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En familia con Manolo García e hijo

El niño de Tomelloso que llegó a Valencia con cinco años no podía imaginar que terminaría haciendo fallas de vareta junto a su hijo

ELENA MELÉNDEZ

Martes, 28 de marzo 2017, 21:07

El ambiente en la plaza del Ayuntamiento es de auténtica expectación. Estamos a martes y las tres patas que sostienen la figura que emula la Torre de Comunicaciones de Calatrava en madera hacen de soporte de una enorme aguja que se eleva hasta los 42 metros. Cientos de turistas y curiosos doblan sus cuellos para tratar de fotografiar la enorme escultura de madera que tanto cuesta encuadrar en la pantalla de los smartphone. La mañana se presenta ventosa y algunos comentan con desconfianza, sin apartar los ojos de la enorme grúa que sustenta la falla: «¿Aguantará hasta el domingo?» Manolo García hace su aparición montado en una scooter de la que se baja casi en marcha para apartar una de las vallas y entrar al recinto de montaje. Sin preámbulos se dirige a los operarios que allí aguardan y les detalla el punto exacto donde tienen que clavar unas maderas en la parte inferior. «Manolo, ¿tendrás media hora para que hagamos la entrevista?», le pregunto tras presentarme. Me mira perplejo: «¿Media hora? Pero si yo no tengo mucho que contar», afirma señalando el colosal monumento elaborado con varetas que se alza sobre nosotros.

El germen del Gulliver

  • La enorme figura de Gulliver que se ha convertido en emblemática zona de juegos infantiles en el viejo cauce del río Turia se construyó en la Ciudad Fallera. El taller de Manolo García fue uno de los que participaron cuando el pequeño Manolo era sólo un niño. «Recuerdo que me subía a los caballetes de madera y me mandaban bajar. Era todavía muy pequeño y tengo la imagen de estar de pie sobre las piezas del Gulliver, que lógicamente entonces me parecían enormes. Está hecho con varetas de madera que luego cubrieron».

Sin duda la mejor explicación a la trayectoria de este artista fallero es su trabajo, un oficio que aprendió cuando todavía era niño y que desarrolla por experiencia pero sobre todo por instinto. «Yo nací en Tomelloso, pero cuando tenía cinco años nos vinimos a vivir a Valencia, a una casa que estaba muy cerca de la Ciudad Fallera. Me gustaba pintar desde muy pequeño y siempre andaba trasteando, así que decidí que quería ser pintor», recuerda. Tenía trece años, llegó el verano y, ante la afición a las artes que él mismo alimentaba, lo llevaron a un taller para que pudiera formarse. «Resultó que la persona con la empecé a trabajar era Manolo Martínez Mollá, carpintero. Así que me metí en carpintería y a los tres años de estar con él empecé a colaborar con su hermano, José Martínez Mollá, que hacia fallas de Especial». Esos monumentos llevaban una estructura para coger la forma y ahí es donde Manolo adquirió la experiencia trabajando con varetas de madera. «He hecho unas 80 fallas de Especial y unas 15 del Ayuntamiento», asegura.

En ese instante se une a nosotros Manolo García hijo, un joven que posee el mismo porte duro que su padre y a la vez la mirada atenta de las personas apasionadas por lo que hacen. Lo suyo con la madera empezó a los dos años con un martillo y unos clavos, haciendo del taller paterno su pequeño mundo. «Recuerdo que llegaban la vacaciones y en lugar de irme por ahí de viaje me metía en el taller, me subía por las figuras... Lo he mamado desde pequeñito, viendo cómo trabajaban él y las personas que aprendían con él», explica. Para Manolo García junior, vivir la carpintería día a día hizo que la llevara muy adentro y que haya decidido consagrar toda su carrera profesional a ella. «Quiero seguir trabajando con la vareta y no dejarlo nunca», confiesa ante la orgullosa mirada de su madre, que añade: «Él es ahora mismo la persona que mejor trabaja la vareta de cuantas conozco. Hay ciertas piezas que muchos carpinteros no serían capaces de modelar, mientras que él hizo casi todo el león. Tiene una habilidad y una sensibilidad especiales».

El momento clave en la vida de Manolo García padre llegó el día en que, habituado a que las personas que veían las estructuras de madera de sus fallas dijeran que estaban más bonitas así que acabadas, tomó una decisión arriesgada. «Dije que a partir de ese momento a mis piezas ya no las tapaban ni les ponían barro, y empecé a hacer fallas de vareta. Lo hacia primero en Alicante, porque aquí el jurado no dejaba». Insistió al Ayuntamiento de Valencia durante cinco años para que le dejaran hacer la falla municipal sin conseguirlo. Hasta que en una de las ocasiones presentó el Leonardo da Vinci y tampoco se lo dieron, pero a Na Jordana le gustó la idea y se la encargaron. Lo que les impulsó a lanzarse con el proyecto de este año fue un objetivo doble: hacer la falla más alta de la historia y levantarla al tombe, la manera tradicional a mano con la ayuda de palos.

Juntos, padre e hijo llevan recorriendo desde hace años toda la geografía nacional con sus trabajos. Manolo hijo recuerda con especial cariño el viaje que les llevó a Las Palmas de Gran Canaria para hacer un escenario de treinta metros de altura por doscientos metros de largo. «Yo nunca había salido de aquí y de repente me vi en los carnavales, fue muy bonito». Para Manolo García junior, su padre es el mejor maestro, aquel que no se corta a la hora de echarle la bronca cuando algo está mal y que es capaz de hacerle desmontarlo todo y repetirlo las veces que haga falta. «De mi padre lo he aprendido todo. Antes pasaba de las cosas, era un niño. Él me ha hecho arrancar, hacerme adulto y pensar más en mi profesión y mi familia. Al final te das cuenta de que el trabajo, el esfuerzo y que me repitiera las cosas tantas veces tenía un sentido».

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