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Ricardo Yayá recibe en su consulta a Revista de Valencia.
Las raíces del sabio visionario

Las raíces del sabio visionario

La universidad alejó a Ricardo Yayá de los peligrosos derroteros noctívagos hasta convertirlo en una autoridad de la neurología

ramón palomar

Martes, 25 de octubre 2016, 21:04

El neurólogo Oliver Sacks falleció hará más o menos un año. Conquistó el universo gracias a sus libros de divulgación salpimentados por una prosa ágil y unos contenidos que mezclaban con sabiduría la parte científica, la ternura y el humor. En el ámbito científico no brilló con la misma intensidad pero, en cualquier caso, con éxitos así de recios certificamos el aplastante poder del imperio anglosajón. Aquí en nuestra Valencia, desde hace unos cincuenta años, que se dice pronto, cohabitamos con una eminencia de la neurología, me refiero al doctor Ricardo Yayá Huaman, galeno archipremiado y conferenciante buscado.

Quizá no goza del masivo triunfo que persiguió a Sacks gracias a sus libros para todos los públicos, pero tampoco importa y, desde luego, si tienen ocasión de leer algún texto del doctor Yayá descubrirán que su pluma también rezuma jugo y sustancia nutritiva, como por ejemplo demuestra con unas reflexiones suyas tituladas Mujer y neurología, donde elogia harto certero y desde la amenidad necesaria la resplandeciente labor que desarrollaron las neurólogas en los hospitales de nuestra Comunitat. Si a Yayá le hubiese dado por fabricar best sellers lo habría conseguido, no me cabe la menor duda. Sin embargo, ¿dónde falla la ecuación? Pues seguramente en su raza peruana, valenciana, española... El mercado es de los anglos, qué le vamos a hacer.

Ricardo Yayá Huaman, observe el lector la pureza y la energía de sus apellidos indios, es el hijo de un pequeño empresario peruano y llegó a Madrid para estudiar. Pero cuando aquel desembarco, la juventud le encaminó hacia los derroteros noctívagos. Sin embargo, su inteligencia le avisó antes del naufragio y decidió enderezarse marchando a la Universidad de Salamanca. Allí sí hincó los codos con seriedad, provecho y frenesí. Fíjense si cambió que se ventiló la carrera dos años antes del tiempo normal. Matrimonió con una castellana y se vino a Valencia. Hombre inquieto y culto, se integró perfectamente en nuestra ciudad hasta hoy, donde se le conoce por su época del Hospital La Fe y por una consulta que en la actualidad mantiene. Es taurino, fallero, viajero, melómano, lector, conversador... y visionario. Me explico. Hace más de una década ya le escuché contar las excelencias de la cocina peruana, hoy tan de moda. En aquel momento le mirábamos como si estuviese algo perturbado. «¿Pero qué dice este Yayá de la cocina peruana?», pensábamos condescendientes. Y resultó que tenía toda la razón.

Ricardo Yayá, rostro simétrico y andino, orgullo de raza de gigantes, espeso pelazo de azabache, a estas alturas es otro valenciano ilustre y sus hijos también. Aquí ha crecido. Aquí hundió sus raíces. Aquí callejea infatigable. Valencia se lo dio todo y él lo ha devuelto con creces, pero no olvida su tierra. Todos los años, entre congreso y congreso, entre paciente y paciente, encuentra un hueco para viajar a su amado Perú y allí organiza formidables cuchipandas y festejos.

Mejora nuestras neuronas y protege nuestros desparrames mentales. Frente a la fuga de cerebritos que se exilian porque hoy es difícil prosperar en nuestro páramo, conviene recordar que antes los cerebros acudían hasta nuestra vera porque les favorecíamos su misión. Apreciemos, pues, a los Ricardo Yayá que nos quedan. Compartieron el pan, la sal, el cebiche y el arroz con nosotros. Ya le hubiese gustado a Oliver Sacks poseer el innato talento y la sublime inteligencia que atesora Ricardo Yayá.

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