examen este domingo en Alemania, con la interpeladora posibilidad de una gran coalición frente a la ultraderecha de conservadores y socialdemócratas.
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