![Victoria Liceras, en el salón de su casa, salpicada de azaleas, una planta que florece en primavera. «El florista siempre se acuerda de mí, sabe que me gustan», dice.](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/201904/30/media/cortadas/1415024385-kyn-U8082021176QJD-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Lunes, 26 de agosto 2019, 01:41
No hace falta descorrer las cortinas de la casa de Victoria Liceras para disfrutar, y eso que vive junto al Palacio del Marqués de Dos Aguas, edificio que hay que admirar y no decir nada más. Los tesoros de la indumentarista valenciana son más sutiles, muchos sin apenas valor económico -¿cómo se tasa una peineta de latón de hace doscientos años?-, que hablan, sin embargo, de nuestra historia, de la popular, de aquellas esforzadas mujeres y hombres que sentaron las bases de lo que somos ahora como pueblo. Quizás en algún momento sepamos poner en valor a una persona como Victoria, que abre la puerta de su casa-museo, después de años de rebuscar por trastiendas de anticuarios de medio mundo, junto a un marido ya fallecido que también fue un loco por los 'trastos'. El salón está, además, lleno de fotos que hablan de la familia, pero también de los momentos más anecdóticos de su vertiente como indumentarista, vistiendo a una pequeña Victoria Federica, hija de la Infanta Elena, de fallera mayor.
-Usted, sin embargo, no es indumentarista de profesión. Su trabajo ha sido otro muy distinto.
-Soy médico y he trabajado en el Hospital Clínico casi cuarenta años, llevando la sección de hormonas.
-¿Por qué estudió Medicina?
-Entre otras cosas, porque me viene de familia. Mi padre era médico en un pueblo de la provincia de Alicante, Biar, pero yo de pequeña ya sentí la necesidad de hacer algo fuera de allí. Primero estuve interna muchos años en un colegio, continué estudiando la carrera en Valencia y, posteriormente, me fui a Barcelona e hice dos especialidades, Análisis Clínicos y Hematología.
-Qué habitual era ir a internados en aquella época.
-En los pueblos no había otros medios que no fuera un internado, si querías hacer algo más que fuera ir a la escuela, un bachiller para llegar a la universidad. Ahora, yo tengo un buen recuerdo.
-Normalmente se pasa frío, o hambre.
-Frío sí pasé, que era un edificio nuevo, las habitaciones estaban en el último piso y los inviernos eran largos. Al margen de eso, fue toda una experiencia estar fuera de casa, sometida a una disciplina que no era tan dura como la gente dice, y que, a lo largo de la vida, me ha venido muy bien saber renunciar a algunas cosas, o acoplarme a otras.
-Hizo dos especialidades, debía de ser un cerebrito.
-(Ríe) No crea, era muy normal en mis estudios, en toda la carrera solo tuve dos matrículas, así que de cerebrito nada.
-¿Por qué esas en concreto?
-Las hice casi por exclusión, porque yo pensaba en casarme, tener una familia y, dentro de todo, buscaba una especialidad que me fuera cómoda, porque en cualquier otra hubiera tenido que trabajar de noche, hacer guardias. Además, siempre me gustó el laboratorio, hacer cocina. Estuve cuatro años en Barcelona trabajando con hormonas y me entusiasmó. Fue el catedrático de Ginecología Paco Bonilla quien me propuso trabajar en Valencia. Mi ilusión era volver, porque aquí estaba mi familia.
-La medicina, si se ejerce bien, exige mucha dedicación para no quedarse atrás, y más en su especialidad. Pero usted ha tenido tiempo para convertirse en una voz autorizada en indumentaria valenciana.
-Han sido dos mundos paralelos en mi vida que han coexistido sin entrecruzarse. Para mí ha supuesto una evasión, lo que ha motivado que yo tenga ahora colecciones de cuarenta mil cosas porque soy muy trastera. Nunca he creído demasiado en los horóscopos, pero quizás tengo algo que ver que soy Géminis, porque tengo una doble vertiente.
-¿Cómo se consigue tener la colección más importante de ropa tradicional?
