Ana Martínez es hija y nieta de zapateros, por lo que no es de extrañar que el diseño forme parte de su ADN. Heredera de Martinelli, una marca referente en el mundo del calzado desde hace cincuenta años, ha aprendido los secretos del mundo ... del calzado de primera mano.
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Su padre no quería, en un principio, que continuara con la tradición familiar. «Es un mundo muy sacrificado», confiesa la ilicitana, por eso «estaba en contra de que siguiera». Por este motivo y porque le encantaba la idea de «construir, se lanzó a estudiar Arquitectura en Valencia. Se licenció y consiguió un buen puesto en Bélgica. No obstante, mientras diseñaba la sede de la OTAN en Bruselas, se dio cuenta que no podía renunciar a lo que llevaba en la sangre y que su verdadera vocación era la de vestir pies.
Ana ha crecido entre zapatos, talleres y fábricas. «El olor de la piel y de la cola» son parte de su infancia. «Yo llevo toda la vida diseñando y haciendo zapatos para mi padre». Su primer par que salió a la venta fue un desastre. Se inspiró en un viaje a Nueva York. «Todo el mundo llevaba los mismos zapatos», una especie de zapatos de ballet con un elástico en medio. Ana quiso crear un modelo similar, con suela de cuero y piel, pero no triunfaron: «No vendí ninguno».
Sin embargo, la empresaria no tiró la toalla. «No me iba a rendir antes de recibir el fruto». Y así fue. Nueve años después de aquel primer fracaso nació su propia aventura empresarial en 2017, bajo la firma Ana Marttin. Su marca es, ahora, todo un homenaje al trabajo de su padre y de su abuelo.
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Con su firma ha llegado hasta los pies de algunos de los rostros más famosos del panorama nacional como Eva González, India Martínez, Ana Polvorosa y Los Javis. El Rey Felipe VI navegó con uno de sus calzados durante la regata Copa del Rey Mapfre 2017. También el hijo del famoso diseñador Salvatore Ferragamo. «Que Leonardo me comprara unos zapatos me hizo mucha ilusión».
Las claves de su calzado son la «calidad, dedicación y cariño». Ana y su empresa cuidan los detalles al milímetro. Cada cliente es «único» y dan un trato personalizado. «Hacemos par por par» y todo confeccionado en España.
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La empresaria ha decidido centrarse en la exclusividad. «Martinelli fabricaba 2.000 pares al día, yo vendo a menos tiendas» explica, porque la mayor parte de sus compras se realizan a través de la página web y de clientes de fuera del país.
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Ana comenzó centrándose en los zapatos para novias. Para su gran día, Ana siempre hace «dos pares del mismo zapato», cuenta. Sin romper la estética del zapato y para que vayan más cómodas, crea un calzado de tacón y otro de cuña del «mismo color y diseño y de la misma altura».
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La empresa, confecciona su calzado en fábricas de Elda y Elche. De allí salen todos los zapatos, tacones, botas y sandalias. El calzado masculino es, ahora, el más demandado por su «comodidad y exclusividad».
Qué es: Ana Marttin es la empresa de Ana Martínez, nieta del fundador de la marca de zapatos Martinelli.
Arquitectura: La empresaria de Elche estudió esta carrera y ejerce, en la actualidad, de ello para un estudio de Mallorca.
Marca: Su firma se basa en la exclusividad, comodidad y cariño. Cada zapato es único y se puede personalizar según los gustos del cliente.
Con Ana Marttin, la diseñadora quiere que el cliente, nada más abrir el producto, sienta el perfume del «zapato recién hecho» que le transporta a su niñez. «No quiero que sea un zapato almacenado en una tienda seis meses», dice. «Quiero que tenga una historia detrás».
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Ana no sólo ha conseguido continuar la saga zapatera, sino que ha aunado sus dos pasiones. «La arquitectura es como el zapato a pequeña escala», afirma. En ambas disciplinas, el «soporte» es la base del diseño. La empresaria trabaja en Mallorca, en un estudio dedicado al sector de lujo. Allí vive con su marido y sus dos hijos pequeños. Las dos profesiones requieren tiempo: «No llego a todo, pero lo intento», reconoce.
Siendo la hija y la nieta de dos de los nombres más conocidos en el sector del calzado, parecía que el futuro de Ana estaba escrito. No obstante, decidió trazar su propio camino. Estudiar arquitectura no le ha cerrado ninguna puerta, es más, le ha permitido obtener la independencia económica necesaria para ver su sueño materializado: tener su propia empresa de zapatos. Ahora combina sus dos pasiones que son como el ying y el yang. Se complementan en armonía, aunque con mucho trabajo y esfuerzo detrás.
«Los zapatos eran mi sueño y ahora por fin son mi trabajo», afirma Ana. «Me daba mucha pena que nadie fuese a seguir con esto» después de que su abuelo consiguiera que su marca fuese número uno de España en el sector.
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Y es que su firma de zapatos no es una pieza independiente del engranaje Martinelli. Es una muestra de todo lo que Ana ha aprendido del oficio. Su padre cada día va a la fábrica y controla que esté todo bien. Le ayuda con su experiencia y mira con orgullo a su hija, que se ha convertido en la tercera generación de zapateros de la familia.
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