Vista del chalé de Alcossebre que perteneció a Nuria Espert. Txema Rodríguez

El chalé más icónico de Alcossebre: el antiguo refugio de Nuria Espert

La actriz vivió largas temporadas en un espectacular unifamiliar que encargó al prestigioso arquitecto Fernando Higueras en 1968: sus actuales propietarios abren hoy sus puertas para un fascinante recorrido por una reconocida pieza arquitectónica que sorprende por su modernidad

Jorge Alacid

Valencia

Domingo, 9 de julio 2023, 19:44

Dicen que es la casa más bonita del mundo, seguramente una hipérbole muy exagerada, desde luego. También que es la casa más bonita del Mediterráneo, lo cual también parece imposible de comprobar. Pero ambas etiquetas ayudan a prefigurar el sobresaliente impacto que recibe el visitante ... que, luego de negociar un par de rotondas a la entrada de Alcossebre, detiene su vehículo ante la entrada de este formidable chalé, de elegante fisonomía. No puede pasar desapercibido porque todo en su silueta pregona la alta arquitectura que distingue su diseño. O ese aire semiemboscado entre pinos, cactus y palmeras que dota al conjunto del edificio de un aire de misterio. Tiene aspecto de fortaleza. Un castillo amable donde no habita ningún ogro. Al revés, aquí sólo anida el buen gusto. El de su autor, el reconocido arquitecto Fernando Higueras, y el de su clienta, la gran actriz Nuria Espert. A ella se atribuyen esas dos frases, según las diferentes teorías que existen al respecto, que encabezan estas líneas. También se le endosan diversas interpretaciones a propósito de cómo se construyó la casa más bonita del mundo. O del Mediterráneo.

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Pero saber cómo Espert encargó a Higueras el chalé donde pasaría los días más felices de su vida da un poco lo mismo. La importancia de esta casa radica más allá del anecdotario. Reside en la majestuosidad del edificio, en su perfecta sincronía con el entorno, en los hallazgos que contiene y que hablan del ingenio de su autor y sobre todo de cómo se materializa también en la arquitectura ese principio de Coco Chanel según el cual lo moderno es aquello que no se pasa de moda. Impresiona la enorme vigencia de esta criatura nacida del tablero del profesional madrileño en 1968, que ha atravesado las vicisitudes propias de todo edificio cuando va cambiando de manos. De las de Espert pasó a las del médico castellonense Manolo Ballester y su esposa, que al final de su vida decidieron que la casa superaba sus posibilidades (unas dimensiones propias para ser habitada por más de dos personas: ideal para una familia más amplia, mejor si es numerosa) y la volvió a poner en venta. Tuvo suerte: encontró en sus actuales propietarios la sensibilidad suficiente para reconocer su hogar en este espacioso chalé, que mira al Mediterráneo pese a la impertinente presencia de otro edificio que robaría alguna de esas vistas a la criatura alumbrada por encargo de Espert, y se rodea de un jardincillo en uno de cuyos rincones resiste un encantador grupo de cactus que plantó el anterior dueño. Ellos, María y Andrés, son de Barcelona pero veraneaban desde hace tiempo en esta orilla de la Comunitat y cuando pensaron en una propiedad que sirviera como epicentro de la vida familiar (son padres de cuatro hijos), tropezaron para su fortuna con esta casa, ante cuya puerta pronunciaron esa frase que todavía recuerdan: «Esto es».

Dos palabras. Dos palabras que valían estupendamente para identificar el objeto de sus sueños, por donde invitan a LAS PROVINCIAS a transitar para desvelar sus secretos y compartir curiosidades. La primera virtud de su casa (reconocida por cierto por el movimiento Docomomo como ejemplo de la mejor arquitectura moderna) consiste en lo antedicho: su extraordinaria vigencia. Nació hace casi 60 años pero su estilo inclasificable (con alguna reminiscencia al mundo de Lloyd Wright según la crítica especializada) permite que hoy aún nos sorprenda el talento de su autor para integrar distintos materiales en su criatura y que dialoguen con su entorno mediante gestos tan radicales como colocar un grupo de árboles al pie de la piscina. Como si la casa aún perteneciera al bosquecillo vecino. Una caprichosa integración en la naturaleza que se observa en otros detalles: por ejemplo, la aleatoria alineación de los cipreses que se cuelan entre las alas del edificio y contribuyen a esa misma sensación. Como si el chalé hubiera nacido fruto de los esponsales entre el monte bajo aledaño y la naturaleza circundante.

La piscina encarna por cierto el elemento central de toda la vivienda, organizada para que las habitaciones se orienten hacia ella y ejerza como altar de las ceremonias familiares. Hasta llegar a sus dominios se salva a la entrada un grupo de habitaciones reformadas como zona de invitados allí donde el doctor Ballester habilitó su consulta. Luego ascendemos por una elegante escalera iluminada por las coquetas lámparas originales, ideadas por Higueras: ya estamos en ese primer piso donde se preserva también el mobiliario fundacional y se ubica la piscina; a su alrededor se distribuyen los espacios estanciales (salón/comedor con chimenea, terrazas) mediante un juego de ordenadas proporciones y simetrías que se valen de las monumentales ventanas que el arquitecto dispuso para asegurar óptima luz y adecuada orientación y para que la experiencia de habitar su criatura despeje la frontera habitual entre exterior e interior. Casi se desvanece esa sensación. No sabes cuándo estás dentro y cuándo fuera.