-Porque soy la más vieja de todas las personas que se interesan por este tema. Mi afición comenzó cuando nadie se fijaba, y le digo que tuvo gran parte de culpa mi marido, que por desgracia ya no está aquí. Cuando le conocí ya era coleccionista de instrumentos científicos y le gustaba mucho ir a los anticuarios, a los rastros. A mí, que siempre me había atraído porque en mi casa había un ambiente artístico, empecé a ir con él. Me ayudó, y si veía algo que me podía interesar, me decía: «Victoria, en tal sitio he visto unas telas que a lo mejor te hacen ilusión». Y eso ha hecho que ahora tenga una colección importante de ropa valenciana, de ropa de moda y complementos, mantillas, abanicos, medias, zapatos, peinetas…
-¿Todavía le produce emoción encontrarse con algo de valor?
-Cuántas veces me han temblado las piernas al ver algo, intentando incluso ocultar la emoción para que no se dieran cuenta de que estaba tan interesada. Y a veces pienso: «a mi edad, ¿qué necesidad tengo de estar comprando? ¿cuánto me puede quedar de vida?». Luego recapacito, porque si este momento me produce una satisfacción, quien venga detrás que se arregle. ¿Por qué tengo que renunciar al placer de comprar una peineta antigua valenciana? No hay en el mercado, y para mí es una locura encontrarla.
-¿Hasta qué punto ha sido compradora compulsiva?
-Es que yo he salido de mi casa con la intención de comprarme un bolso porque me hacía falta, y me he encontrado alguna persona que me ha dicho: «en la tienda tengo algo que te puede interesar». Y he vuelto a casa con esa pieza y sin bolso. Qué le vamos a hacer, eso es lo que les pasa a los coleccionistas. También me ocurre en los viajes. Fuera de España me encontré colgada en una pared una pequeña Virgen de los Desamparados de plata, de unos veinte centímetros. Y en ese momento pensé: «¿Qué hace la Geperudeta tan lejos de todos nosotros?». Y no tienes más remedio que comprarla y traerla a casa.
-¿Le ha gustado viajar?
-Es lo que más me ha gustado. En Valencia mi vida es muy simple, con mis libros, mis estudios, la tienda. Esporádicamente voy al cine, pero viajar es mi evasión; de vez en cuando necesito irme. Y he recorrido mucho, primero con mi marido, ahora en viajes organizados, con amigos. Después de Fallas me fui a Japón, y lo primero que hice al llegar fue visitar un museo que para mí ha sido el referente más importante en mi vida, que está en Kyoto. Y en el viaje no estaba previsto, pero yo me cogí un taxi y feliz. En el mes de noviembre estuve en Perú, y el siguiente país que quería conocer es Sri Lanka, aunque el atentado nos ha frenado. Me entusiasma el sudeste asiático, y he hecho prácticamente entera la Ruta de la Seda. Las experiencias, conocer otros mundos, personas distintas, el descubrir otras formas de vida, otras comidas, trajes, otras maneras de respetar lo tradicional, de descubrir las influencias entre culturas. Además, siempre les digo a mis hijas: «me voy porque me parece que este es el último viaje que voy a hacer». Y me contestan: «ay, mamá, siempre estás con lo mismo». Mientras el cuerpo aguante seguiré, porque, gracias a Dios, tengo buena salud, y eso es lo que me voy a llevar.
-¿Qué recuerdos tiene de su marido?
-Todo lo que ve son recuerdos que están unidos a él, cualquier cosa me recuerda a él, por eso tengo tanto trasto. Y eso que aquí no hay nada, porque era un bibliógrafo empedernido. Y, aunque yo también he hecho después mis vivencias propias, es agradable tener un buen recuerdo. Desde el primer día que nos conocimos en el Clínico, porque él era psiquiatra, no dejamos nunca de hablar, hasta el último día. Fuimos un matrimonio muy bien avenido, felices hasta el último día; tuve mucha suerte.
-¿Sin que sea nostalgia?
