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Enrique Choví, en las oficinas de la empresa en Benifaió, que dirige desde que hace veinte años tomó el relevo a su padre. Irene Marsilla

Enrique Choví: «Me pasé muchos veranos pelando ajos y cascando huevos»

Pertenece a esa segunda generación de empresarios que ha luchado, no sin dificultades, por hacer grande el patrimonio que heredó. «Yo no tenía pretensiones de nada, solo quería ser como mi padre», se sincera. La firma cumple este año su 70 aniversario

Martes, 9 de junio 2020

Enrique Choví se remueve en su silla, en una sala de visitas recién remodelada en la fábrica que dirige desde hace veinte años, que le ha visto crecer desde que era un niño. Se nota que no está cómodo hablando de sí mismo; es uno de esos empresarios criados de puertas adentro, que ha pasado por todos los departamentos, que conoce al dedillo cada rincón. No hay discurso preparado, incluso reconoce que él, que vende salsas, no las consume demasiado, que va más con los gustos de sus hijos. Ni siquiera alioli, el producto estrella de una marca que asociaron con un mortero dándole esa imagen de producto autóctono que ha triunfado, también fuera de nuestros límites. Enrique Choví se sincera incluso hablando de los momentos más complicados que ha tenido que vivir, con media familia enfrentada por la sucesión de una empresa que, con él, ha dado un salto de calidad tomando decisiones muy complicadas a nivel personal. «Crecemos cada año entre un 5 y un 10%», explica. Hasta que llegó la pandemia y todo saltó por los aires. Debió de ser complicado para este empresario que, a los cincuenta años, se ha dado cuenta de que necesita tener todo bajo control, incluso cuando las cosas van bien. «Recuerdo que hablando con un amigo que trabaja en banca, le decía que estos últimos años habían ido las cosas demasiado bien, que no podía ser que siguiéramos así mucho tiempo más. Me esperaba una crisis, pero no esto, desde luego».

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-¿Le ha quitado el sueño?

-Bastante. Vengo todos los días a trabajar muy positivo, y pienso que esto lo vamos a superar, pero he tenido mis dudas. Estábamos en una situación tan excepcional que algo así te puede borrar del mapa independientemente del tamaño de la empresa. Ahora sí, las circunstancias te pueden poner en shock una semana, dos, pero no te pueden paralizar. Yo tenía apuntado 2020 como el año del punto de inflexión de la empresa y ha sido así, pero no por lo que yo pensaba.

-Usted ha crecido en esta empresa, ha formado parte incluso de su infancia. ¿Qué recuerdos tiene?

-En aquella época, ser hijo de un empresario quería decir que había que ayudar, y desde pequeño me pasaba los veranos pelando ajos y cascando huevos, así que tanto yo como mis hermanos tenemos hacia la empresa un componente emocional de pertenencia, de formar parte de la fábrica, de convivir con los trabajadores. Algunos están desde que yo era un niño. Estamos creciendo pero siempre he intentado mantener esa familiaridad que ha habido entre los trabajadores.

-¿Tenía claro que este era su sitio?

-Al acabar el bachiller hice el servicio militar y me vine. Mi padre me dijo que como no había estudiado me tenía que ir al almacén. Pasé por todos los departamentos y me iba formando para mejorar las cosas, primero en cursos específicos, luego me matriculé en ADE, hice varios másters e incluso me fui un año a Inglaterra para estudiar inglés.

-¿Cómo les sentaban los cambios que planteaba a su padre?

-Mi padre a mí me daba mil vueltas. Hay que tener en cuenta que él venía de una familia de labradores que no le dejó estudiar porque tenía que trabajar. Se fue de botones a un banco sin cobrar, se compraba libros y era autodidacta, se montó un supermercado, luego una fábrica. Era una adelantado a su tiempo, y él sabía que me tenía que hacer caso, porque yo trabajaba más de diez horas diarias de lunes a domingo, como se lo había visto hacer a él mismo.

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«Le prometí a mi novia que si nos casábamos no trabajaría los domingos»

-¿Fue un modelo para usted?

-Yo estoy convencido de que un empresario no nace, sino que se hace. En realidad, siempre me he mirado en el espejo de mi padre, lo veía actuar, cómo hablaba a las personas, cómo gestionaba… yo nunca tuve pretensiones de ser nada, solo quería parecerme a él. Y una cosa me ha llevado a la otra. Esto no tiene secretos, no hay otra que trabajar, formarte y rodearte de buena gente. Lo demás es secundario. A mí me hace gracia lo del vaso medio lleno y medio vacío. ¿Sabe cómo lo veo yo? Me da igual como esté, solo pienso en que hay que llenarlo.

-No es fácil el relevo. Para las empresas familiares a veces se convierte en algo traumático, incluso el principio del fin.

-En 2011 mis hermanos y yo compramos la empresa al resto de la familia y es cierto, no fue fácil, porque desde que tomé las riendas en el año 2000 teníamos dos opciones, vender la empresa o continuar con un crecimiento a diez años. Encargamos a una firma que hiciera un protocolo familiar. Y me dijeron: «tú vas a ser el director general y esta es la lista de cosas que tendrás que hacer».