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«En esta casa se puede decir que casi no hay espacios cerrados», confirman María y Andrés, quienes decidieron hacerse con la vivienda durante la fase inicial de la pandemia (hace ahora tres años), aunque tuvieran que reformar algunas estancias y mejorar el estado de conservación para adaptarla a sus necesidades. Bajo la terraza desde donde explican cómo configuraron la actual distribución de la vivienda, duerme una barbacoa esperando a ocupar su lugar como punto de encuentro familiar. Eso será dentro de un rato; hoy, a primera hora de esta reluciente mañana de San Juan, el sol irrumpe en todo su esplendor, filtrándose a través de los recovecos donde Higueras dejó la huella de su talento. Arquitecto de hondo prestigio en su momento, Espert recurrió a sus servicios para que interpretara el ideal de confort que detectó en la parcela de 4.000 metros (mil construidos, nada menos) y que se materializó en esta vivienda donde se hace realidad el sueño de sus actuales dueños. A saber: que la anchura de los espacios conceda autonomía suficiente a quienes disfrutan de la casa pero que, al mismo tiempo, esa organización interior predisponga también para el encuentro familiar. «Esto es un proyecto de vida», confiesan sus dueños a LAS PROVINCIAS. Y para refrendar sus palabras, de las habitaciones orientadas a la piscina empiezan a salir a la luz del mediodía sus hijos, que cuentan cada uno con su propio espacio para la intimidad.

También sus padres se reservaron unas estancias con idéntico propósito. En la planta superior se encuentra su habitación, la principal, que tiene su propio baño, living y vestidor. Desde la terraza, la vista hacia el Mediterráneo no desmiente su fama; al revés, devuelve esa sensación de plenitud y amenidad que justifica los cantos que le han dirigido los poetas desde la Antigüedad y proporciona la clase de tranquilo abandono que los propietarios de la casa venían buscando cuando se dijeron aquello de «esto es». Tres años después, el tiempo les ha dado la razón. Aunque quedan pendiente nuevas mejoras, y ya saben que una casa de estas características reclama atención permanente, su intención de construirse esta especie de chalé mitad refugio, mitad santuario, se ve cada día avalada por la contundencia de los hechos. Lo comentan cuando cruzamos por la cocina y nos sorprende (de nuevo) su contemporaneidad. Se hace un silencio en nuestra charla y todos miramos hacia el mar, a través de los enormes vanos horizontales que aseguran ese privilegio de cocinar mirando cómo las olas baten contra la orilla y vuelven sobre sí mismas, ese bucle hipnotizante que también a nosotros nos hechiza. «Es un lujo estar preparando la comida mirando al Mediterráneo», coincidimos.

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La visita concluye. Aprovechamos para admirarnos otra vez de ese detalle tan rompedor que es la marca de agua de Higueras: el hormigón al aire que como una cenefa de aire brutalista recorriendo el edificio. En el otro extremo de la casa, el ala que guarda alguna simetría con la zona doméstica llama también nuestra atención. Pasamos junto a la piscina (una de las primeras ejecutadas con diseño volado, al aire: bajo su vientre corre el jardín) y tomamos una escalera interior hasta llegar a la altura donde se alzan dos espacios gemelos: en ellos albergó Espert su biblioteca y también el doctor Ballester ocuparía otra sala después con sus cachivaches. Algunos de ellos resistían todavía cuando María y Andrés se hicieron con la casa y tuvieron que retirarlos. No es el caso de uno de los objetos fetiche que, como un amuleto, nos ha saludado mientras recorremos el chalé: la venerable máquina de escribir que se trajo consigo el poeta Rafael Alberti, uno de los ocupantes habituales a quienes Espert invitaba a gozar con ella de este espacio tan evocador. Sobre ella tecleó también algún verano otro escritor, Terenci Moix, que formaba parte del grupo de amigos que compartía con la actriz tertulias seguro que memorables al borde de la piscina o se maravillaban con las postales de ensueño que se obtienen solo con mirar hacia el horizonte. También Miguel Bosé se dejaba caer por aquí para acompañar a la inmensa actriz, que sigue en activo a sus 88 años recién cumplidos. Una personalidad homérica. Dueña de una poderosa naturaleza, que explica el carácter deslumbrante de esta casa que dejó de habitar a finales del pasado siglo. No ha vuelto. Sí lo hizo un día su hija, recuerdan María y Andrés. Tocó a la puerta, paseó por la casa y, por supuesto, se emocionó durante la visita. Lógico. Entre estos muros, en los juguetones arbolitos que festonean el exterior o penetran en la casa, en la coqueta piscina que pide a gritos un chapuzón, se concentraría para ella una catarata de recuerdos, llegados directamente desde la infancia y la adolescencia, con ese tipo de densidad que distingue a los mejores años de nuestras vidas.

Que es donde, por cierto, reside el intangible más valioso de la casa. Quién sabe si es la más bonita del mundo, o al menos del Mediterráneo, pero da lo mismo. Su atributo principal es que se nota que es una casa muy vivida. Ese milagro que ocurre cuando entra en acción otra suma de prodigios: la alianza entre un cliente sensible, de ideas muy claras y una cierta predisposición a soñar, con un arquitecto intuitivo y sabio. Un hogar para sus habitantes. Un icono para Alcossebre.

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La máquina de Alberti

Cuenta la leyenda que Rafael Alberti, en vida todavía del dictador Franco, desembarcaba de manera clandestina en Alcossebre y se refugiaba en el chalé de su amiga, la Espert. Como recuerdo de aquellas visitas queda el mudo testimonio de una máquina de escribir (marca Hispano Olivetti, modelo Pluma 22) que se ha conservado a lo largo del tiempo y que los actuales dueños preservan como un tesoro. Una pieza de museo que en su día utilizó otro habitual de la casa, el también escritor Terenci Moix. Hoy duerme en un tramo de la escalera por donde se asciende al segundo piso: mitad amuleto, mitad fetiche.

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