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maría josé carchano
Domingo, 17 de febrero 2019, 01:07
La improvisación no parece una palabra que maneje Vicente Garrido; tampoco la indolencia, ni siquiera en su acepción más positiva: el catedrático de Derecho Constitucional ocupa cada minuto de su tiempo y no hacer nada no es una opción. Es más que probable que esa sea una de las causas principales por las que el actual presidente de la Fundación Manuel Broseta, expresidente del Consejo Jurídico Consultivo, se haya convertido desde hace años en una voz muy autorizada en la defensa del Estado de Derecho. No ha sido fácil concretar esta entrevista, su agenda rebosa actividad, así que será en fechas navideñas cuando saque un hueco y nos abra la puerta de su casa. Allí también todo está en su sitio, sin sorpresas: los libros, los reconocimientos, las fotos de familia y el árbol de Navidad.
-Lleva una vida profesional muy intensa. ¿Le gusta estar activo o no sabe decir que no?
-Reconozco que cuando estoy estresado en el fondo estoy feliz. Nunca me ha ocurrido que no tenga nada que hacer; incluso en el caso de que tenga unos días de vacaciones, como ahora, pienso con anterioridad en las cosas que me han quedado pendientes para aprovechar cada minuto. Además, es cierto, como dice usted, que nunca he sabido decir que no.
-He visto un currículo suyo, y es impresionante. A pesar de que estaba desactualizado, tenía cincuenta y seis páginas...
-Yo creo que tiene ya seis o siete años. En este tiempo se ha ido rellenando (sonríe).
-¿En qué momento se da cuenta de que esto es su vida?
-Yo creo que siempre, cuando acabé la carrera empecé a trabajar como abogado. Durante dieciocho años me dediqué profesionalmente a una profesión que te absorbe absolutamente y para el que no hay horas. Y siempre lo he hecho así. Por ejemplo, en el Consejo Jurídico Consultivo, donde el presidente puede trabajar muy poco o muchísimo.
-Usted consiguió dotar a esa institución de un gran prestigio.
-Yo lo que hice al entrar fue marcharme al Consejo de Estado y estar dos días metido allí, viendo cómo funcionaba. Como soy muy autonomista, para mí es un orgullo haber presidido una institución de la Generalitat, y lo digo ahora que está de moda disparar de forma tan injusta contra las comunidades autónomas. Creo que es la mejor forma de garantizar la unidad de España. Proponer suprimir las autonomías, como hace algún partido, es una atrocidad, y todo porque nos ha salido un hijo tonto, que es Cataluña, que está perjudicando muchísimo al Estado.
Vicente Garrido habla con gran pasión de la actualidad, a la que volverá una y otra vez durante la entrevista aprovechando cada tramo de su biografía. Reconoce incluso que algunas cuestiones le inquietan tanto que llegan a quitarle el sueño.
-¿Le gusta estar informado?
-Sí, y mis lecturas siempre van encaminadas a informarme, más que a recrearme. Leo tantos temas profesionales que apenas me queda tiempo para leerme una novela. Me gusta chupar información.
-¿Siempre ha tenido esa curiosidad? ¿Querer saber más?
-Siempre, y a lo mejor recurro a un tópico, pero es que cuanto más sabes, más te das cuenta de lo mucho que te queda por saber, y eso me genera un poco de desazón. Por ejemplo, algo que nunca haría es una colección de monedas, o de sellos, porque es inacabable, conociéndome necesitaría tener la colección completa, y eso es imposible.
-Supongo que de pequeño era buen estudiante.
-No. Era normal, ni brillante ni mediocre.
-Me extraña. Entonces ahí detrás lo que hay es trabajo.
