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MARIA JOSÉ CARCHANO
Valencia
Jueves, 30 de agosto 2018, 00:40
Quedamos en la cafetería de la Beneficencia. Su directora, Ana Carreño, es una mujer de sonrisa fácil; ahora disfruta del éxito, pero el camino no ha sido fácil. «En mi vida he estado arriba y abajo, así que ahora pongo pasión a lo que hago y no espero nada», dice.
-¿Hace balance?
-Estoy felizmente cansada, porque ha sido un salto vertiginoso de un año a otro, pero es que va con mi carácter, intento siempre asumir retos cada vez mayores, porque estoy medio girula. Así que, igual que se hace en fallas, yo ya estoy pensando en el año que viene, en programar nuevas actividades. Porque Valencia es mucho más, no sólo sol y playa, y la Pasarela de les Arts intenta enseñarlo.
-¿Cree que no lo hacemos?
-El problema del pueblo valenciano, aunque seguramente es políticamente incorrecto decirlo, es nuestra propia idiosincrasia, porque no sabemos lo que tenemos, y cuando alguien dice «mira, podemos proyectar Valencia al exterior más allá de los tópicos», no se nos apoya.
-Lo cierto es que hay que tener mucho valor y poco miedo a fracasar para involucrarse en un proyecto como el que usted abandera.
-No tengo miedo al fracaso, es verdad, pero es que si no sale bien no pasa nada. Sé que si me quedo sentada no me voy a caer, pero eso no va conmigo. Sí me han dado miedo las zancadillas, y de esas he tenido muchas, porque Valencia es una tierra de corralitos, pero mis límites me los pongo yo. Hubo un momento en que tuve la tentación de tirar la toalla, de pensar: «No lo vas a conseguir, es una cabezonería tuya». Pero luego, por otro lado, me dan fuerza. Cuando más trabas me ponen, más ganas tengo de seguir adelante. Y entonces pienso: «O rompo el muro o soy yo quien se rompe la crisma». De momento he roto el muro. Así que ahora, si veo una pierna, la salto y ya está.
-¿Se imaginaba en este lugar, fue un proyecto meditado?
-Me lo dicen hace seis años y me pongo a reír. Yo me formé en protocolo y traducción, trabajé en una productora de televisión y después estuve mucho tiempo criando. Cuando volví se me fueron poniendo delante las personas que necesitaba en cada momento, y en las situaciones más difíciles era como si estuviera escuchando una voz que me dijera: «No te puedes rendir». En realidad, lo que ocurre es que tu vida es más lista que tú.
-Pero usted no vive de ello, lo que le obliga a tener un trabajo aparte. ¿Cómo lo compagina?
-Pues le diría que durmiendo poco, trabajando mucho y escuchando de vez en cuando: «Mamá, no nos haces caso». También le digo que ya es hora de que la gente de la pasarela pueda medio vivir de esto, que empezó como un reto personal y ahora requiere mucho más tiempo.
-Después de dedicarse a la familia tuvo que empezar de nuevo. ¿Le resultó muy complicado cambiar el chip?
-Nadie va a ir a buscarte a tu casa. Así que pensé: «Tengo mi cabeza, dos manos y un ordenador». Y empecé. Fue duro, pero es que un cliente te lleva a otro, y si trabajas bien van saliendo las cosas.
-¿Cuál cree que es el secreto para conseguirlo?
-A veces me preguntan: «¿Tú qué eres?» Y yo contesto: «Experta en milagros». A mí no me ha movido el interés, sino la ilusión, que salga bonito, que la gente esté contenta. Seré un poco estúpida, pero no puedo dejar de ser como soy.
-¿Se lo ha acabado transmitiendo a sus hijos?
-Absolutamente, porque creo que no hay otra manera de ser feliz. Si uno no hace las cosas con el corazón es un desastre. La pasión se convierte en la clave del éxito, cuando no la tienes no das lo mejor de ti. Si encima te sumas a un grupo de gente que trabaja como tú, cuánta energía positiva existe enfocando hacia un lugar para que salga bien. Y esa gente que se mueve así es muy de fiar. A mí solo me interesan las personas buenas, leales, amables con los demás.
-Por cierto, permítame decirle que no parece que tenga usted 48 años. Para nada.
-Los tengo y me los noto en los huesos de tanto trabajar. Me hacen gracia a veces los amigos de mi hija, que son veinteañeros, y le dicen: «Qué buena está tu madre». La verdad es que me alegran el día (ríe).
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