![Francis ha creado un universo muy Montesinos en la tienda de Valencia, tanto que parece un museo de sus creaciones](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/201810/15/media/cortadas/francis-montesinos9-kEhB-U601247327106AwB-624x385@Las%20Provincias.jpg)
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María josé carchano
Lunes, 29 de octubre 2018, 18:09
Francis Montesinos está enfermo. «Va a venir más tarde, tiene mucha fiebre», nos dice uno de sus empleados. Es lunes y el fin de semana ha participado en un desfile en Alicante. Dudamos. En realidad, él prefería quedar por la tarde. ¿Vendrá? «En una hora». Antes del plazo, suena el teléfono. Es Francis. «Ya estoy». Al saludarle, arde. Está algo demacrado y, sin embargo, se presta a las fotos, a la entrevista sin tiempo límite. Me tengo que recordar que delante de mí me habla un mito, un genio de la costura, alguien que ya ha escrito su nombre entre los grandes modistos del mundo. Que ha internacionalizado Valencia más incluso que la paella. Tras la sesión de fotos nos sentamos frente a frente en su mesa de despacho, en la tienda que abrió hace solo unos meses, y donde su magia se respira hasta en el último rincón. Habla con la voz ronca. Y sonríe.
-Pues yo creo que sí, que un poco gilipollas debo ser.
Ríe, y detrás hay una mezcla de felicidad y amargura; no ha sido fácil su vida, porque detrás del éxito hay también muchas miserias. Y tras los aplausos no pocos fracasos, en un mundo como el de la moda, que en los últimos años ha pasado por una de las crisis más importantes de su historia, donde la mayoría se han bajado de la alta costura al no poder asumir costes. Francis suma y sigue.
-Sí, más de un palo me he llevado, y gordo, por confiar. Pero sí, yo creo que soy buena gente, he tenido una educación que me ha hecho así.
-A mi madre. El apellido Montesinos era de parte de la familia materna, y de ellos heredé la tienda. Tan antigua era, con aquellas persianas… por eso añadí 'bis' a mi nombre, pero nadie lo dijo nunca. Incluso un día arrancaron las letras.
-Me acuerdo que odiaba Llíria, de donde eran mis abuelos, de pequeñito siempre decía que viviría en cualquier lugar menos allí. Yo era muy de la plaza del Tossal, de la calle Caballeros, de San Jaime. Recuerdo la paella de los domingos y las dos horas de vuelta, qué largas se me hacían cuando tenía dieciséis años y había quedado con los amigos para ir a la discoteca. Me ponía frenético porque nunca llegaba, por culpa de los semáforos.
-Sí, y muchísimo mejor que en cualquier otra de las casas en las que he vivido, aquí en Valencia o en Madrid o Barcelona. Adoro Llíria, la tranquilidad, los pájaros, mis pavos reales.
-Es otra etapa, eso desde luego, pero es que en otros sitios era un no parar. En Santa Bárbara, por ejemplo, me acuerdo que se presentaban en casa y me decían: «por si estabas, que hemos venido a ver a no sé quién». Y te caían todas. Tenía muchas ganas de que eso no me volviera a pasar, así que ahora vivo en medio del campo, rodeado de naranjos, en un lugar sin acceso fácil. La casa ni se ve, tapada por árboles inmensos, y solo viene quien yo decido que venga.
-Aquí (mira a su alrededor) lo que hago es despachar. En Llíria tengo una habitación maravillosa, con una biblioteca, donde surgen las ideas. Para crear necesito tranquilidad, que no haya ni teléfonos sonando.Es cierto que hay mucha actividad en la tienda. Al menos cuatro personas van y vienen. Están preparando el escaparate, donde aparece un vestido de novia MARAVILLOSO. En mayúsculas. «Creo que es una de las creaciones que he hecho», reconoce Francis.
-Todo. Le debo hasta mi profesión. Mi madre regentaba la tienda Batallón, la primera que hubo en Valencia de manualidades y, por la tarde, después del colegio, iba allí, donde descubrí la pasamanería, las bolitas, el corcho, los papeles pinocho… Mi madre me dejaba vestir muñecas y lo que yo quisiera, me dejaban al fondo, en el almacén, y así no molestaba. Y sin darme cuenta me fui metiendo.
-Fíjate que me costó descubrirlo, al principio nunca hablaba de ello, y sin embargo yo mismo me di cuenta con los años de que fue así.
