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Salvador Baixauli, vecino de Catarroja, es otra de las voces trágicas del pasado 29 de octubre. Este viernes ha acudido a la Ciudad de la ... Justicia para ofrecer su testimonio a la instructora de la dana. Un trámite duro, pero necesario para depurar responsabilidades. El relato coincide en lo esencial con el resto de familiares: descoordinación, incertidumbre y finalmente el desconcierto ante el fatal desenlace. En el caso de Baixauli se trata de su suegra. Una mujer de 91 años, con movilidad reducida, que murió ahogada. Una de las 228 víctimas de la dana.
«Murió a las 19.30 horas de la tarde». Todavía faltaban 40 minutos para que el mensaje masivo enviado por Emergencias irrumpiera en los móviles de los valencianos. «Una ola entró y reventó las paredes de la casa del lado». No tardó el agua en entrar en la vivienda de la anciana quien en ese momento se encontraba con Sandra, su cuidadora. «Ella se salvó de milagro, pero no pudo subir a mi suegra a la terraza». Fue la propia familia la que le dijo que se salvara ella ante la posibilidad de que las dos terminaran ahogadas. «La muerte fue casi en vivo porque estábamos hablando con la cuidadora».
La tristeza, como no puede ser de otra forma, marca esos instantes finales. «Creo que nadie se merece morir de esa manera, sin haber avisado y sin tener ningún tipo de noticia ni nada». Baixauli vivía a escasos metros de su suegra, «dos calles al lado», pero no pudo desplazarse a la citada vivienda. «No se podía bajar. Vivía en un cuarto y veía a gente en los coches pidiendo auxilio. 'Socorro! Socorro', decía».
El hombre vio como dos personas se ahogaban al lado de la avenida de la Rambleta. El familiar de esta víctima perdió los dos coches y aún hoy sigue subiendo la compra todos los días por la escalera. Es uno de los miles de vecinos que siguen hoy sin parking y sin ascensor. La resignación se impone en su carácter. «¿En fin, estamos viviendo lo que estamos viviendo la mayoría de los vecinos de la comarca, no?».
Nada es comparable a lo que sucedió ese día. Baixauli recuerda episodios de desbordamientos. La última vez que se salió el barranco fue en 2002 o 2004, recuerda el hombre. Pero, entonces, «en casa de mi suegra, entró un palmo de agua». El hombre subraya que la gente sabe qué calles están un poco más altas, pero lo que nadie se imaginaba es que el barranco «venga totalmente desbordado, con un caudal impresionante». En casa de su suegra entraron 2,20 metros de agua. «Aún está allí la marca».
El día siguiente fue todavía más duro. A las cinco de la mañana, con una linterna, lograron llegar a la casa siniestrada. «Nos metimos en la casa, la llamábamos -a la cuidadora- pero no nos contestaba y apartando muebles y como pudimos llegar, ya vi a mi suegra en el suelo ahogada con todos los muebles encima». La asistenta, por suerte, les contestó, «Estoy arriba».
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