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-¿Qué pensó cuando vio la lista?

-Eran medidas coherentes y necesarias, otra cosa es que fuera fácil. Porque decirle a un familiar directo que se tiene que ir a su casa es complicado. Porque si yo hago crecer el patrimonio no puedo estar mirando si eso va a perjudicar a una persona en concreto. Tengo que pensar en la empresa.

«Nunca tuve pretensiones de ser nada, solo quería parecerme a mi padre»

-A los empresarios les resulta especialmente complicado desconectar del día a día. ¿Es su caso?

-Me casé a los treinta y tres y a mi mujer la había conocido cinco años antes. Y ella me decía: «¿tienes que trabajar también el fin de semana?». Le prometí que si nos casábamos el fin de semana iba a descansar. Y esa regla la he cumplido.

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Irene Marsilla

-¿Le ha costado conseguirlo?

-No me ha costado porque a mi mujer no la he involucrado en la empresa. En casa hablamos de las novias y de las universidades de los hijos, de los amigos, de los viajes.

-Eso plantea otra sucesión, la de la tercera generación. ¿Le preocupa?

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-Me he planteado un objetivo, y es que a mis hijos esto se les quede pequeño. Yo estoy intentando prepararles para que salgan al mundo, que es muy grande. Estudian en un colegio británico, han vivido un año en Londres. Quiero que se vayan a estudiar fuera y que vean todas las oportunidades que tienen. Si algún día trabajan aquí bien, pero ellos tienen que ver esto como un patrimonio. El día que me jubile, si no hay nadie de la tercera generación, hijo o sobrino, que dirija esto buscaremos un gerente externo. Está claro que mejor uno de casa que alguien de fuera, pero no lo meteremos con calzador, porque podría ser terrible para el futuro de la empresa. A mí, en realidad, lo que me quita el sueño es que mis hijos no estudien, que no se preparen, que no conozcan mundo.

«Soy muy exigente conmigo mismo, a veces demasiado»

-Parece que piensa mucho en el futuro.

-Mis hijos me dicen que soy muy pesado porque siempre les estoy hablando de lo que pueden estudiar, de las oportunidades, de las profesiones del futuro. El mayor se iba a ir a Estados Unidos este año que viene pero con esta situación parece que se ha complicado. Habrá un plan B, porque yo quiero que salgan al mundo, que tengan más oportunidades.

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-Usted también dedica tiempo a su formación. ¿Todavía tiene curiosidad por seguir aprendiendo?

-Es que la formación es fundamental, creo que nunca hay que dejar de hacerlo, y en muchas ocasiones es el contacto con otras personas, más allá de lo que te enseña un curso determinado, lo que te permite aprender. Por eso estoy en AVE, porque esas relaciones enriquecen, no solo a nivel profesional, también personal. Y me ha cambiado.

-¿Dónde le podría encontrar el fin de semana?

-Me gusta estar en familia y hacemos muchas cosas juntos: viajar, navegar, hacer deporte... Yo no me cierro a nada. Imagínese que dentro de tres años hiciéramos una adquisición en Polonia. A mí no me importaría irme, si mis hijos también quieren, a vivir allí. No tenemos apego a Benifaió. Todavía recuerdo cuando a mi padre le dije que me iba a vivir a quince kilómetros; casi le da algo. Él nos hizo una casa a cada uno a diez minutos andando, quería que trabajáramos todos en la empresa. Era muy visionario, a la vez muy familiar, y he aprendido las cosas buenas y las malas. Porque todos tenemos defectos y tenemos que asumirlos.

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«Decirle a un familiar directo que tiene que irse a casa es complicado»

-¿Los suyos?

-Yo, por ejemplo, me siento muy cómodo en la fábrica, así que me fuerzo a salir fuera. Tengo mis debilidades, y me equivoco, claro, pero cuando lo hago aprendo y miro adelante.

-¿Es muy exigente consigo mismo?

-Mucho, a veces demasiado.

-En estos años ha hecho grande la empresa, supongo que su padre estaría orgulloso...

-Nunca me lo dijo, supongo que lo estaría, pero él medía mucho, sobre todo en público, el reconocimiento que daba a sus hijos porque tenía cinco. De todas formas, yo lo tenía asumido porque el mejor reconocimiento es que me dejara dirigir la empresa, no hacía falta que me dijera nada.

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-Viendo que necesita tener planificado el futuro, ¿tiene claro qué hará cuando se jubile?

-Cuando me retire quiero vivir en el extranjero. Me atrae mucho Estados Unidos, no sé exactamente en qué lugar concreto me estableceré ni qué haré allí pero quiero hacerlo. He vivido muchos años aquí y el mundo está ahí para disfrutarlo. La experiencia en Londres fue increíble, y eso que iba y venía.

-Parece que le gusta salir de su zona de confort.

-No es fácil, pero al hacerlo me he dado cuenta de que es muy gratificante hacer cosas nuevas, las barreras nos la ponemos nosotros mismos y hay que luchar contra ello. Tengo cincuenta años, el tiempo pasa muy rápido y no quiero echar la vista atrás y ver que hay cosas que he dejado de hacer.

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