
Secciones
Servicios
Destacamos
Ramón Palomar
Lunes, 5 de junio 2017, 20:16
O se tiene o no se tiene. ¿El qué? Pues esa cosa nebulosa llamada personalidad, carisma, estilo, magnetismo, en fin... Algunas personas, pocas, se diría que van envueltas en un halo especial y por eso, cuando entran en un restaurante, de manera inevitable tus ojos siguen esa silueta. No se necesita disponer de una belleza incuestionable, ni de unos ojos profundos, ni de un chasis atlético. Para nada. O se tiene ese chispazo o no se tiene. Y punto. Es como un don y quienes lo poseen destacan por obrar siempre con enorme naturalidad. La notaria Ana Julia Roselló atesora ese relámpago por el cual los políticos matarían aunque sospecho que ella no lo sabe o, al menos, no le preocupa. Y es que el detalle fundamental para segregar estilo es no estar pendiente ni de las modas ni del qué dirán.
El ambientillo notarial siempre estuvo presente en su hogar. Su madre ejerció como oficial mayor del Colegio Notarial y de alguna sutil forma algo influyó en Ana Julia, pues la madre consideraba que no existe mejor profesión que la de notario. El hermano de Ana Julia también es notario, así pues, buena parte de lo que se movía en su derredor se decantaba hacia esas durísimas oposiciones sólo aptas para cráneos privilegiados y almas templadas. Sin embargo, no fue esa la primera opción de la protagonista de hoy. Estudió de pequeña en las Teresianas y luego se licenció en Derecho, desde luego, pero sentía una enorme vocación hacia el periodismo y, de hecho, sacó tres cursos. Los medios de comunicación con todo el mejunje que conllevan la atraían, pero al final encaminó sus esfuerzos hacia la oposición a notarías y, con 24 años, una vez aprobó, se plantificó en Galicia para asumir su primer destino. Intuyo que su desembarco en la Galicia de brumas y meigas representó un electroshock en la comarca. Una mujer notario no era algo muy habitual ni en Galicia ni en muchos otros lugares. El contraste entre su carácter mediterráneo, luminoso y valencianísimo con los bosques de aquellas latitudes funcionó. En cierta ocasión le preguntaron que si sabía conducir. Ya te digo.
Tiempo después regresó a Valencia para ocupar una plaza que mantiene, y también aquí fue de las primeras. Jamás se sintió discriminada en la profesión y eso que, como cualquier pionera, supongo que debió de quebrar algún molde, pero esta mujer arrolladora no se achanta con facilidad. Que se lo pregunten a Vicente Soriano cuando ella estuvo en el consejo del Valencia CF. Entró en aquel aquelarre gracias a su buen amigo y compañero Carlos Pascual. Si alguien pensó que Ana Julia adoptaría contorno de florero se equivocó de todas, todas. La docilidad no acompaña a esta mujer que, en alguna ocasión, se ha declarado un tanto visceral y un poco rebelde. Yo creo que debió de alucinar colores en aquel ambiente de sátrapas y testosterona cañí. Formó parte del sector crítico que se enfrentó a Soriano y todavía recuerda cuando alguien, acertadamente, le dijo: «Qué huevos tienes por enfrentarte a Vicente Soriano al no querer darle poderes para vender las parcelas...» Hombre, uno, tratándose de Ana Julia, hubiese obviado lo de «qué huevos», eso susurraba Martín Sheen al referirse a Marlon Brando en Apocalypse now. «Qué huevos...» Pero con esta expresión se demuestra que Ana Julia tenía muy claro que era su deber y obligación velar por el bien del club. Más gente con el talante de Ana Julia habría necesitado el Valencia CF para no alcanzar el descalabro actual, en efecto. Curiosamente, Ana Julia desembarcó en la galaxia futbolera por amor... por amor a su marido, un valencianista recalcitrante de ayer, hoy y siempre. De su mano acudió por primera vez a Mestalla y, poco a poco, el balompié la fue conquistando, tanto que hoy, si no me informan mal, ya es miembro de la venerable y sacrosanta Tertulia Torino, el templo de la pureza valencianista.
De todas formas sus fronteras no se cierran en el césped de las canchas. Ana Julia practicó de joven y cuando ya era notaria el kick boxing, que es una disciplina de arte marcial como muy de Van Damme. Le encontraba un regusto sensual a esas coreografías de mamporros y además liberaba adrenalina. Pero no terminan aquí sus inquietudes... Cuando descubrió el teatro la fascinación la traspasó y llegó a estudiar interpretación mediante el método Stanislawski, palabras mayores y si no que se lo pregunten a Paul Newman o Robert de Niro. Le encanta la moda aunque, ya consignamos más arriba, no la sigue en plan papanatas que va a la última. Posiblemente aquel año en el consejo del Valencia CF la vacunó en cuanto a frivolidades mundanas y se muestra tan reservada como discreta.
Cuando hablas con sus amistades, todos coinciden en definirla como «simpatiquísima». Sus dos hijos y su marido alegran su vida y no necesita el calor de nuestra hoguera de las vanidades. Yo la entrevisté una vez para un programa de Canal Nou y me cayó muy bien. Pisaba firme pero escuchaba. Dato raro en el panorama de nuestra corrala, no le gusta hablar ni opinar de lo que desconoce. Los notarios son así y no suelen pecar de bocazas. Otro notario, Chimo Serrano, confesaba hace poco que se zambulló en la oposición al comprobar que Ana Julia la había aprobado. «Si ella puede, yo también.» Y lo consiguió. Ana Julia Roselló provoca, pues, un efecto benéfico en el prójimo.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Destacados
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.