Borrar
Calles cortadas y estacionamiento prohibido este domingo en Valencia por la Volta a Peu
Enrique Tomás, gasolina por las venas

Enrique Tomás, gasolina por las venas

Nació en un hogar donde se veneraban los coches de marcas inglesas. Ahí se gestó su vínculo con la automoción. Luego llegó Bárbara, la otra pasión de este empresario, exmodelo e hija de un jugador histórico de baloncesto. Y la guinda fue la paternidad, que se traduce en una plácida vida familiar

Ramón Palomar

Jueves, 11 de mayo 2017, 20:12

Hace ya tiempo, en un programa donde apenas se gritaba y los invitados narraban hechos interesantes, escuché al economista Ramón Tamames platicar acerca del poderoso músculo de la automoción española. «Uno de cada diez empleos directos o indirectos en España vienen con la industria del automóvil», dijo. Imagino que la cifra, más o menos, sigue vigente. Supongo también que el dato no se le escapa a Enrique Tomás, pues él, junto a sus hermanas Noelia y Emi, lidera un célebre grupo de concesionarios que aglutina marcas premium y generalistas. Enrique, pues, conoce el percal y el mercado. Por cierto que los hermanos son la segunda generación de la empresa creada por su padre, una suerte de visionario que montó el negocio cuando corría el año 1958. Y el padre, don Enrique Tomás senior, les aseguro que merece unas líneas...

Siempre fue un enamorado de las marcas inglesas. Compraba coches en subastas, los restauraba y luego los vendía. A Enrique senior se le podía ver, enfundado en su mono, a las tres de la mañana en su taller situado en una calle céntrica. Luego, a las nueve, también le observabas vestido impecable con traje y corbata atendiendo reuniones y clientes. ¿Cuándo dormía? Pues cuando podía y tirando a poco. Pero así se levantan los negocios, con esfuerzo y sacrificio, con tesón y arrojo.

Enrique Tomás junior creció inmerso en esta cultura y lo tiene clarísimo. «Cuanto más trabajas, más suerte tienes...», afirma. Esto ya lo apuntaba Umbral disparando contra los que hablaban de la suerte. Sí, mucha suerte, pero si no escribes novelas no vas a ningún lado. Enrique junior considera a sus padres (por supuesto incluye a su madre Emi) como una verdadera referencia y una auténtica fuente que les supo irrigar con valores que no siempre se aprecian en nuestra urgente sociedad actual. Encontramos un detalle que revela la pasta de sus padres y que hoy suena realmente vanguardista: cuando Enrique contaba quince años le mandaron un par de temporadas a Dublín para que se le ventilase la sesera y aprendiese inglés. ¡A los quince años! Frente a las madres sobreprotectoras que nos aconsejaban «no te olvides de la rebequita que luego te constipas...», madres sin duda muy atentas, otros progenitores, pocos, mostraban una enorme generosidad al enviar a sus criaturas al extranjero para que se espabilasen. Generosidad pues se privaban de tu presencia muchos meses, y eso duele, y generosidad en el plano económico ya que invertían en ti y en tu futuro.

Enrique no hablaba ni papa de inglés y el choque cultural resultó importante, por decirlo en plan fino. Cambio de clima, de gastronomía, de costumbres, de amigos, de familia... Pero aquel chaval se curtió, desde luego, y hoy valora y agradece una barbaridad aquella idea de sus progenitores. «En aquel momento no me di cuenta de la importancia de la aventura, pero hoy lo agradezco a diario», confiesa. Por supuesto ahora habla un inglés fluido y además aquella estancia contribuyó a forjar su personalidad. Sigue en contacto con la familia que le acogió y hace unas semanas la visitó junto a su esposa, Bárbara, otro pilar fundamental de su vida. A lo mejor algunos recuerdan a Bárbara Santillana, pues ejerció de modelo, y otros desde luego no olvidan a su padre, el jugador de baloncesto Luis Miguel Santillana, el hombre que vistió la camiseta del Joventut de Badalona y del FC Barcelona. Un clásico de nuestro basquet que lució 159 veces la camiseta de la selección nacional. Un suegro de altura, vaya. Bárbara también está integrada en la empresa, y allí trabaja todas las mañanas. Las tardes las dedica a velar de cerca sobre la educación de sus hijas. Un dos por uno, que se diría.

Otro rasgo de Enrique que nos place: es leal y recuerda a los que se portaron bien con él. En este sentido conoce los nombres y los apellidos de sus ciento cuarenta empleados. De todos. Tiene claro que el éxito empresarial se basa en el equipo humano y en los lazos que tejes con él. Cuando se marcha por ahí de ferias automovilísticas es el primero en llegar y el último en marcharse. Trabajo, trabajo y más trabajo. Otro empresario me lo explicó: «No hay trucos ni secretos, sólo se trata de echar horas, y aun así...» Por eso su grupo de automoción pudo sortear la crisis. «No esperamos a la crisis que estalló en 2008... Habíamos hecho los deberes bastante antes, concretamente desde 1958. Además, siempre hemos asumido nuestro lado de empresa familiar y tampoco hemos querido abarcar más de lo que podemos...» Sabias palabras.

Cuando regresó de la católica Irlanda a los diecisiete años se incorporó a la empresa y brujuleó en todos los departamentos: recambios, taller, atención al público y su departamento favorito, el de las ventas. Percibió que, junto a la práctica diaria y a esa tralla cotidiana que te conecta con la realidad, necesitaba una descarga de teoría empresarial para redondear su formación, y durante un año medio cursó estudios de administración de empresas. «Me vino muy bien, pero que muy bien», comenta. Así fusionó la realidad del asfalto y las ideas que te permiten dirigir una empresa con buen tino y a velocidad de crucero, sin derrapar ni despeñarse tras una curva peligrosa. A sus dos hijas las educa en los valores que él conoció y le gusta que se ganen los caprichos. Para desconectar se escapa al monte, a una pequeña finca, con su mujer y las niñas y allí se dedica a la plácida vida familiar. Luego regresa y, ya saben, ronronean los motores, se lubrican las entrañas de los vehículos y... Trabajo, trabajo y más trabajo. El escritor francés Paul Morand y las vanguardias modernistas italianas ya detectaron a principios del siglo XX que los coches fetén eran obras de arte. Enrique Tomás, tanto el padre como el resto de la familia, siempre lo supieron.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Enrique Tomás, gasolina por las venas