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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Martes, 19 de julio 2016, 21:14
Antonio Pellicer, fundador del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), premio Rey Jaime I a la investigación médica, aparece en Valencia en una de las visitas relámpago a las que ya se ha acostumbrado desde que estableció su residencia en Roma, donde convive con su mujer, Daniela Galliano; una ginecóloga nacida en Turín que, además de ser directora de IVI Roma y compartir con él su interés por la reproducción asistida, le ha hecho padre por cuarta vez de un precioso bebé que se llama Sofía. Tiene algo de prisa, Daniela, ya que debe dar el pecho a su hija, que apenas ha cumplido un mes de vida. Mientras ellas contesta a unas cuantas preguntas, Antonio Pellicer la mira con cariño e interés. Habla esta mujer un español perfecto, no en vano ha trabajado en Barcelona, e incluso confiesa que entiende algo el valenciano.
-Cuénteme, Daniela. ¿Por qué decidió especializarse en Ginecología y posteriormente en infertilidad?
-Cuando estudiaba Medicina vi un parto y entendí que eso era lo que quería. Además, siendo italiana tenía muy presentes los problemas legales que existen allí, donde no todos los tratamientos se podían llevar a cabo hasta el pasado año. Muchas italianas venían a España a intentar ser madres porque en su país no podían.
-Es una profesión, desde luego, muy bonita. La satisfacción de conseguir que una mujer quede embarazada debe de ser muy grande.
-He vivido experiencias preciosas. En la clínica de Barcelona tuve muchas pacientes italianas que hacían su último viaje, el de la esperanza. Con algunas parejas todavía guardo amistad, porque tardaron años en conseguirlo y la satisfacción al lograrlo fue máxima. Esta profesión me llena muchísimo.
-Ha sido madre recientemente. ¿Cómo le ha cambiado en ese sentido la perspectiva a la hora de abordar su trabajo?
-Ahora puedo entender mucho mejor a mis pacientes, porque cuando una ginecóloga es madre reúne las dos facetas, tanto en el plano profesional como en el humano. Ahora me siento más completa.
-Trabaja para una empresa española y además ha unido su vida a la de un valenciano. ¿Ha adoptado alguno de los hábitos de aquí?
-Sí, por ejemplo el hecho de estar siempre en la calle, la costumbre de comer fuera, los horarios, cenar tarde
-Hablando de horarios, ¿cómo lleva los de un bebé? ¿Se compatibilizan con los de ser directiva?
-Los horarios de un bebé no se compatibilizan, aunque en un par de meses volveré a estar con mis pacientes. El equipo de Roma es pequeño, crecerá, pero resulta muy bonito construir algo desde las raíces.
Antonio Pellicer, puro carisma, interviene por primera vez en la entrevista mientras Daniela Galliano abandona la biblioteca, donde nos hemos instalado, disculpándose, para atender a Sofía. Dice de su pareja que tiene carácter. «Daniela, como toda mujer italiana, lleva una Sofia Loren en su interior. Son vehementes y lo sacan cuando lo tienen que sacar», bromea Pellicer.
-¿Cómo es Daniela?
-Es muy brillante, con la cabeza bien puesta, y me da muchas ideas. Trabajar juntos tiene inconvenientes porque a veces te llevas los problemas a casa, pero también enormes ventajas.
-¿En qué sentido?
-Daniela es directora de IVI Roma no por ser mi mujer, sino por méritos propios. Entregamos las clínicas a gente preparada y lógicamente joven. Su proyecto en Italia es muy interesante, además de que en los últimos cuatro años hemos trabajado juntos en la parte científica, porque a los dos nos mueve la misma obsesión, rejuvenecer el ovario. Es extraordinaria esa colaboración. Pasamos horas hablando y así no me marea con cosas de la casa (ríe). Porque la gente acaba teniendo hijos a partir de los cuarenta y yo siempre digo: «Soy el rey de la donación de óvulos pero no quisiera serlo». Y en esa búsqueda estamos trabajando juntos. Es muy bonito no parar.
