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RAMÓN PALOMAR
Martes, 13 de diciembre 2016, 20:37
En una galaxia tan exigente como la de la danza contemporánea la longevidad de Sol Picó nos asombra, porque nuestra paisana natural de Alcoy sigue sobre los escenarios bailando y elaborando sus refulgentes coreografías de endiablado ritmo. ¿Por qué permanece en la brecha desde una atalaya privilegiada? Pues porque se lo curra, porque se mantiene en forma y, sobre todo, porque conserva intacta la ilusión que le acompaña desde sus comienzos. La ilusión, la curiosidad, la constancia, ese chispazo que jamás te abandona y que te reconcome las entrañas no es sino la gasolina que alimenta al creador sin saciarlo del todo. A Sol le obsesiona el control del cuerpo como instrumento de creación, por lo tanto estamos ante una mujer que, de una u otra forma, morirá con las botas puestas y sobre las tablas, no tengo ninguna duda. Sol progresa, cavila, urde, teje y, finalmente, tras mucha reflexión, nos suele ofrecer un tinglado que jamás nos resulta indiferente.
Y pese al implacable transcurrir del tiempo no sólo aguanta el tipo con notable donaire, sino que sigue recibiendo premios y, a este paso, aunque me temo que no sea su perfil, en su hogar podría habilitar una sala digamos noble para exponer los galardones cosechados. El último, hace dos telediarios, ha sido el Premio Nacional de Danza correspondiente a 2016. Más madera, que es la guerra. Confesaba Sol que este premio le ha causado un importante subidón, lo cual no me extraña. Recuerdo también que, en otra entrevista que le realizaron en otro momento de su agitada y volatinera existencia, cuando le preguntaron que si el halago podía debilitar al artista, ella contestó que no, que «el halago fortalece». Como soy rarito ante las respuestas que huyen de la corrección política, de la falsa modestia o de la tontuna general, este tipo de perlas se me graban en la sesera para siempre. En este sentido tampoco olvido cuando a Umbral le preguntaron que si a él le gustaba la polémica. Respondió: «Oiga, a mí las polémicas me cansan, lo que me gusta es que me den la razón...» Brillante de réplica sí estuvo el insigne y finado articulista del fular blanco y las gafas de culo de vaso.
Sol Picó desde pequeña mostró aptitudes para la danza y, en general, para los deportes. Algo de incansable demonio de Tasmania debía de rezumar en aquellas fechas. Se inició en el ballet clásico con seis años y lució el inevitable tutú una larga temporada. Pero imagino que el rigor de la prenda no casaba bien con su incipiente evolución, con su infatigable búsqueda. Un par de cosas al respecto... Así como para pintar abstracto se requiere, o eso me han contado, un dominio absoluto del dibujo realista, supongo que para destacar en la danza contemporánea primero también se precisa conocer las raíces clásicas. Si pretendes dinamitar lo establecido, tu deflagración sólo podrá prosperar si dominas la técnica clásica. De lo contrario lo tuyo resultará una efímera bufa de pato, sonora al principio pero insustancial de inmediato. A Sol, en definitiva, el ámbito de lo clásico se le quedó pequeño y supo hallar otros caminos para expresar su arte. Por eso marchó a Nueva York, que es el lugar de todas las vanguardias. Allí aprendió, acaso allí abrió los ojos de una manera definitiva y por eso luego saltó hasta volar por libre con su compañía y sus adaptaciones.
En un país al que le encanta etiquetar al prójimo no tardaron en aplicarle el sambenito de provocadora. Y es que, en efecto, cualquiera que intente huir de los caminos trillados choca contra el pertinaz muro de los que presentan una cabeza dura y poco permeable a los cambios. A los impresionistas les consideraron provocadores, a los surrealistas también, y a los punkis del 77 ni les cuento, pero luego la sociedad les comprende e incluso en ocasiones termina rendida ante esos horizontes que contribuyen a erradicar la modorra. A Sol uno siempre le ha parecido socarrona, de ahí ciertos títulos de sus obras como Bésame el cactus, Paella mixta o La dama manca o Barbi Súper-Estar. Nada como un título llamativo para seducir al público y que éste acuda al teatro. Y con sus montajes ha viajado por el planeta saboreando aplausos en Londres, Shanghái o el mismísimo Congo de Joseph Conrad (es un escritor, no un dictador caníbal).
¿Ha sido profeta en su tierra? Hombre, pues regular, pero tampoco podemos pedirle peras al olmo ya que nuestra sensibilidad en materia de danza no está precisamente muy desarrollada. Por desgracia un importante sector de nuestra población cree que la danza contemporánea es algo así como aquel insufrible ballet zoom de Valerio Lazarov, y no es eso. A Valerio muchos le tienen como un maestro de la televisión, pero empezó con aquel ballet y terminó con Hostal Royal Manzanares y Lina Morgan, o sea que no exageremos... En cualquier caso, la danza sí aporta una valenciana de carisma y talento que se llama Sol Picó. Y esto es un hecho.
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