Considerada la institución benéfica en activo más antigua del mundo –lleva más de 600 años de actividad ininterrumpida–, el Colegio Imperial de los Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer califica de «muy significativo» el premio Valencianos para el siglo XXI pues demuestra «que nos hemos adaptado y hemos sabido dar respuesta a la sociedad valenciana en todo este tiempo».
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–¿Cuál sería la tarjeta de presentación del colegio?
–Una forma de resumirlo y verlo en el presente es que somos un apoyo para las familias porque ofrecemos lo que les gustaría dar a sus hijos. Me explico: en la actualidad, el apoyo a las familias está en el ámbito de lo que la protección pública no alcanza porque en los niños que están desprotegidos interviene la Administración. La familia que nosotros atendemos es aquella que no tiene los recursos adecuados para sacar adelante a sus hijos durante la semana y carece de una estructura. La clave para entender nuestro trabajo es la respuesta a «¿Qué sucede con estos niños entre las cinco de la tarde y las ocho de la mañana?».
–¿Cómo llegan estos menores, con edades entre los 5 y los 16 años, al colegio-residencia?
–A través de párrocos, servicios sociales o los propios excolegiales. Se hace la solicitud y la ayuda es siempre privada, la pública es limitada y centrada en recursos escolares. Valoramos si se ajusta a lo que podemos ofrecer pues hay situaciones que nos superan y hay que tener en cuenta que los niños han de tener cierta autonomía porque no se ofrece una atención exclusivamente individualizada. Se distribuyen por edades y sexos aunque van al colegio juntos en función del nivel.
–En el colegio concertado, ¿en qué se diferencian de otros centros?
–En la parte escolar, el sistema que queremos para nuestros internos es el de la innovación educativa, pues nos adaptamos a las características de los niños: aprenden mejor en movimiento que sentados cinco horas frente a una pizarra.
–Además, han sido pioneros en aspectos como la alfabetización de las niñas.
–Así es. La inclusión está asumida en el ADN desde los orígenes: el pare Vicent y los beguines ya recogían niños y niñas de las calles de Valencia. Además, nos adelantamos a la Ley de Instrucción Pública del siglo XIX y ya enseñábamos a leer y escribir a las niñas en el siglo XVIII, cuando sólo se les instruía en labores y música. Para el colegio era un tema de crecimiento personal y de que pudieran valerse por sí mismas.
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–¿Cómo ha sido la evolución de la institución estos años?
–Hay un tema complejo que nos preocupa: el de las plazas escolares en San Antonio de Benágeber, ya que la demanda de la escuela concertada por parte de las familias dificulta que puedan entrar los niños internos en la residencia. Esto hace que nuestra función social se vea debilitada por las normas de ratios que establece la conselleria. Hace unos años no teníamos ese problema pero ahora, con el crecimiento de población en el municipio, sí que nos sucede. Tendríamos que encontrar una fórmula que, siendo legal, favoreciera nuestra función social.
–¿A qué retos se enfrentan?
–Al mismo que la educación en la Comunitat: fomentar la educación en valores, preparar a los niños para el tiempo que les va a tocar vivir y hacer de ellos personas. En nuestra sociedad, a veces, todavía mantenemos algunos aspectos que hay que pulir, como en temas como el civismo o la violencia de género.
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–¿Cómo ven la situación de la educación en España?
–No más difícil que antes. Nuestra sociedad es más compleja. Ahora se habla de las tecnologías, de las redes sociales, que tienen su parte mala y buena, etc. Y, como en todo, hay que abordarlo desde la escuela pero también desde las familias. Nuestro mundo es mucho más amplio y tenemos que lograr que los estándares de educación alcancen a todo el mundo.
–Si San Vicente Ferrer levantara la cabeza, ¿qué diría?
–Igual que cuando empezó era necesario, ahora sigue haciendo falta. Algunas veces se intenta ocultar esa necesidad por hacer ver que vivimos en una sociedad muy avanzada y estupenda pero, cuando levantas la alfombra, ves que la realidad humana no es lo ideal que se pretende, sino que tiene claroscuros que hay que atender y dar respuesta. La sociedad de San Vicente tenía dificultades y complejidades, así que seguramente no se extrañaría de lo que nos está pasando y diría: «Temeu a Déu i doneu-li glòria».
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