-¿Cómo se enfrenta a la paternidad en la madurez?
-Ser padre a los sesenta es una experiencia nueva, pero estoy contento. Cuando tienes los hijos joven se hace más fácil adaptarse a ellos, aunque ahora tenemos ayuda porque económicamente la situación es distinta. De todas formas estoy feliz con todos mis hijos, con los cuatro, y espero que esta niña crezca bien e igual algún día también pueda ser médico.
Se abre la puerta y entra una joven, que se disculpa por la interrupción y se dirige rápidamente hacia Antonio Pellicer, a quien da un abrazo. «Mira, uno de los cuatro. Estaba hablando de mis hijos, diciendo que tenía una rubia muy lista». Sonríe ella y le contesta: «Nos vemos pronto». «Cuídate», responde el padre. Antonio Pellicer, junto a José Remohí y otros ginecólogos, ha situado Valencia en la cumbre de la reproducción asistida, gracias sobre todo a los avances obtenidos en el grupo que fundaron hace ya más de 25 años, el IVI. Ha sido jefe de servicio en La Fe y decano en la Facultad de Medicina, donde tiene su cátedra. Transformó el servicio de ginecología en el hospital Doctor Peset y también en La Fe, lugar en el que subraya que no a todos gustaron sus decisiones, porque nunca aceptó este discípulo de Fernando Bonilla las estructuras encorsetadas que tan poco tienen que ver con lo aprendido en Estados Unidos.
-Su trayectoria profesional es impresionante, diría que incluso abrumadora. Empezó, ya de entrada, con un premio extraordinario fin de carrera.
-No me diga eso. Es verdad, pero porque copiaba (ríe).
-No me lo creo.
-En el colegio no era tanto, no se crea, pero en la universidad, seguramente por la competitividad que existe, me superé.
-En el hospital Clínico fue discípulo de Fernando Bonilla, que para tantos ginecólogos se convirtió en un maestro.
-Es una persona muy especial, que te enseña a estudiar. Nos levantábamos a las cinco de la mañana para ir a su casa, pero a veces se dormía y la orden que tenía era llamarle, y se ponía su mujer, que tenía el teléfono en la mesilla de noche... Como dice, dejó una impronta no sólo en mí, sino en varias generaciones de ginecólogos.
-Su trayectoria ha estado vinculada a la de José Remohí, con quien fundó IVI. ¿Ha sido una especie de matrimonio?
-No, porque los matrimonios se pelean. Pepe siempre me decía: «Es que nosotros somos más que hermanos». El éxito ha sido el entendimiento entre nosotros y la habilidad para encontrar a las personas correctas cuando empezamos a crecer. Los doctores Simón, García Velasco, García Ballesteros, Landeras Estas personas y muchas más fueron fundamentales.
-Ahora ha dejado su puesto en La Fe y en la universidad para marcharse a Roma. ¿Una decisión difícil?
-Sí, pero en la vida tienes que hacer elecciones. Yo ya he cumplido 61 años y a esa edad no puedes trabajar tanto. Antes las responsabilidades que tenía eran brutales, siempre me llevaba un susto por algo: o se encharcaba la Facultad de Medicina o había un problema en La Fe. La verdad es que ahora que está mi hija en el hospital haciendo la residencia de Ginecología me sabe mal no estar con ella y no ver cómo disfruta de lo que yo he contribuido a construir, pero hay que elegir y soy muy feliz en Roma con el proyecto de Daniela. Y tengo claro que mi hija Nuria va a aprender mucho allí. Sigue la tradición que empezó mi padr con su clínica en Gandía.
-Dice que ahora lleva una vida mucho más tranquila, aunque no sé yo si una persona con tanta actividad puede quedarse quieta mucho tiempo.
