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Hace más de veinte años que Yica Djuric vive en Valencia, adonde llegó en un periplo que comenzó en su tierra natal, Belgrado, y continuó por Italia, Japón y las Islas Canarias. La artista, que confiesa que es feliz pintando en su estudio ubicado en ... la calle Moro Zeit, exploró de pequeña la música porque su padre era guitarrista. Ríe cuando cuenta que no, que es negada para el oído, y fue cogiendo los pinceles cuando descubrió su verdadera vocación. «Llegué a estudiar Diseño Gráfico porque me decían que no viviría de la pintura, pero no podía yo con tanta perfección».
Esta mujer serbia se levanta a las seis de la mañana y comienza cada día en el gimnasio, y de ahí al espacio que ha creado entre cabezas de mil colores y un universo con espíritu infantil que caracteriza su forma de ser. Como quien cuenta que ha ido a comprar o a hacer una gestión, relata cómo el que fuera el expromotor de la Fórmula 1, Bernie Ecclestone, le compró una de sus obras para su casa en Ibiza, que Yica pudo visitar. «Cerca de un 'picasso', ahí estaba yo», ríe, y enseña una foto donde se ve el cuadro y tres pares de piernas reflejadas en un espejo: las suyas, las de Ecclestone y las de su mujer, que ya le ha encargado otra obra. «Todavía no la he hecho, soy un desastre», y ríe. Lucía Dominguín también es fan suya, y en una de sus apariciones televisivas llevaba un abrigo pintado por Yica. «Cada vez que viene dice que le recuerda a su infancia, al estudio de Picasso, con quien veraneaba en el sur de Francia.
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Durante la entrevista llega al estudio de la serbia Miguel López de la tienda de telas Julián López, que se ha acercado para agradecerle el trabajo que ha hecho decorando escaparates, maniquíes y demás elementos comunes de los nueve establecimientos que tienen en España. «He estado día y noche y fines de semana pintando maniquíes, pero muy feliz».
Sobre Valencia, Yica Djuric cree que es una de las mejores ciudades del mundo para vivir. «Siempre que vuelvo de un viaje me sorprende su luz. Es maravillosa». La serbia ya tiene también nacionalidad española, así que ya no se considera extranjera en un lugar que la ha acogido muy bien y que tiene «una energía especial».
Reconoce que cuando se pone a pintar el tiempo se detiene y olvida el paso de las horas. Ella y el lienzo, con el que reconoce que habla. no existe nada más. Ni siquiera planea qué va a dibujar, «sale solo», asegura la artista, que plasma su obra sobre paredes, ropa, tazas y cualquier objeto inimaginable. Hasta las paredes tienen mil colores. «Cuando vienen niños les dejo que pinten».
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