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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Martes, 31 de enero 2017, 20:51
A los pies de la mesa de Vicente Gracia hay unas monedas. Cuenta el orfebre que un día de Reyes un niño que seguía la cabalgata desde su estudio las lanzó por los aires y fue «maravilloso». Toda la habitación quedó salpicada de ellas. Y allí continúan como una pequeña muestra de aquella travesura que tanto le fascinó. Tiene algo de niño este profesional a quien en Christies llaman el joyero poeta, atrapado por el pasado islámico de Valencia, al que aludirá una y otra vez mientras en el ambiente flota el aroma a incienso. Explica que viene bien para tapar el olor del blanc i negre de los almuerzos en el taller. De este modo, la espiritualidad y lo terrenal se funden en un adicto al jazz dotado de ese humor valenciano que él reivindica, cuya vastísima cultura convierte su conversación en todo un placer.
-¿Empezamos por el principio?
-Recuerdo trabajando con Mariscal aquellas joyas de los años ochenta que son poesía urbana, y que mi padre, que era un joyero clásico, me decía: «Che, le vas a sacar un ojo a alguien con esos pendientes». Pero yo tenía claro que debía conectar con mi generación, porque la calle entonces iba por un sitio y la joyería por otro. Me dejé llevar por lo que sentía, y hacía cosas que empezaron a gustar. Me dieron el Premio Nacional en el año 86. El día que me lo iba a entregar Enrique Tierno Galván murió y le rendimos homenaje en aquel entierro donde estaba toda España.
-Usted fue amigo de los grandes artistas de la época, gente como Ouka Leele, Alberto García Alix, Alaska, Pedro Almodóvar o Mariscal, integrado en la Movida. ¿Eran conscientes de que estaban en un momento histórico?
-Por supuesto. En España vivimos los sesenta, los setenta y los ochenta concentrados en una década porque veníamos de una dictadura. Era todo muy loco. Se lo digo a mis hijos, no olvidemos el pasado. Piense que incluso sufrimos un golpe de Estado. Soy juancarlista hasta que me muera por haberlo parado. A mí me pilló haciendo la mili voluntario. Mi madre decía: «Es que eres molt traquero, donde vas pasan cosas» (ríe).
-Ni siquiera la Guerra Civil está tan lejana.
-Mi padre, con doce años, se tuvo que cruzar el frente durante la Guerra Civil porque pensaba que lo iban a matar. Y cuando vio al primer soldado ruso no hacía más que mirar detrás porque el cura de su pueblo decía que tenían cola de demonio. No hace tanto tiempo.
-Los años ochenta pretendían romper con el pasado, dar modernidad a un país muy atrasado, pero en un momento dado usted decide fijarse en la historia. ¿Por qué?
-Es cierto, en un momento dado la tradición me captura. El periodo más loco y divertido me dio un lenguaje al que empecé a ir sumando la cultura, un pasado que no estaba a la vista del valenciano. Comencé a leer poesía sufí, donde utilizan las piedras preciosas como metáforas. «Tú eres oro pero vienes a convertirte en una joya». Para quien quiera leer más íntimamente aspectos relacionados con el misticismo.
-Ha querido recuperar ese pasado islámico que tuvo Valencia, que parece que durante siglos se olvidó.
-Recuerdo que vinieron unas señoras de un pueblo cerca de Muro de Alcoy que habían recaudado dinero para que les hiciera una joya para la Virgen. Me pidieron una estrella de ocho puntas, que es muy islámica. Eran más bonicas las tres Para ellas lo moro no entraba en conflicto con la Virgen. Yo lo he vivido en mi casa. Mi abuela decía: «Xiquet, nosaltres som moros». Y en la procesión del Corpus me preguntaba: «Tú saps qui és la Moma? Pues Mahoma, qui va a ser?» Dios puso todo su conocimiento en un espejo y lo lanzó a la Tierra, y se partió en millones de pedazos. Mucha gente ve un trocito de ese espejo y ve su verdad, no se da cuenta de que es sólo una pequeña parte. El fanatismo no tiene nada que ver con nosotros. Lo nuestro es descubrir la belleza que te acerca a Dios y a través del humor el valenciano está mucho más cerca de lo que él cree.
-¿Nos ve tolerantes a los valencianos, se siente así usted?
