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RAMÓN PALOMAR
Domingo, 2 de octubre 2016, 21:02
Allá por la prehistoria y los broncos tiempos del fax, cuando la cacharrería de sofisticados chismes no había colapsado nuestra mentes, cuando los cedés se imponían poco a poco en nuestro país como algo exótico, un amigo marchó de vacaciones a Miami y, al regresar, me comentó: «Tío, vas a flipar, en las tiendas de discos tienen la discografía completa de Camilo Sesto en cedé y se vende como churros». En efecto, flipé. Poco después, estaba de visita en el estudio del dibujante Paco Roca y, cuando le conté esta anéctoda, abrió los ojos y se puso a cantar los temas de Camilo Sesto de Jesucristo Superstar. Se sabía todas las canciones de memoria. «Muchas veces me lo pongo aquí en el estudio para currar...», añadió sonriendo y feliz. La semana pasada otro amigo, el cantante de Seguridad Social José Manuel Casañ, me confesó: «Camilo Sesto es uno de los grandes, sin ninguna duda».
Camilo Sesto, nuestro paisano Camilo, cumple setenta tacos y su discográfica aprovecha el aniversario para inundar el mercado con una vasta recopilación de trinos camilianos que harán, como se suele decir en estas ocasiones, las delicias de sus fans. Uno la verdad es que jamás vibró con su música y con su poderoso y atronador chorro de voz, pero a este hombre lo respeto porque ha vendido más de cien millones de discos, porque consiguió 52 números uno y porque es el autor de más de quinientas canciones. Lo que habrá ingresado por derechos de autor no me lo quiero ni imaginar... Camilo Sesto, a estas alturas, ya está más allá del bien y del mal, incluso más allá de todo y de todos. Y si sus melodías salpicadas de amores, desamores y pasiones desbocadas jamás me pulsaron las fibras que nos remueven las entrañas, en cambio sí me interesa él, o sea su personaje. Me parece un fenómeno de larga duración en una tierra que suele triturar a sus artistas. De hecho, es ahora cuando me despierta mayor interés porque le veo así como un poco reloco. Cuando las estrellas alcanzan una determinada edad se diría que el acumulado de su rutina farandulera les deja un tanto trastornados, como no podía ser de otra manera. La fama, la pasta, los viajes, el éxito, los pelotas, los camerinos, los escenarios, los focos, en fin, todo eso, supongo, de manera inevitable pasa factura y al final los mitos vivos acaban enfrascados o encapsulados en una realidad no sé si paralela, virtual o directamente marciana. Como Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses, vaya.
Con el transcurrir de los años, a nuestro querido Camilo el semblante se le ha tornado un tanto peculiar, un tanto raruno, pero esto sólo refuerza su lado de divina estrella. Algunos días le veo faz como de Silvester Stallone anoréxico, otros se nos antoja un cruce entre Paul McCartney y Camilla Parker Bowles, y otros más nos recuerda a un extraterrestre disfrazado en un todo a cien de terrícola como aquellos personajes de Men in black. De todas formas él niega haberse tuneado el semblante en el quirófano. Bueno, si él lo dice tampoco vamos nosotros a hurgar por ese lado...Le preguntaron lo de qué se siente al cumplir setenta años hace unos días y nuestro Camilo contestó que para él era como si hubiese cumplido doce. Algún maledicente opinaría que acaso no sea esa su actual edad mental, pero se equivocaría, pues si algo tengo bien claro es que Camilo no sólo es eterno e incombustible, sino también listísimo. Un tipo alelado no mostraría su longevidad ni tampoco su arte para aparecer y desaparecer de la escena cuando le apetece. Camilo Sesto es ese tipo que salió de su pueblo, Alcoy, para comerse el mundo con esos clásicos suyos tipo Vivir sin ti o Vivir así es morir de amor. Y el mundo se lo comió con nosotros dentro y desde luego forma parte de nuestro paisaje.
Hay algo apocalíptico en sus canciones, que son como constantes refriegas protagonizadas por corazones quebrados, y quizá su gancho entre la masa reside en el drama de sus desgarradas baladas. Camilo triunfó cuando la mocedad de karaoke de Operación Triunfo no había nacido. A lo mejor sus padres concibieron esa pléyade gritona y pelmorra precisamente escuchando los clásicos camilanos. Mucho tienen que aprender estos mozos para valer lo que una pestaña de nuestro excesivo Camilo.
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