RAMÓN PALOMAR
Lunes, 26 de diciembre 2016, 20:53
El laureado compositor de bandas sonoras Josué Vergara nació en Pinedo cuando corría el año 1977 pero, por las cosas de la vida (o sea los motivos familiares), cuando contaba cuatro añitos se marcharon a vivir a Suiza, concretamente a Ginebra, y allí se curtió y se educó. Sus recuerdos escolares son benignos. El ambientillo en las aulas suizas mostraba un lado amable, afable, entretenido. Favorecían las inclinaciones naturales de los alumnos y, más allá de las asignaturas típicas o troncales, luego cada chaval escogía a su libre albedrío las optativas y nuestro Josué prefirió centrarse en la música. Hasta diez horas semanales donde solía brillar desde el solfeo hasta la improvisación. Completó esta querencia suya musical apuntándose al conservatorio de Ginebra y también disfrutó de una atmósfera que huía del ensañamiento mientras fertilizaba a los jóvenes espíritus. Todo esto en cuanto a su educación primeriza. Ahora bien, ¿y qué tal vivir en Suiza? Hombre, pues eso ya es otro cantar. Uf.
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De entrada a Josué, hijo del Mediterráneo y encima de Pinedo, ya se ha dicho, lo del clima y el duro invierno... como que no. El personal, tan diligente por suizo o viceversa, sobrevivía con ese ritmo tristón que nos lleva de casa al curro y del curro a casa. En Ginebra, a eso de las cinco de la tarde, pues ya me contarán, pocas ganas tiene la peña de pimplarse una birra con los colegas porque se impone lo de sumergirse en el hogar para caldear los pies. La sociedad suiza se le antojó laboriosa, severa, grave, incluso algo germánica (esto lo añado yo, si se me permite la licencia). Josué ya conocía, cuando las vacaciones, nuestro lúdico devenir y le encantaba. Si en Ginebra cenaba a las seis de la tarde y se acostaba a las siete, en su Valencia natal a las diez de la noche todavía no había cenado y se encontraba tan a gustito. «En Suiza llevaría ya varias horas durmiendo, y sin embargo aquí...», cavilaba Josué. En Suiza vivió unos años Simenon, claro que él estaba forrado de dinero y se montaba fiestecitas en su casoplón con su esposa y con amiguísimas de taxímetro entre las inglés (lo cuenta él mismo en su diario íntimo). A eso tenía que recurrir el genial padre del comisario Maigret para escapar del muermo suizo.
Como a Josué no le debía de tentar ese lado salvaje de la vida, en cuanto pudo, o sea cuando estudió una carrera, se vino hasta aquí porque ya comprendía que nuestra manera de funcionar, caótica, luminosa, pletórica de bonhomía, a veces chabacana pero siempre espontánea, era y es sencillamente invencible. Finalizó sus estudios y compaginó un trabajo digamos serio con su verdadero amor, la composición de bandas sonoras. Antes de llegar a esa senda probó suerte con el pop-rock comercial y justo cuando le untaron los labios con las mieles de un gran proyecto, observó las bambalinas putrefactas de un sector sin duda ramplón, salvo excepciones, y decidió no vender su alma al negocio que en demasiadas ocasiones contribuye a masacrar el tímpano del prójimo.
El cine, la música de cine sería su salvación y su piedra filosofal. En este sentido influyó la afición familiar, pues no en vano su abuelo fue uno de los propietarios, además de electricista y proyeccionista, de la sala cinematográfica de un pueblo llamado Villamalea, junto a Casas Ibáñez. Su padre le contaba anécdotas de aquellos tiempos y el gusanillo de Josué cristalizó en dragón.
Para entrenarse, para probarse, para aprender, agarraba pelis clásicas, las despojaba de su banda sonora original, creaba otra nueva, la colocaba en ese celuloide y comprobaba la calidad de su trabajo. Y así una y mil veces. La primera oportunidad se la ofreció nuestro paisano de adopción Abdelatif Hwidar, y esto no lo olvidará jamás. Ha compuesto también para varios cortometrajes dirigidos por otro valenciano, Miguel Ángel Font Bisier, y ahora mismo anda componiendo para dos largometrajes que están en fase de preproducción, El rey amarillo y Los últimos hijos. Esto es, que ya ha dado el salto del corto al largo y, si obtiene con estas composiciones sólo un tercio de los premios que ha cosechado con anterioridad, galardones conquistados en el mismísimo Hollywood (busquen en internet y alucinarán), le espera un futuro salpimentado de gloria y fama.
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De todas formas, Josué reside en Paterna y mantiene un estudio en un bajo, quizá por eso no permite que el fulgor que abrasa desde Los Ángeles, la meca del cine, le ciegue. Josué Vergara mezcla el afán de aventura con una sensatez que no admite disparates. Quizá esto venga provocado por su fusión entre nuestro chispeante mar y la adusta montaña suiza. Así pues, si algún día se reúnen las condiciones necesarias y éstas presentan interesante golosina, saltará el charco para intentar coronar el triunfo en el territorio de los sueños efímeros. De momento se encuentra de maravilla entre nosotros y no le faltan empresas donde poder certificar su talento. Tras tantos años inmerso en el corsé suizo, a Josué, digo yo, como no se lo pongan fácil y bonito, no lo mueven de aquí ni a punta de pistola. Josué Vergara, quédense con el nombre. Cualquier día de estos ustedes tararearán una melodía que escucharon a través del filtro de la gran pantalla y la autoría vendrá rubricada con su firma.
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