-Esta tierra no ha tenido grandes reyes, ni ejércitos, no hemos ganado batallas importantes pero hemos sido mercaderes viajando por muchos lugares del mundo. Es más, el templo de Valencia no es la Catedral sino la Lonja. Me siento heredero de esa gran tradición, y si yo quiero hacer un negocio con alguien de Oriente que tiene varias mujeres lo respetaré, y le chocaré la mano. El problema es que el valenciano tiene muchos traumas, pero el de la huerta, el del campo, es muy feliz, festivo, alegre. Gracias a la Ruta de la Seda hemos cambiado esa percepción para poder recuperar lo islámico valenciano e intentar sumar esos mil años de grandeza histórica. Le voy a contar una anécdota. Acompañé a Paco Roig a una conferencia trampa que le habían montado en Bellaterra, el campus de la Universidad de Barcelona, para hablar sobre catalanistas y blaveros, y con ese humor que a mí me puede lo primero que dijo fue: «Ací se senta un valencià que se sent més moro que cristià». Les dejó a todos desbaratados, preguntándole allí por las cuatro barras, y él dijo: «Però si això és un drap». Fue graciosísimo. Y de algún modo me siento de esa manera.
-Ese humor valenciano es desde luego único.
-En la familia de mi madre siempre han sido muy graciosos, y hasta las cosas más duras las han visto con humor. Tengo un tío que ha sido toda la vida muy luchador, un esquerrà, combativo, y el otro día le vi una pancarta que decía: «Franco, torna, te perdonem» (ríe a carcajadas). Yo también soy así. Aprender a reírme de mí mismo es la mejor herencia que he podido yo recibir. Así es el valenciano, sobre todo el de los pueblos, una filosofía de vida, muy entroncada con el sufí, donde no hacen falta grandes lujos porque basta con el huertecito y la parra. Y de hacer cosas y hacerlas bien.
-Ha recuperado el pasado para incorporarlo a su obra. ¿También en su vida le gusta mirar atrás?
-Me encanta viajar sobre mi propia tierra y buscar esos momentos que suman. Una imagen en Egipto, una tarde en Damasco, y van todos enlazados. Una de las cosas que creo que tienen sentido en la vida es guardar en la memoria los instantes maravillosos, los recuerdos amorosos. Mi madre falleció hace un par de meses y fue una muerte muy bonita.
-¿Puede ser bonita la muerte?
-Murió con noventa años, después de una vida plena. Tuvimos la suerte de poderla cuidar, ya que iba en silla de ruedas después de romperse las dos caderas. Nos volcamos en ella hasta que un día le dijo a mi hermana: «Jo ja tinc ganes destar en Paco, que estic molt llandosa». Eso era domingo y el lunes le dio un ictus y se quedó en coma. La llevamos al hospital y nos dijeron que no había nada que hacer, y pedimos llevárnosla a casa para que pudiera morir con nosotros. Vinieron mis hijos, mis sobrinos, y poder estar esos cuatro maravillosos días con la abuela, preparándonos para ese paso, mi hermana de una manita y yo de otra El jueves por la noche contándole un cuento soltó un suspiro y nos pasó un amor incondicional tan fuerte, tan grandioso, que me volvió a certificar que al otro lado te dan una fuerza y una luz increíble. Se fue con una clase como siempre había demostrado, discretita, de las que todo lo hace bueno, como muchas madres de nuestra tierra y nuestra cultura.
-¿Es entonces el amor lo que le ha hecho moverse?
-Lo único que vale la pena de nuestra existencia es el amor. El único bagaje que te vas a llevar de aquí es too lo que hayas aprendido a saber amar.
-¿Se siente en paz?
-Ahora tengo mucha más capacidad de amar de la que uso. Y me siento en calma. El otro día escuchaba a un profesor español de Harvard decir que se podía manipular el núcleo de una célula con energía amorosa. Y me encantó. El gran avance del futuro es la biotecnología que nos va a permitir evolucionar de una forma más consciente. Pero para evolucionar hace falta que se den crisis gordas, tocar fondo. Así se creó la ONU, después de la Segunda Guerra Mundial. Hay un gran despertar de una consciencia que no se ha dado en otros momentos de la historia. Pese a todas las dificultades estamos en un momento brillantísimo. La gente es mucho más consciente de lo que venimos a hacer en el mundo.
-¿Es optimista en ese sentido?
-Si lo piensas de un modo trascendente todo tiene una evolución hacia un lugar mejor. Mi padre vivió una infancia antirreligiosa y he tenido la suerte de no creer, sino de tener la experiencia.
