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«Maribel es una chica discreta y tras su bellísima sonrisa descubres a una buena mujer»

«Maribel es una chica discreta y tras su bellísima sonrisa descubres a una buena mujer»

La faceta pública de José Francisco Ballester-Olmos va asociada a la defensa de la cultura y las tradiciones valencianas, pero lejos de los focos discurren los días de un hombre recto, familiar, que venera al amor de su vida, fraguado «en una merienda», y a quien le entusiasma cantar con sus hijas

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Miércoles, 8 de junio 2016, 21:51

Preside el vestíbulo de su casa una imagen de San Vicente Ferrer en un altar que pertenece a la familia desde hace varias generaciones. En las paredes apenas queda espacio sin ocupar por libros o cuadros que encierren un significado especial para José Francisco Ballester-Olmos en alguna de sus tres pasiones: la genealogía familiar -«tengo documentadas 21 generaciones desde 1237»-, el amor por la Valencia más devocional y su trabajo como investigador de la Facultad de Ingenieros Agrónomos, que se ha traducido en un intenso estudio del paisajismo. Sería muy largo enumerar todas las órdenes a las que pertenece, las cofradías de las que ha formado parte o los premios obtenidos, la mayoría vinculados a los Jocs Florals. Y aquí y allá fotos con el Rey, Grace Kelly -«una mujer fascinante»- o su admirado Carlos Osoro, el que fuera arzobispo de Valencia. Ballester-Olmos estrecha la mano con fuerza, con maneras caballerosas que recuerdan a otros tiempos, y palabras como dignidad y honor aparecen en una conversación inteligente y sorprendente en ocasiones.

-Tiene usted un montón de recuerdos.

-Cuando viene un americano y le enseñas algunos de los libros del archivo familiar, que es anterior al descubrimiento de América, alucina. Mire, aquí hay un protocolo por un litigio entre dos ramas de la familia que duró dos generaciones. Entre los documentos se conserva una escritura del siglo XV de propiedades en Massamagrell, una alquería, un molino y un terreno que siguen siendo de la familia.

-¿Ha dedicado mucho tiempo a conservar ese patrimonio?

-Sobre todo a organizar el archivo. Aquí hay 7.200 volúmenes y los consultan familiares y alumnos que necesitan bibliografía. Yo tengo dos vicios, uno es comprar libros y el otro leerlos. Adquiero una media de dos por semana, cien al año, y sé la previsión de biblioteca que debo tener para hacerles sitio.

-¿Y su mujer qué dice?

-Aplica la resignación cristiana (ríe). No le queda más remedio. ¿Y sabe por qué tengo tantos libros? Porque no se los dejo a nadie.

-¿Cómo fue esa familia que tiene tan bien documentada?

-Los Ballester eran agricultores en la Marina, después aparecieron militares y empresarios. El impulso emprendedor llega hasta mi padre, mientras que en mi generación nos hemos dedicado a profesiones liberales y a la docencia.

-¿No le motivó ser empresario?

-Mi padre me ofreció entrar en la empresa familiar pero tuve siempre dos grandes vocaciones, la investigación científica y la docencia.

-En cualquier caso, a usted se le ha conocido principalmente por ser un enamorado de Valencia y sus tradiciones.

-Eso lo heredé. Aprendí a amar la ciudad en la biblioteca de mi abuelo, un hombre muy culto que conocía muchas cosas interesantes de Valencia. Por otra parte, tenía un bisabuelo que había integrado las tertulias culturales a finales del siglo XIX y principios del XX. Yo era un chico estudioso y reflexivo al que le gustaba mucho escuchar. Aprendí muchísimo viendo, oyendo y callando. Me dejé empapar por lo que tenía que contar gente de mi familia, pero es que además mi padre fue una persona muy activa dentro de la cultura devocional valenciana. San Vicente Ferrer, el Corpus, Sant Bult

-Ya veía su padre que tenía esos intereses

-Yo era un niño dócil, el mayor de cinco hermanos, y me portaba bien, así que mi padre me llevaba a los sitios porque no le causaba molestias. Con diez años sabía de Valencia mucho más que mis compañeros de colegio debido a que había estado en la Lonja, en museos, en bibliotecas particulares, casonas, la iglesia del Patriarca, San Nicolás... Había gateado por la bóveda neoclásica de la Trinidad viendo la parte gótica que casi nadie ha podido vislumbrar. He estado en el palacio de Benisanó cuando conservaba unas condiciones que recordaban a su pasado del siglo XV.