-A ella le costó un poquito de ver y luego siempre contaba cómo le pinte con pintalabios una colcha blanca. Decía: «este xiquet va a ser artista». Luego fue mi mayor fan, venía a todos los desfiles; Roma, Milán, París... hasta que dejé de decírselo porque veía que no era bueno para ella, demasiado duro tanto viaje.
-No lo he visto nunca, la verdad. Ni me lo he planteado. Es que sin darte cuenta te vas metiendo cada vez más. Quizás cuando me voy a Barcelona, en el momento en que monto mi primer taller y cuando te ves al lado de grandes marcas, como Nina Ricci o Elio Berhanyer.
-Hay una pregunta que me suelen hacer casi siempre, y es qué les diría a los jóvenes que empiezan. Bueno, pues el amor a la profesión es lo más importante.
-Bueno, Almódovar era mi amigo. Y el hecho de que fuera él quien apareciera en la película se debió a que primero me propuso que me interpretara a mí mismo, pero yo me negué. Si odiaba que me hicieran fotos, imagínate actuar. No paraba de llamarme, y yo seguía negándome. Hasta que llegó el día y no fui. En el momento en que tenía que rodar esa escena, la hizo él. Y se enfadó conmigo.
-Somos civilizados y nos saludamos cuando nos vemos pero creo que guarda algo de rencor, sobre todo porque puede que nadie le haya dicho nunca que no. Pero es que vivíamos un momento muy especial, durante la movida. La relación fue muy parecida a la que tuve con Miguel (Bosé), estábamos juntos en un momento en que pasaban cosas muy enriquecedoras. Él fue amigo, pero sobre todo quien le vestía, con quien me recorría las plazas de toros de toda España con el traje en la mano para que se cambiara. Y sin embargo, con el tiempo me hice mucho más amigo de Paola (Dominguín)
-Creo que no. Yo siempre digo que he tenido la gran suerte de vivir dos movimientos culturales, entendidos como un corte donde todo lo que había antes ya no vale. El primero fue Ibiza. Mi primer viaje lo hice porque mi hermano montó el primer colegio en la isla. Eran los setenta, donde la carretera al aeropuerto ni siquiera estaba asfaltada. Descubrí que había otra España, otra manera de vestir, otro color, porque aquí todo era marrón y negro. Y con la movida fue algo parecido.
-No. Y yo creo que no lo era afortunadamente, porque de otra forma no hubiésemos hecho las cosas así. Esa inconsciencia nos permitió actuar de buena fue, y no por complacer a los demás, sino porque te gustaba a ti.
-A mí me encanta la palabra bohemio, sobre todo cuando me lo dice el director del banco. Y principalmente cuando tienes que levantarte muchos días a las siete de la mañana. Picasso lo decía: «que la inspiración te pille trabajando». De otro modo no sirve de nada.
-Como no vendas dos o tres colecciones seguidas te vas al garete. A mí me ha pasado que me han publicado crónicas malas y luego han venido a pedirme perdón. «Que luego vimos los cuadros en París, en Londres, y no lo supimos ver». ¿Ahora lo dices?
-Creo que las vidas del gato ya las he superado. Y espero que ésta sea la última, que si no me retiro.
-Ahora preparamos un proyecto muy importante: los cincuenta años de Montesinos. Estoy muy involucrado porque me apetece mucho, y luego sí quiero dejar que ellos (mira a su alrededor) sigan y yo cada vez menos.
-Sí. Se nota la edad, estoy un poquito machacado. Cincuenta años en la profesión pesan, y aunque dejarlo completamente me sería muy difícil porque es lo que me gusta, quiero estar más tranquilo.
-Nunca. Me he sentido privilegiado en ese sentido porque he tenido la suerte de que en el momento en que me pongo me vienen las ideas.
-Mejor no creérselo.
-Yo creo que siempre lo he pisado. Me gusta, además, porque te da la realidad de todo. Del día a día, de la vida, de quién eres. Si vas volando te estampas. Quizás ha habido algún momento en que me he sentido más importante, pero son instantes fugaces.
-Cuando Camarón de la Isla venía a Valencia y se quedaba en mi casa. Eso vale oro. Y porque, además, cantó, cuando era lo que más odiaba, hacerlo en las casas como lo había hecho para ganarse el pan de joven. Recuerdo el día y se me ponen los pelos de punta. Estábamos él y yo solos, amanecía y dos pájaros, un macho y una hembra, empiezan a cantar. Se metió enmedio, los dominó y los engañó. Es una gran suerte haber conocido a gente como él.