-Le digo que en estos dos años he aprendido a relajarme. Hago cosas, es verdad que no puedo estar parado, pero sí he conseguido racionalizar un poco más mi tiempo, de ocho de la mañana a cinco de la tarde, no como antes, que trabajaba catorce horas. Además, como las responsabilidades están más acotadas me llevo menos disgustos; y al hacerme encima mayor, hay cosas de las que ya paso.
-¿Cambia el carácter con la edad?
-Ayer estaba hablando con una persona y me preguntaba si tenía el mismo temperamento que cuando empecé. Y le dije: «Para nada, yo hace años tenía muy mala leche». Era muy exigente, porque me exigía a mí primero que a nadie. Llegaba a ser maleducado incluso. Ahora no porque a medida que vas madurando tu presencia impone sin quererlo. Esto es como la figura del Cid Campeador cuando aparece en una batalla.
Entra Daniela acompañada de su hija Sofía, quien está muy tranquila, ya saciada, y mira fijamente con unos grandes ojazos el rostro de su madre. «Es Pellicer total, ¿no lo ve, que es muy buena? Los italianos gritan más», bromea Antonio.
-Cuando ve a gente tan ansiosa por ser padres
-Uno tiene que ser un poco psicólogo. La medicina en sí lo es. Muchas enfermedades son psicosomáticas, así que si confías en lo que te dice el médico te curarás más que si no lo haces. Tienes que entender cuál es el problema de la pareja, más incluso que saber operar o hacer un embrión. Y quitar esa ansiedad que en muchos casos es el principal problema.
-Le hago la misma pregunta que le he hecho a Daniela. ¿Cómo de satisfactoria puede llegar a ser esta profesión?
-Es impresionante porque la gente siempre tiene un reconocimiento hacia ti, te agradece sinceramente lo que has hecho por ella y se acuerda. Todavía tengo pacientes de hace veinte años que me hacen regalos por Navidad. Hay una pareja de Callosa dEn Sarrià que todos los años me manda nísperos. Y he ido por la calle y la madre le ha dicho a su hijo: «¡Mira, Pepito, Juanita, tu papá!»
-No me diga que eso le ha pasado.
-¡Muchas veces! Y yo contesto: «¡No, tu padre es el que te paga el colegio!» (ríe a carcajadas).
-Y después de tantos años de profesión, ¿uno se emociona todavía?
-Sí, por eso nadie quiere dejar de recibir pacientes. Yo no tengo ninguna necesidad de hacerlo, pero no me veo de otra manera. La emoción que sientes cuando hay un éxito es brutal, y yo me divierto mucho ahora con las italianas. Las preparo en Roma y luego las acabo de tratar aquí. Y les digo: «Cuando acabe te acuestas pero esta tarde te vas a ir a la Basílica de la Virgen de los Desamparados. Entras y das siete vueltas al interior, porque esa es la tradición en Valencia». El caso es que un día vi a una decena de mujeres, porque me las juntan a todas cuando vengo, y al día siguiente otra italiana me dice: «Me llamó la atención que había muchos italianos ayer en la iglesia». ¡Porque las envío yo! Todo eso es lo que me da la vida.
-Usted es gandiense de nacimiento. ¿Todavía se escapa a su ciudad?
-Voy a ver a mi madre, y a veces cuando me dan premios. Me nombraron hijo predilecto de Gandia y me hizo casi más ilusión que el Jaime I. Estoy muy orgulloso de ser gandiense y lo he llevado allá adonde he estado.
-¿También hasta Roma?
-Roma es otra cosa, de esa ciudad voy a cambiar la historia. Por Roma pasó Nerón, Julio César y va a pasar Antonio Pellicer (bromea). Es que los italianos son muy aburridos, a la pizza sólo le ponen tomate y queso. La primera que voy a hacer es una que lleve un poco de botifarreta. Y cuando me muera dirán: «Por aquí pasó un valenciano que cambió la historia de la pizza» (ríe).
-¿Le quedan aún muchas cosas por hacer?
-Sí, a nivel profesional y personal. Todavía daré guerra.
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