-Es que yo creo que hay que recordar los buenos momentos y, cuando te entra el yuyu, intentar distraerte. Soy de la opinión de que no hay que recrearse en el dolor porque la vida sigue y no se consigue nada. El tener un buen recuerdo no te lo puede quitar nadie, está claro, pero el tiempo te enseña a sacarle lo bueno que tiene la soledad, aunque en otros momentos pueda ser terrible. En términos generales siento nostalgia, sí, pero disfruto de una vida muy llena e incluso a veces añoro el no estar sola. Disfruto de mi mundo, porque la soledad también se aprende.
-Tiene dos hijas. ¿Alguna de las dos ha salido a sus padres en profesiones o aficiones?
-Hasta cierto punto. Ellas tienen su profesión; una es farmacéutica, la otra, economista, es funcionaria del Ayuntamiento y trabaja en Patrimonio. No sé si seguirán con esta afición mía, pero hay veces que te sorprenden, porque crees que no hacen caso y luego te das cuenta de que sí, que saben distinguir las piezas, apreciar lo que es bueno de lo que no lo es. No les ha resbalado. Mi pena es que quizás no continúen con la colección. Para mí lo importante sería que alguien en Valencia pensara en poner en marcha un Museo del Traje, con su apartado de indumentaria tradicional, porque ahora solo existe el del Colegio del Arte Mayor de la Seda. Porque, ¿qué va a pasar con toda esa colección?
-¿Le preocupa?
-En realidad no me preocupa porque vivo el momento presente y creo que la que tengo que disfrutar ahora soy yo. La composición de lugar que me hago muchas veces es: «he rescatado esto de la basura, y mientras yo lo tenga sé que está a salvo». Y con eso me quedo.
-¿Le han salido falleras sus hijas?
-En esto ha habido como un sube y baja. Cuando eran pequeñas se vestían porque yo se lo decía. Cuando fueron más mayores ya no quisieron. Han vuelto a hacerlo ya con familia, porque el marido de una es fallero, al nacer sus hijos, incluso mi nieta mayor fue fallera mayor infantil de su comisión.
-¿Y usted? ¿Se ha vestido de fallera?
-En alguna ocasión. En mi familia hemos estado vinculados lateralmente a las Fallas; yo sólo tengo una foto de pequeña vestida de valenciana, quizás porque una prima mía fue la primera fallera mayor infantil de Valencia y con su traje me hicieron una foto, la verdad es que no me acuerdo. De mayor, ya casada, en la falla, me insistieron, éramos muy poquitos, pero creo que me vestí en un par de ocasiones. Y a partir de cierta edad, o te pones un traje acorde a tu edad, y entonces te ves vieja y horrorosa, o si lo haces de joven te ves muy disfrazada. Yo visto a los demás.
-¿A su familia?
-Sí, pero en casa del herrero, cuchillo de palo. Nunca tenemos tiempo para probarles, a última hora vamos siempre buscando piezas para ponerles… Lo que sí hago es usarles de escaparate, disfruto poniéndoles alguna pieza antigua.
-¿En qué momento de su vida está ahora mismo?
-Ya jubilada de mi trabajo en el hospital, continúo con mis aficiones con la tienda y todo lo que conlleva porque es una forma de llenar mi vida, que sería horrible no tener nada que hacer. Mi afición me ha dado una segunda vida de la que estoy muy orgullosa.
-Criada en Biar, ha vivido en Barcelona, pero usted es valenciana hasta la médula.
-Me siento muy valenciana y me duele cuando la atacan, porque es mi casa, aquí tengo mi vida, aquí nacieron mis hijas. Tenemos una gran suerte de ser valencianos, porque es una ciudad fácil, alegre, festiva, con todos los defectos inherentes a ese carácter de 'puncheta'. Me gustaba enormemente Barcelona, allí viví cuatro años y, abstrayéndonos de todo lo que está pasando ahora, no me importaría volver. Y me siento muy bien en Biar, donde está enterrada parte de mi familia, donde mantengo la casa familiar en la que guardo muchos libros, muchos recuerdos, y me lo paso bien sin salir de casa. El mundo se lo hace cada uno a su medida.
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