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Javier A. Lomo | Lourdes Pérez
Madrid
Viernes, 8 de julio 2022
El Matadero de Madrid, hoy reconvertido en centro cultural, escenificó ayer una mezcla de acto político, entrenamiento anímico y catarsis colectiva. Bajo un solazo mesetario de 35 grados pasadas las ocho de la tarde, con gentes haciendo cola desde las cinco y un retraso de media hora larga que despertó palmas y algún pitido, Yolanda Díaz echó a andar su plataforma Sumar entre gritos de «presidenta» de los cientos de simpatizantes –5.000, según la organización– congregados al aire libre y en medio de las ganas de fiesta del Orgullo que copan la capital española. Aunque era el banderazo de salida al «proceso de escucha» con el que va a recorrer todo el país en los próximos seis meses, quedó claro que la expectación que reinaba era por escucharla a ella. Y lo que dijo la vicepresidenta segunda del Gobierno es que pese a los apremios que están menudeando a su alrededor, sobre todo tras el fiasco de las izquierdas en las elecciones andaluzas, no tiene ninguna prisa. Y que «se sumará» –es decir, decidirá si opta a la Moncloa– «si vosotros queréis». Fue un acto sin presencia–como pidió Díaz– de líderes de Unidas Podemos ni de cualquier otro partido; en el que tomaron la palabra una decena de profesionales comprometidos con el activismo social –de un 'rider' a un empleado de Amazon pasando por una profesora, una psiquiatra o una cuidadora–; con vídeos de apoyo del actor Antonio de la Torre, los escritores Manuel Rivas y Bernardo Atxaga y el cantante Kiko Veneno; y cantos al amor, la esperanza, la alegría, el cuidado y la no resignación cuajando el ambiente.
Díaz admitió que se le está haciendo llegar que va «lenta» con el lanzamiento de su nuevo proyecto político. Pero lejos de mostrar intención de acelerar el paso, llamó a «la calma» y sentenció que queda «un año» por delante para «pensar bien» qué es lo va a hacer en conjunción con los que se adhieran a su iniciativa. Porque su objetivo, proclamó, es alumbrar un «movimiento ciudadanos» –Sumar «no va de partidos ni de siglas», avisó– que dé lugar a «nuevo contrato social y democrático» para «la próxima década».
Micrófono en mano, con ropa veraniega y en zapatillas, la vicepresidenta desgranó lo que es Sumar: una apuesta inequívoca por la educación y la sanidad pública, por que «la democracia» llegue a la economía, por que las eléctricas «dejen de forrarse a costa de los cinco millones de pobres energéticos», por distribuir más equitativamente las cargas del IRPF comprometiendo a los «hiperricos», por impedir que la derecha contagie «el miedo y la resignación» y por una Europa «más social, afectiva, de paz y que busca la paz». Fue su alusión velada a la incomodidad por el gasto en Defensa que está tensando el Gobierno. Díaz también dijo ser consciente de que parte del electorado está «harto del ruido» –no precisó si también del que generan los dos socios del Consejo de Ministros– y de su desafección por la política.
Pero más allá de las palabras grandes –ese amor, la libertad, la justicia, la ternura, el soñar...– con que pespunteó su alocución, no hubo un esbozo de cuál puede ser su programa político, condicionado a los 'inputs' que reciba; ni alusión a la inquietud del momento, la inflación. A ratos, el Matadero recordó a las asambleas del Podemos inaugural, menos aguerrido y con tono más balsámico.
Si nada se tuerce en el camino de Alberto Núñez Feijóo y Yolanda Díaz acaba dando «el paso» al que aludió ayer formalizando su candidatura a la Presidencia del Gobierno, la pugna electoral en la generales enfrentará a dos gallegos que se conocen bien, que confrontaron en el Parlamento de su tierra y que ahora, en la arena de la política española, parecen dispuestos a tirarse los trastos. Con irrenunciable galleguismo, eso sí, a tenor del cómo se cruzaron apelaciones ayer, el día de la puesta de largo de Sumar.
El presidente del PP aprovechó un acto de partido para hurgar en las desavenencias del Gobierno de Sánchez, esta vez a cuenta del incremento en gasto militar comprometido a raíz de la cumbre de la OTAN. Feijóo recordó primero cómo la ministra y líder de Podemos, Ione Belarra, ha impugnado esa apuesta del presidente. Pero más significativo resultó que no dejara pasar la ocasión de pronunciarse sobre el embrión de proyecto político de su paisana. «Es irónico», dijo, que la iniciativa de Díaz se llame Sumar cuando, a su juicio, parte de una quiebra entre las izquierdas. «Siguen sumando divisiones hasta la división final», retranqueó.
Díaz tampoco evitó devolverle la lindeza. Se dirigió, para criticarlos y oponerlos a su modo de ver el mundo, a todos aquellos que «quieren que un hombre con traje, con corbata y moderado sea el presidente del Gobierno». Lo dejó caer, sin mencionar a quién se refería con nombre y apellidos. Pero quedó claro el objeto del dardo. Y que los dos gallegos que ahora lucen en la política española están abiertos a pugnar frente a frente. Aunque sea a su manera.
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