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El actor, un apasionado del mar, en el puerto de Valencia.

Sergio Villanueva, un pistolero entre naranjos

A este actor inquieto, siempre envuelto de proyectos, le inoculó su padre el virus del celuloide

Ramón Palomar

Viernes, 1 de julio 2016, 20:55

Si no recuerdo mal, al actor, director y escritor Sergio Villanueva le conocí durante el rodaje de un telefilme aquí en Valencia, cuando en nuestra ciudad el audiovisual elaboraba varias producciones al año. Ya ha llovido desde aquellos arrebatos de industria primeriza cargada de ilusión. Siendo amigo del productor, éste me ofreció la posibilidad de aparecer en la cinta, y además no sólo de bulto, sino con dos o tres frases. Acepté encantado, aun sabiendo que un rodaje resulta aplastante por el tedio. Llegó la esperada noche de mi actuación. Mientras preparaban las luces y el atrezzo, me enviaron a la chica encargada del vestuario. Me radiografió de arriba abajo, ladeó la cabeza y luego dijo: «Vas perfecto, no te añado nada, no lo necesitas...» Confieso que me largué de su roulotte algo confundido. Interpretaba a un camello desalmado que corrompía a unas jovencitas a base de pastillas mágicas. Creo que ahí me replanteé un posible cambio de estilo en cuanto a vestimenta. No sé si lo he logrado, en fin.

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El caso es que, tras soltar mis frases y recibir la aprobación pot parte del director, apareció por allí Sergio Villanueva para presentarse y felicitarme: «Oye, lo has hecho muy bien, de verdad, muy bien». De inmediato descubrí, en efecto, que estaba ante un tipo que no sólo era buena persona, pues mi pequeña incursión me temo que fue de lo más lamentable, sino también un optimista rotundo. Mientras esperábamos los ajustes de luz (en las pelis se pasan casi todo el tiempo obsesionados con la dichosa luz) para sus escenas, estuvimos hablando de libros. Era un tipo leído y culto y desde aquella situación, cada vez que nos vemos chocamos nuestras manos con sincero afecto.

El valenciano Sergio Villanueva es uno de los hombres más inquietos que conozco. No para, el tío. Siempre anda envuelto de proyectos, aventuras, obras, pelis, guiones, libros. Algunos amamos la vida contemplativa y trabajamos porque no disponemos, qué tristeza, de una luenga renta familiar que fertilice nuestra natural pereza. Mientras tanto, hay otros que necesitan raciones de tralla diaria, porque sin ésta se diría que se jibarizan paulatinamente hasta llegar a la extinción. Sergio pertenece sin duda a este segundo grupo. Qué envidia.

Por desgracia, en vista del páramo valenciano en materia audiovisual, Sergio emigró hará unos tres años a Madrid para buscarse la vida, y con éxito. Es el eterno drama que padecen los faranduleros valencianos. La pregunta de siempre: ¿Me quedo o me voy? Y al final no tienen más remedio que largarse porque en la capital se cuecen las habas y florecen los proyectos mientras que aquí, ay, nos hemos mustiado. En cualquier caso, me consta que Sergio añora el Mediterráneo y, por eso, siempre que sus obligaciones se lo permiten se escapa hasta nuestra ciudad y se larga a la Marina para cargar las pilas y regresar después oxigenado al gran poblachón manchego.

Hace poco nos visitó porque estrenaron un western made in Valencia y él es uno de los actores que integran el reparto. Atención, porque la peripecia de este film merece algunas líneas... El director, Marino Darés, empezó a levantar el proyecto cuando tenía 19 años y lo culminó con 22. Encontró unos parajes agrestes en Teruel con reminiscencias fordianas de Monument Valley y caviló una historia clásica con cazarrecompensas y posterior redención. Involucró a un montón de personas y la otra noche estrenaron Nubes rojas, que así han bautizado este largometraje. Trabajaban los fines de semana y nadie cobrará hasta que los beneficios acudan. Sergio Villanueva estuvo allí porque, como explicamos al principio, además de poseer un talento innato cultivado durante años con sabiduría técnica es buena persona y participa en las causas nobles, justas, y un western siempre es una buena opción para meter el hocico y acariciar el cuello de un caballo o la culata de un Colt.

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El padre fue la figura fundamental en su vida, la persona que le inoculó el virus del celuloide desde muy temprana edad. A uno, desde luego, le sigue produciendo bastante rabia esto de que nuestros artistas se vean obligados a emigrar para conseguir el pan y sal. Se habla mucho, y pienso que con razón, de la fuga de cerebros en el campo científico, pero de la tropa de la farándula no hay quien se acuerde y parece que a nadie le duele esta migración constante a la cual están sometidos.

A mí esa situación sí me fastidia, desde luego. Si nuestra ciudad acaba perdiendo a gente como Sergio Villanueva, u otros, entiendo que se desliza una suerte de empobrecimiento mental que nos afecta a todos. «Oye, muy bien, lo has hecho muy bien...», me dijo aquella vez que mi faz salió en un telefilme. A punto estuve de tragarme el generoso cumplido. Fíjense si es buen actor que mintió con un convencimiento de lo más apabullante. Pero luego me vi y les aseguro que lo mío no es actuar. Echarle algo de cuento sí, pero actuar es otra cosa.

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