-Me lo han inculcado, lo he aplicado y a mi hijo también he intentado transmitirle el valor del trabajo. Con éxito, además, que no tiene horas, que llega a casa cansado, pero satisfecho. Hay un poema de Pemán que dice: «no hay virtud más eminente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer». Es así. Y si lo tienes que hacer hazlo con alegría, y no con tristeza o mal humor. Hay que ser positivos. Nunca me ha gustado, y de vez en cuando ocurre, por ejemplo, en la función pública, cuando alguien dice: «me cambio de puesto porque me han dicho que allí se trabaja muy poco». Me estremezco al escucharlo. Es dramático que lo diga un funcionario, que en realidad tendría que reducir al máximo sus exigencias porque está jugando con el dinero de todos.
-¿Sabía que quería estudiar Derecho?
-Siempre lo tuve claro, me atraía, tenía una idea más o menos formada de para qué servía, a pesar de que un tío me lo intentó quitar de la cabeza. Me dijo: «el futuro está en la economía», y de hecho llegué a hacer el Bachiller de ciencias. Fue un desastre. Afortunadamente, en COU reconduje mi camino.
-¿Vio que era su lugar?
-Sí. A medida que iba avanzando la carrera me iba encontrando cada vez más satisfecho, y eso que tuve buenos y malos profesores. Hubo una asignatura muy importante que no la aprendí bien por ese motivo.
-¿Quiso enmendar el mal ejemplo y ser un referente para los alumnos?
-Nunca pensé que sería profesor, en realidad. No estaba en mi proyecto. Como le he dicho antes, trabajé de abogado durante mucho tiempo. El padre de un amigo mío decía que era la profesión más dura que existía. La más creativa, la más compleja, en la que siempre tienes que estar buscando soluciones, y donde también te llevas muchos disgustos. Por ejemplo, me ha resultado muy ingrato encontrarme con una sentencia muy pobre, aunque ganara el juicio.
-¿Le ha molestado la falta de profesionalidad en otras personas?
-Por supuesto. Hay gente muy vacía.
-¿En qué momento se reconcilió con la facultad?
-Me quedé algo huérfano cuando desapareció UCD, partido con el que tuve escarceos durante mi época de abogado y por ese motivo entré en el departamento de Derecho Constitucional, donde empecé como profesor asociado. Cuando hice la tesis doctoral me di cuenta de que estaba muy enganchado. El contacto con los alumnos te obliga a estar al día y te rejuvenece. En primero los ves con una ilusión enorme, están ávidos de aprender, y esperan eso de ti, que les enseñes. Por eso es una canallada no prepararse bien las clases.
-¿Cómo recuerda aquella época?
-Me gustó mucho la actividad pública, y eso que UCD fue un partido donde las navajas iban que volaban. Había tanta gente buena y tantos líderes que al final acabaron todos desangrados.
-¿Tan decepcionado estaba que nunca volvió a ocupar un puesto de responsabilidad en la política? Sé que se lo han ofrecido en varias ocasiones.
-Sí, pero a mí no me gusta trabajar con el foco puesto encima de mí. En política es así, por exigencias del guion y porque hay gente a la que le gusta que le ilumine. A mí no me ha interesado el foco.
Hablamos de focos. En negativo. Argumenta con pasión la endeblez del derecho de defensa y de la presunción de inocencia, y pone tres ejemplos: Serafín Castellano, Helga Schimdt y Jorge Rodríguez. «Nunca imaginé que había cloacas en el Estado», asegura.
-Durante su época en el Consejo Jurídico Consultivo, la institución llegó a ser noticia no sólo por su actividad, sino por la presencia del expresidente de la Generalitat, Francisco Camps.
-Creo que es muy injusto todo lo que se ha hecho con él. Siempre he defendido que los expresidentes tienen su lugar en una institución como esa, porque creo que tienen mucho que aportar. Camps tiene una gran formación y su aportación fue muy positiva.
-Usted dirigió su tesis, también.
-Hubo algún miserable que dijo que estaba plagiada. Se demostró que no era verdad, pero calumnia, que algo queda.
-Tiene un hijo, ¿estudió Derecho?
-No, y eso es una espinita clavada.
-¿Lo intentó?