-Y desde esa pasión por la cultura valenciana, por la lengua propia... ¿Qué opina de la confluencia entre la AVL y la RACV?

-Lo que yo haría es retirar el documento y replantear todo el proceso que desnaturaliza la RACV, porque se hace cesión en los aspectos más históricos de la Real Acadèmia, de los cuales nunca podemos abdicar.

-Adentrémonos en el terreno personal. Me da la impresión de que, además, es usted una persona recta. ¿Quién se lo inculcó?

-Fue sobre todo mi padre el que me lo transmitió, porque era una persona de principios muy firmes. Intento serlo, pero no con la calidad con la que él lo llevó adelante.

-Eran otros tiempos, claro. ¿Ha querido transmitir esa rectitud a sus tres hijas?

-Hay un libro que les dediqué (busca un ejemplar, que abre por las primeras páginas). Escribí: «A Marta, Begoña y Rocío, con el deseo de que hallen en su vida la amistad -para mí fundamental-, el amor -no se puede vivir sin querer a alguien-, la confiada mirada de un hijo, lo gratificante de la obra bien hecha, gratos recuerdos, les deseo una biblioteca y por último les deseo un jardín». Ahí radica todo, aunque podríamos hablar de alguna cosa más, como el sentido del honor, de la dignidad, del valor de una persona más que por lo que es por lo que hace, lo que muestra cuál es su espíritu. A través de los hechos se ve lo que hay en las entretelas de tu alma, y eso para mí es lo importante.

-¿Cree que lo ha conseguido?

-Conforme va pasando el tiempo estoy más seguro de que sí. Se van casando, se van acercando a la maternidad y los planteamientos vitales que tienen ellas se aproximan a los de Maribel y un servidor.

-¿Ha tenido ya nietos?

-Estamos esperando el primero para agosto. Es una gran alegría, vivimos en la esperanza y la ilusión es esencial en la vida. Pasa el tiempo y no hay que perder la sonrisa del alma, la alegría interior, que viene también de la coherencia, de no sentir que uno se confunde a sí mismo. Y Daniela genera ese nuevo horizonte.

-¿Y usted? ¿Ha conseguido tener todo eso, gratos recuerdos, amistad?

-Sin duda, yo soy católico y por las mañanas doy gracias a Dios. Lo primero que le agradezco es poder ver la sonrisa de Maribel a mi lado. Es fundamental en mi vida porque yo con ella me río, me siento acompañado, protegido; experimento la sensación de que todo anda bien, y por eso a Maribel, aparte de cariño, le tengo gratitud porque esta andadura de 41 años juntos se ha hecho a base de mérito suyo, permitiéndome y animándome a que yo hiciera todas las aventuras que quise en mis becas y mis estancias en el extranjero.

-Es difícil quedarse atrás.

-Estudié biológicas entre los 35 y los 40 años a pesar de que ya era licenciado en agrónomos. Teníamos dos niñas y tuve que compatibilizarlo todo en perjuicio de la familia. Lo hice porque ahí estaba Maribel. Por eso hace unos días di un discurso en San Agustín de exaltación de unos clavarios mayores y, como en todas mis alocuciones, cuando hago la salutación siempre acabo diciendo dulce Maribel y empiezo a hablar. Y al que no le guste que mire para otro lado y el que sea cofrade que coja candela (ríe).

-¿Cómo la conoció?

