La historia de las mujeres que han ostentado el título de duquesas de Valencia es fascinante, con cucarachas con mensajes antifranquistas saliendo de una celda, noches en vela de pinchadiscos o campeonatos de esgrima. Vaya por delante, sin embargo, que en Valencia nunca les ha ... hecho mucha gracia eso de que exista un ducado asociado a la ciudad, sobre todo porque el Reino de Valencia existe de varios siglos antes de que la reina Isabel II concediera al general Narváez el título por su desembarco en tierras valencianas en su lucha contra el progresista general Espartero.
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Aunque el título no lleve, como antiguamente, un señorío y unas propiedades. Así que cuando en la familia Narváez se dejaron de pagar las tasas asociadas a cualquier título nobiliario, tanto la Generalitat como el Ayuntamiento de Valencia pleitearon por su desaparición, pero los tribunales le dieron la razón al padre de la actual duquesa de Valencia, Abigail Narváez. Y aunque en realidad la relación de la familia con la capital del Turia es inexistente, la cacereña Abigail luce con orgullo el título, que habla de un ilustre antepasado sin el cual no se entendería la historia de España del siglo XIX.
Ahora, la vida de sus descendientes ha sido muy distinta a la que tuvo el general, siete veces presidente del Consejo de Ministros. Luisa María Narváez fue la más conocida porque a pesar de que su infancia discurrió como la de cualquier niña criada en una familia con posibles (institutrices, puestas de largo, cacerías, veraneos en el norte y viajes a París y Londres), durante la dictadura de Franco se convirtió en una activa antifranquista, que creó un movimiento llamado ‘Avanzadillas Monárquicas’, con el objetivo de que se restaurara la monarquía en España en la figura de don Juan de Borbón, abuelo del actual Rey.
Curiosidades de la aristocracia, mientras la actual duquesa de Valencia es cacereña, el marqués de Cáceres es valenciano y se llama Juan Noguera. Comparten la Grandeza de España, una distinción de la que sólo pueden presumir algunos nobles, y en el caso de Juan Noguera su título le viene del siglo XVIII, cuando se le concedió a un antepasado suyo, capitán de fragata, que se llamaba Juan Ambrosio García de Cáceres, por sus servicios en la guerra de Dos Sicilias. Entre los poseedores del título a lo largo de los siglos ha habido destacados juristas, políticos y militares, pero por lo que es conocido actualmente el marquesado es por la bodega riojana que fundó otro valenciano, Enrique Forner, amigo del padre del actual marqués, y que le cedió el uso del título como nombre. Todavía hoy, Juan Noguera está unido a la bodega como el mejor embajador de marca que podía tener. Profundamente monárquicos, la familia del marqués de Cáceres apoyó a Juan de Borbón en su exilio en Estoril, y todavía hoy Juan Noguera recuerda sus visitas de niño a Portugal. El marqués de Cáceres vive actualmente en la plaza de San Agustín, en el centro de Valencia, y en la terraza de su casa ondea siempre una bandera de España. Es una persona tremendamente accesible, con un humor agudo y que poco tiene que ver con la discreción de la que hace gala la mayoría de los aristócratas que todavía viven en Valencia.
Contaba Mujerhoy que la historia de Luisa María Narváez la llevó a la cárcel en numerosas ocasiones porque se dedicaba a repartir octavillas antifranquistas por Madrid a plena luz del día y recogía estudiantes en su coche para evitar que los grises los detuvieran durante las manifestaciones. Era una persona con un fuerte carácter y una mujer adelantada a su época, aunque en realidad no fuera ‘la duquesa roja’ como en algunas ocasiones la han calificado, sino que era conservadora, estaba muy a gusto con formar parte de la aristocracia.
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Su familia tuvo que pagar cuantiosas multas que tuvieron que sufragar con la venta de propiedades inmobiliarias y en otras la metieron entre rejas. Se cuenta que en una ocasión, y para disuadirla de su lucha, fue a parar a una celda llena de cucarachas, y ella las aprovechó para pegarles insultos contra Franco y sacarlas por debajo de la puerta ante el escándalo de los guardias. Casada y divorciada, no tuvo hijos, y pasó sus últimos años en el Palacio de las Águilas, en Ávila, que heredó el Estado español.
En varias ocasiones el título ha estado a punto de extinguirse por impago de las tasas nobiliarias asociadas a él, hasta que el padre de Abigail, Juan Narváez, consigue recuperarlo. Tampoco en su caso hay ninguna vinculación con Valencia más allá del título, porque el noble se instaló en Cáceres, donde se dedicó a la cría de animales. Su hija Abigail, de hecho, nació en Cáceres, aunque ha pasado una gran parte de su vida en Madrid.
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Su vida también es bastante peculiar para una noble. Campeona de España de esgrima, llegó a estar en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat preparándose para las Olimpiadas de Barcelona, y posteriormente consiguió la mejor marca extremeña en salto de pértiga. Estudió Publicidad, posteriormente Ciencias del Deporte, y trabajó de diseñadora gráfica hasta que consiguió la beca Zurbarán, que le permitió dejarlo todo y dedicarse en exclusiva a la pintura. Cuando en 2015 se convirtió en la nueva duquesa de Valencia tras la muerte de su padre, se hizo conocida, ofreció algunas entrevistas y la prensa la denominó la duquesa ‘pop’, por las influencias artísticas de ese movimiento. Contó además que durante unos años se había dedicado a pinchar música electrónica o ‘deep house’, hasta que decidió dejarlo porque «se me hacía muy duro trasnochar».
Como pintora, ha expuesto en Cáceres, Madrid, Sevilla o Lisboa, y con el tiempo se especializó en encargos de retratos de animales, a los que nunca ha considerado mascotas, sino que los dibuja como si fueran personas, según sus propias palabras. Como su tía abuela, que dicen que murió rodeada de perros y fieras amaestradas, los animales han estado muy presentes en la vida de Abigail.
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Begoña Clérigues
Contactada por LAS PROVINCIAS, guarda ahora un discreto silencio. Desde que entre 2015 y 2016 se hiciera conocida por su faceta aristocrática y contara cómo ha sido su fascinante vida, en la que admitía además las dificultades de vivir del arte, ha optado por dejar de salir en los medios, mientras la figura de su tía abuela se puso en valor. Ella misma ha contado que ser aristócrata no va asociado con el hecho de considerarse especialmente monárquica, quizás porque el deporte, el arte o la noche, donde se ha movido bien, tienen poco que ver con el mundo cerrado que el imaginario colectivo atribuye a quienes tienen títulos nobiliarios. Los tiempos han cambiado.
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