-¿Qué experiencia?
-La experiencia de Dios.
-Eso no lo tiene mucha gente.
-Porque no lo quiere ver. Y no se da cuenta de que todo responde a un diseño. La vida es una maravilla, es un tesoro que nos dan para que nosotros lo cocinemos. Los árboles y las plantas están adorando ese sol que les ilumina. Si lo ves tienes un concepto más brillante de la existencia, y puedes observar el rocío como una piedra preciosa. Eso es un don, pero el problema de no verlo eres tú, porque está ahí. Una canción de Chambao dice: «El día que te des cuenta llorarás». Y es así. Yo he cogido eso y lo convierto en joyas.
-¿Hay gente que no entiende su trabajo?
-Trajeron a unos hipermillonarios chinos y, pobrecitos, no entendieron nada (ríe). Me decían: «Oye, ¿y un brillante gordo?» La pena es no haberlo tenido, porque se lo hubiera podido vender.
-¿Existe esa parte atormentada del artista en usted?
-Hay mucha chorrada en eso. El que se considera un artista atormentado me parece un gilipollas.
-Pero sí ha tocado fondo.
-Por supuesto. Muchas veces. Siempre he intentado no acojonarme y pensar que la providencia estaría ahí. Y nunca me ha fallado. A nivel personal, económico o amoroso.
-¿Me da un ejemplo?
-A muchos niveles he nacido y he vuelto a nacer. Sufrí un accidente muy gordo con quince años y tuve que estar casi un año en una cama. Mi percepción de la realidad cambió pero quizás he tenido una madre muy amorosa y muy valencianota que todo lo ve bien y eso me ayudó muchísimo. Mi padre, como buen aragonés, era más cenizo. He contado con la suerte de disfrutar de ambas cosas.
-Hablemos de su trabajo. Su obra se ha subastado en Christies, ha diseñado joyas para reinas y actrices, ha sido Premio Nacional, le han incluido entre los mejores joyeros contemporáneos del mundo. Supongo que se ha sentido reconocido.
-Desde luego. Decía Ben Arabi que sólo con decir la palabra humildad ya la estás cagando, pero para mí es importante, además de mostrarse humilde, ser agradecido. Y yo lo estoy a mi ciudad porque me ha permitido subsistir. Encima la gente de Valencia es fina, aunque se crean provincianos.
-¿Se ha movido bien entre la frivolidad que parece siempre rodear al mundo de la moda?
-Sí, porque hay gente muy auténtica. Y porque a quien le gusta mi trabajo es al rarito de Londres que no quiere que su mujer se parezca a la rusa de enfrente que va con la B grande de Bulgari cargada de brillantes, con todos los respetos a los rusos. Esto es lo contrario a la ostentación. Por eso tengo la suerte de encontrarme a gente que está por encima de convencionalismos.
-Tanto Doña Letizia como Doña Sofía tienen joyas suyas.
-Y en el caso de la Reina Letizia me gustaría que se pusiera más, aunque quizás las ve muy lanzadas, ya que en Madrid son más clásicos. Con Doña Sofía estuve algún tiempo carteándome después de mandarle un collar en el décimo aniversario de los premios Rey Jaime I. La mayoría han entendido la esencia de nuestro trabajo.
-¿Cómo es ahora su día a día?
-Intento que sea lo más luminoso posible. Yo siempre digo que voy con el ritmo de las señoras. Por la mañana me suelo ir al río, al jardín de las Hespérides, a la rosaleda de Viveros Me gusta conectar y de paso hago algo de ejercicio. Me vengo sobre las diez y media porque las señoras empiezan a llegar un poco más tarde y ya no paro en todo el día. En esos momentos de tranquilidad me vienen las ideas. Necesito calma. Si la tengo, la providencia me hace ver la vida como una joya pero para tener ese don es imprescindible cultivarlo. Ese es mi tesoro.
Ha sabido sortear Vicente Gracia preguntas relacionadas con asuntos sentimentales. Sólo dice que se ha casado dos veces y que tiene tres hijos. Dos de ellos están con él en la joyería, ayudándole tras la marcha de Juana Roig. «Nos planteamos abrir tienda en Nueva York, pero me alegro de no haberlo hecho. Estoy muy bien aquí», dice. Acaba de volver de Marruecos, donde tiene casa, y está a punto de emprender viaje a Qatar. Se siente más cómodo a orillas del Mediterráneo.
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