-Cuando tení 17 o 18 años les decía ya a mis amigos: «La chica con la que me case la conoceré en una merienda». Y así fue, en un encuentro de antiguos alumnos de la universidad en que nos vimos años después. Allí acudieron un par de amigas de la anfitriona. Y allí estaba Maribel.

-Y dijo: «La he encontrado».

-Lo del flechazo no sé si existe, nadie empieza a amar de entrada, porque el amor es algo que se cultiva, que va impregnando, que necesita un catalizador para irse desarrollando. A Maribel es muy fácil quererla. Es una chica discreta y detrás de una bellísima sonrisa como la que tiene puedes descubrir miles de sabores de lo que puede ser una mujer buena, con sus buenas cosas, y quererlas para ti. A Maribel había que darle todo lo que quisiera porque se lo merece.

-¿Tiene además buenos amigos?

-Los amigos constituyen una de las partes más importantes del patrimonio de una persona. Es valiosísimo contar con personas que están aunque no se les vea. Es muy agradable saber que las tienes porque eso te da seguridad, confianza, y además te realiza, ya que sabes que esa amistad continúa, no caduca. En nuestro caso disponemos de muchos y buenos amigos basados en el diálogo, en el respeto y en el ingenio, esa puntita de retranca que hace que la interpretación de las cosas sea fácil.

-¿Qué es lo que a usted le ilusiona cada día que se levanta?

-Lo tengo clarísimo desde siempre: hacer cosas que sirvan y que queden. Que cuando uno llegue al crepúsculo de su vida vea que ha aportado algo a la sociedad o al conocimiento. Y ese es el proyecto de todos los días. Hacer algo para algo o para alguien.

-El otro día Manuel Toharia decía que le daba pena morirse pronto porque le quedaban tantas cosas por saber

-Sin duda. Yo necesitaría dos vidas más para hacer todo lo que quiero. Por eso hay que priorizar: apenas veo televisión, no soy aficionado al fútbol y duermo poco. Con cinco horas basta. Me suelo acostar sobre las dos de la mañana y a las siete ya oigo a Herrera. Eso da lugar a aprovechar el tiempo. Y si me pregunta por el futuro, me veo igual que ahora, en el tajo, mientras me llamen.

-¿Es muy organizado usted?

-Tremendamente organizado, no hasta la histeria, pero intento aprovechar el tiempo.

-¿Qué alegrías le da ahora el trabajo, la vida?

-Esa sensación la tengo por las pequeñas cosas. No son necesarios grandes hitos para que yo esté contento, pero soy muy exigente conmigo mismo y Maribel me riñe. Ella ve cómo queda un discurso y me felicita, pero yo soy consciente de los errores, las carencias y me lo aplico. Y cuando el siguiente sale bien me voy contentísimo y no me hace falta el aplauso. Me ilusiona además poder escribir un libro que siempre había querido publicar o sorprender a Maribel con un presente que nunca tuve ocasión de darle. Regalar me produce a priori una satisfacción inmensa, disfruto pensándolo, maquinando, preparándolo, igual que me deleito cavilando sobre proyectos que podría desarrollar. Eso es muy estimulante y en sí mismo, en el propio deseo, me recreo.

-¿En qué momentos se relaja y deja de ser una persona recta?

-Cuando cojo la guitarra. Me siento ahí en el sofá y empiezo a tocar música country con una copa de vino tinto cerca.

-¿De verdad? Qué sorpresa.

-Descubrí la música country en la universidad y soy buen aficionado, tanto yo como mis hijas. Cuando se casó Begoña hace unos meses, varias de las canciones que se escucharon en la boda estaban cantadas por ellas. Desde pequeñas yo les hago los coros, o al revés. Nos encanta.

-Casar a las hijas es emocionante.

-Es el principio de algo interesante, porque nosotros somos muy familiares. Es una fase en la que recibes a las hijas con su marido, con el horizonte de hijos pronto.

-¿Ha mirado con ojo clínico las elecciones de sus hijas?

-Siempre, lo que pasa es que el secreto me lo llevaría a la tumba (ríe).

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