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Laura, en su casa, hojea el álbum de fotosque permiten recorrer una infancia privilegiada.

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Laura, en su casa, hojea el álbum de fotosque permiten recorrer una infancia privilegiada. Damián Torres

El álbum de la infancia de Laura Fitera

Sus primeros años transcurrieron entre jardines frondosos, abrigos a medida y el olor de la leña y de su madre. Nacida en Pontevedra en el seno de una familia amante de la cultura, su infancia estuvo marcada por la autenticidad

Elena Meléndez

Sábado, 7 de septiembre 2019

Una de las cosas que más le gustaban a Laura Fitera de niña era las reuniones tras la cena en la cocina. Allí la tata que tenían entonces les contaba a ella y sus hermanas cuentos de lobos y desaparecidos. «Vivimos una infancia muy privilegiada al tener la oportunidad de crecer en los pazos de mis padres y mis abuelos que tenían unos jardines inmensos. No es lo mismo crecer en un lugar así que en un piso; eso marca una infancia muy ligada con la imaginación y con vivencias auténticas», asegura Laura.

Nacida en Pontevedra en 1953, define a su familia como conservadora y tradicional pero ligeramente excéntrica, ya que en su casa reinaba un ambiente de creatividad, pues su padre siempre estaba atento a las vanguardias y el arte. A su madre la recuerda como una mujer bellísima, inteligente y muy creativa. «Celebrábamos todo lo que se podía celebrar, el día de nuestro cumpleaños nos decían, 'mañana eres la reina de casa, ¿qué quieres comer y qué quieres cenar?'. Y ese día mi padre hacia funciones de guiñol para nuestros amigos».

Además, toda la familia leía muchísimo, hasta el punto de que, en las comidas, se hablaba de los libros que habían leído. Una costumbre que Laura ha mantenido hasta el día de hoy, pues en su casa no hay tele en el salón para propiciar la conversación cuando se sientan a la mesa. «Empecé con Mujercitas, El Club de los Cinco y Las Aventuras de Guillermo Brown. Antes de los quince años mis hermanas y yo habíamos leído toda la literatura clásica española, inglesa y francesa».

Laura recuerda que en las comidas en familia se hablaba de libros leídos

Desde bien pequeña, Laura sintió fascinación por la moda, una pasión que puede apreciarse en las numerosas fotografías en las que ella y sus hermanas lucen enfundadas en vestidos y abrigos de corte impecable, pero también en pantalones anchos, una tendencia muy avanzada para el momento. «A mi madre le encantaba la ropa, desde los siete meses yo llevaba abrigos de piel, además no salía sin mis bolsos y collares, siempre fui la reina del complemento… (ríe) Fuimos nombradas en varias ocasiones las niñas más elegantes de Pontevedra».'

Cuando Laura tenía dieciséis años trasladaron a su padre, que trabajaba como delegado de comercio, a Valencia. Una vez aquí se instalaron en un palacete de la calle Caballeros que su madre decoró con toques barrocos. «En cambio el apartamento del Perelló lo vistió mi padre con sillas de Le Corbusier y mesas de cristal y acero. Esa fusión de dos personalidades distintas junto con haber vivido en una Galicia que en aquel momento era muy rural forjó nuestro carácter».

A los dieciséis años se instaló en Valencia, en un palacete de la calle Caballeros

En verano visitaban Estoril para a ver a sus abuelos, pero también iban a San Sebastián o a La Coruña. En su memoria han quedado grabados los sabores de las recetas de su abuela o su madre, que era una excelente cocinera y sabía preparar un pollo con chocolate extraordinario. «En mi casa la cena clásica en Nochebuena era coliflor hervida con patatas y besugo al horno. Al día siguiente comíamos marisco. Mi infancia olía a leña y a hierba y sin duda al aroma del perfume de mi madre, que dejaba un rastro de violetas», dice Laura, con añoranza, mientras pasa las páginas de su álbum.

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