-A mí lo que me gusta es intentar conseguir algo que no he hecho hasta ese momento. Disfruto creando otra falda, otra camisa, pero lo que realmente me llena es encontrarme perdido, lo que me lleva a tener una obsesión día y noche.
-Muchísimas. Yo te diría que casi todas. (Se queda pensando). Estoy intentando acordarme de alguna que no haya funcionado.
-Yo creo que sí, porque si haces bien tu trabajo te da mucha confianza. A mí si hay algo que no me gusta es tener una idea y que me digan: «dime otra cosa a ver». Creo que no me equivoco. Porque te puedes acercar al gusto de la cliente, y eso es malo porque yo soy el que sé de mi profesión, la que no sabe es la que está enfrente.
-Me hubiera encantado aunque, si te digo la verdad, el otro día en la entrega de los premios de las artes escénicas todos iban con falda. Me ha pasado igual que con la camisa con el estampado de pañuelo, que fue 'hit parade' en los años ochenta. Nunca pude fabricar todas las que pedían y me las acababan copiando. Desde Versace a Miyake, todos la fusilaron. Y nos olvidamos de ellas. Ahora que las volvemos a ver en la calle nosotros no las hacemos. Y con la falda pasa lo mismo, yo era el que iba ese día más discreto que nadie. Me dio muchísima rabia. Ahora, en la calle es difícil verlo porque los hombres tienen demasiados tabús en la cabeza.
-No es lo mismo, aparte de que de allí salí casi con los pies por delante. Me han invitado pero es que cuando me hice la reforma de la casa de Llíria cada vez me gusta menos viajar, salir. Aquí estoy a gusto, conozco a la gente. Fuera no tienes ese trato tan cercano.
-Totalmente. Necesito sentirme bien, saber que no me van a dar una puñalada trapera.
-Sí, bastantes.
-Yo creo que no, me gusta más perdonar
-Podría estar bastante resentido. Pero me dije a mí mismo que tenía que aprender a vivir con ello, que las cosas han sucedido así y no van a desaparecer.
-Lo intento, pero yo mi frase no es: «con esto puedo», sino: «tengo que aprender a vivir con ello». Porque no me lo voy a sacar nunca de la cabeza.
-Quiero dar a conocer mi legado, todo lo que he hecho en el mundo de la moda, las influencias y las tendencias que he marcado, incluso a nivel internacional. Nunca antes se había hablado de una colección como mediterránea, tampoco del 'gipsy look'. Le hemos puesto mucha ilusión, habrá varias exposiciones muy importantes, un libro, una película.
-En realidad me siento joven.
-No. Jamás creí que iba a llegar a esta edad. Es más, hace muchos años que pensé que ya estaría allá arriba. No sé por qué, a los cincuenta ya tenía la sensación de haber vivido mucho, a los sesenta no me lo creía y ahora ni te digo, a punto de los setenta. Lo único es que es cierto que me siento cansado, que no soy la persona de antes, que me pegan dos vapuleos y al día siguiente me tengo que quedar en casa. Antes eso no pasaba. Yo creo que es agotamiento.
-Cuando llegue bien llegada. Tengo hasta la misa pensada.
-Cómo me gustaría, todo. He tenido la desgracia de ver a tantos amigos morir que lo he pensado mucho. Y me gustaría que fuera en San Nicolás, donde me bautizaron, donde tomé la comunión, donde toda mi familia se casó.
-Un poco sí, no muy practicante, pero tengo una fe.
-Yo no puedo crear estando mal, o si tengo algún problema con alguien. Si estás bien las cosas salen bien, si tengo un mal karma he de darle la vuelta.
-Sí. Por eso antes me mareaba en un cementerio, y ahora entro como si nada. Hasta hace poco me fumaba un cigarro delante de la lápida. Ya no fumo.
-Sí, hace dos años. De un día para otro. El día después al estreno del espectáculo del Cante de las Minas, en el Teatro Real, apareció la Reina Sofía. No quiso estar en el palco, se sentó cerquita para ver la actuación, supongo porque alguien de su confianza se lo recomendó. Al acabar quiso que todos los que habíamos trabajado estuviéramos en el escenario y uno por uno fue felicitándonos. Cuando me tocó a mí, empecé a toser. Estaba un poco constipado, pero es que sentí mucha vergüenza. Ese día lo dejé.
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