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Azahara Santoro no tuvo una infancia convencional. Sus padres era dos hippies muy jóvenes cuando se conocieron en Granada, él italiano y ella valenciana. Se enamoraron vendiendo macramé y cruzaron andando el desierto de Almería con la idea de instalarse en Canarias. Fue en Barbate ... donde su madre se enteró de que estaba embarazada, así que dejaron el grupo con el que viajaban y decidieron volver a Granada donde nació Azahara. «Vivíamos en una casa en el campo con otra familia, en poco tiempo nacieron mis dos hermanos. Mis padres eran temporeros de la aceituna y no empezamos a ir al colegio hasta los seis años. Las clases las daba una monja en una iglesia donde retiraba los bancos y estábamos juntos niños de todas las edades», recuerda Azahara con cariño.
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María José Carchano
Cuando estaba a punto de cumplir los diez la familia se instaló en casa de su abuela materna Carmen en Catarroja. A Azahara le costó adaptarse al colegio de allí, fueron unos años difíciles hasta que estudió Bachillerato artístico en Silla y, tras cursar un año de Bellas Artes, se matriculó en la EASD de Valencia para formarse como joyera. «El cuarto curso me matriculé en Florencia y pronto vi que no era mi lugar, allí experimentaban mucho con los materiales y a mi me gusta la narrativa, investigar en las historias. Mi trabajo fue reconocido y llegué a exponer en Barcelona, pero no era lo que buscaba en ese momento», explica.
Volvió a Valencia y, tras pasar cuatro años trabajando en el sector de la moda, se dio cuenta de que era el momento de crear un proyecto propio que estuviera alineado con su visión. «No entendía la voracidad del mercado, pensaba que era posible hacer las cosas de otra manera. Hice «El camino del artista», que es un curso para desarrollar la creatividad, eso lo cambió todo. Yo soy muy curiosa, quería viajar y traer cosas únicas de otros lugares, ofrecer rituales y talleres», afirma. Encontró el local perfecto en la calle Palomar, a solo unos metros de su casa en pleno barrio del Carmen. Viajó a Los Ángeles para buscar inspiración y allí vio todo lo que necesitaba. En el avión de vuelta encontró el nombre de la tienda viendo la película «Come, reza, ama». «El protagonista usa la palabra Antevasin's para definir a alguien que vive entre el bosque y el pueblo, entre la espiritualidad y lo terrenal. Me pareció que encajaba con el proyecto. Siempre me han interesado los ritos como umbral y transición», explica.
En su espacio vende joyas, aceites, libros, objetos singulares, material de escritura, cosméticos, cerámica y velas que elabora de manera artesanal y que ya distribuye en tiendas de Estados Unidos, Italia, Suiza, Alemania o Amsterdam. También organiza rituales, ofrece consultas astrológicas, lectura de tarot y cursos de joyería y de creatividad. «Es un modelo de negocio particular que ya ha cumplido cinco años. He tenido ofertas para abrir en otros lugares, opciones para crecer más rápido, pero quiero proteger su esencia y crecer lentamente. Me imagino más como el señor que vende las varitas de Harry Potter».
«Este sector ha dejado atrás el perfil hierbas y hippy, ahora se valora lo exclusivo y el perfil de cliente es de un nivel adquisitivo medio y alto que sabe apreciar la calidad y busca la espiritualidad, pero sin dogma. En España no hay iniciativas como esta todavía, en cambio en Estados Unidos o en los Países Nórdicos son muy habituales. Cada vez hay más necesidad de encontrar sentido a las cosas».
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