-Claro que lo intenté. Jamás le presioné, pero le quise hacer ver que Derecho era una carrera muy interesante. Sin embargo le interesaba más la economía y la empresa. Es una persona muy preparada, estudió un doble grado, dos cursos en Valencia y otros dos en Marsella, con unas prácticas de nueve meses en Nueva York. Y me dijo: «papá, no es por desanimarte, pero las asignaturas que menos me han gustado han sido las de Derecho». A mí me hubiera encantado, pero él está feliz con su profesión, vive en Luxemburgo. Nunca hay que imponer porque es su futuro y su felicidad.
-¿Tenía claro que no había muchas posibilidades de que se quedara en España?
-Desde pequeño ha salido mucho al extranjero, estudió en el Liceo francés y para mí los idiomas han sido una asignatura muy importante en su educación porque yo no sé. Es cierto que uno trata de conseguir que su hijo alcance lo que él no tiene, y en mi época no se les daba importancia a los idiomas, desgraciadamente. Ahora mi hijo trabaja en inglés y francés y es un ciudadano del mundo.
-¿Cómo lleva el hecho de que viva lejos?
-Una amiga mía dice que no nos quejemos porque les hemos educado para que volaran. Suerte tenemos de que no esté en Singapur o Jamaica, que Luxemburgo está, como aquel dice, a la vuelta de la esquina, y es el mismo horario, que para hablar por teléfono está muy bien. Ahora ha vuelto a casa por Navidad.
-¿Le hubiera gustado a usted hacer lo que él ha hecho, viajar e incluso vivir en otro país?
-Por supuesto que sí, me hubiera encantado. Lo que pasa es que en mi época era distinto, se salía muy poco. Viajar te quita de encima la caspa provinciana, pero eso no quiere decir que desaparezca el sentimiento de identidad. Mi hijo, por ejemplo, se siente muy valenciano, y él tiene claro que acabará viviendo en Valencia. Disfruta mucho aquí aunque de momento no tiene idea de volver.
-En esa foto están los dos juntos en una plaza de toros.
-A los dos nos encantan, y siempre busca un hueco para venir a la feria de San Isidro. Cuadramos agendas y nos vamos juntos. Es nuestro momento.
-¿Son el tipo de cosas que le gusta hacer para desconectar del trabajo?
-Soy una persona afortunada porque hago el trabajo que me gusta. Evidentemente, el cansancio llega en un momento determinado, pero no estoy deseando cortar. A mí los lunes me encantan, y no entiendo cómo la gente se queja de que empiece una nueva semana.
-Pero ese tiempo se le quita, por ejemplo, a la familia.
-Por supuesto que sí, y sé que debería, por ejemplo, hacer deporte, cosa que no hago. Siempre digo que no tengo tiempo, pero el problema es que no se lo dedico. Es uno de los objetivos que me he marcado para este año que empieza. Oye, y yo los objetivos los cumplo, que dejé el tabaco en una nochevieja de hace seis años. Aquí en casa mi mujer no me dejaba fumar, así que todas las noches salía a ese balcón, enrollado en una manta en invierno, hasta que un día dije: «esto se tiene que acabar». A las cuatro de la mañana de aquel fin de año encendí mi último purito.
-Va a cumplir 63 años, ¿cómo se enfrenta al momento de la jubilación?
-Hasta los setenta todavía me queda mucho tiempo por delante. Además, ¿yo sin hacer nada? Imposible. Si hace falta me visto de lagarterana y me pongo a vender regionales (ríe). Mantengo una acción del club de golf a pesar de que mi mujer me dice que la venda, pero no lo hago porque no sé si en algún momento me tocará jugar si no tengo otra actividad. Es que uno se debería poder jubilar a la edad que quisiera, si está bien a los ochenta y dos, ¿por qué no seguir?
-¿Mira atrás?
-Claro que lo hago, para ver los objetivos que he ido alcanzando, que nunca pensé que iba a conseguir todo lo que he logrado, y también para no cometer los mismos errores.
-¿Los ha cometido?
-Claro que sí, sería un rasgo de soberbia decir lo contrario. Eso es la experiencia.
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