![Ignacio Carrau: «En mi vida he hecho siempre lo que me ha dado la gana»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202009/09/media/cortadas/carrau-kHxE-U120135545145xZB-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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A Ignacio Carrau le encanta una frase de un filósofo llamado Eric Hoffer, y que ha puesto en su recién estrenada página web: «En tiempos de cambio, quienes estén abiertos al aprendizaje se adueñarán del futuro, mientras que aquellos que creen saberlo todo estarán bien equipados para un mundo que ya no existe». A sus 66 años, es toda una declaración de intenciones; abogado de formación, de sangre y de vocación, ha trabajado toda su vida en aquel bufete que fundó su bisabuelo en 1881 y hace un año decidió salir por la puerta del despacho para no volver.
Cuando la mayoría de sus coetáneos están pensando en un retiro tranquilo, en vivir de los recuerdos y de las aficiones, él ha montado una empresa. Quedamos en el Ateneo Mercantil, donde ya hay una cierta actividad por esos salones de los que desde la junta directiva que preside Carmen de Rosa, han intentado quitar la pátina de lugar de otra época reservado solo a señores jubilados que van a jugar al dominó. Por ello, no es de extrañar que haya sido Ignacio Carrau, vicepresidente de la entidad, quien haya puesto en marcha, por ejemplo, el Club Ateneo de Innovación y Empresa donde, entre otras actividades, organizan un concurso para startups.
-¿Qué significa llevar el apellido Carrau?
-Todo; estoy muy orgulloso de mi apellido, hemos participado en la historia de Valencia en muchas facetas, hemos hecho lo que hemos podido por esta ciudad porque nos debemos a ella y todo lo que tenemos es gracias a ella.
-No se ve en otro lugar.
-No, de hecho, cuando terminé la carrera, me ofrecieron un puesto de trabajo fuera de Valencia, esos trenes que pasan y no sabes dónde te pueden llevar. Era un buen momento, recién licenciado, pero después de pensármelo decidí que no, que quería quedarme aquí y renovar aquel despacho donde trabajó mi padre, adaptándolo a los tiempos.
-¿Qué aprendió de toda esa familia de abogados en la que se crió?
-El respeto a los demás. Es un concepto que engloba todo, porque cuando te mueves, sin querer, puedes hacer daño, y tenemos que evitarlo. Es para mí un principio que he intentado trasladar a mis hijas y ahora a mis nietos.
-¿Venía ya dado lo de que tenía que estudiar leyes?
-Hice el Bachillerato de letras porque me gustaba mucho, pero con dos compañeros buscamos un profesor particular que nos enseñara Física y Matemáticas, que también me fascinaban. Tuve alguna duda, además, porque había otra carrera que me entusiasmaba, y es la Arquitectura. Ya ve, son dos profesiones completamente diferentes, pero que tienen sus paralelismos. Al final pesó más lo que había mamado, porque mi padre tenía el despacho en casa y yo siempre iba por allí a incordiar, jugaba con los pasantes y, sobre todo, me gustaba cómo ejercía mi padre y cómo se sentía él al ejercer la profesión. Así que me dije: «esto lo puedo hacer yo».
-¿Cómo se sentía exactamente?
-A él le encantaba. Es más, en los últimos tiempos, cuando fue elegido diputado en la Diputación Provincial designado por el Colegio de Abogados, le costó mucho compatibilizar las dos actividades, sobre todo cuando lo designaron como presidente. Porque mi padre, cuando hacía una cosa, la tenía que hacer bien. Y eso que él nunca había pertenecido al Movimiento, que no era político, sí liberal y sobre todo católico. Menos mal que mi hermana recogió el testigo y luego yo. Me acuerdo de tener que esperarlo hasta las dos de la madrugada para hacerle una consulta porque volvía de un pueblo, porque se recorrió varias veces todos los pueblos de la provincia.
Ignacio Carrau Leonarte, que ocupó la presidencia de la Diputación de Valencia entre 1975 y 1979, no fue el único político de la familia. El bisabuelo de Ignacio, José María Carrau Juan, fue un destacado miembro de la burguesía valenciana de principios del siglo pasado, que encabezó los consejos de administración de la Caja de Ahorros de Valencia, de la Compañía de Tranvías y Ferrocarriles, la Sociedad Económica de Amigos del País y también fue presidente de la Diputación durante la dictadura de Primo de Rivera.
-Un orgullo, ¿no?
-A mi padre se le ha achacado, desde el más absoluto desconocimiento, el hecho de que fuera el último presidente de la Diputación del franquismo. Pero él no era político. Y le aseguro que, al moverme por muchos municipios valencianos para atender a clientes, en cuanto decía mi nombre, todo el mundo, de cualquier ideología, lo conocía y hablaban maravillosamente bien de él. Porque mi padre llegaba a un lugar, preguntaba qué necesitaban y se ponía manos a la obra. Lo tenía muy claro. Le cuento un ejemplo. Bronchales era su válvula de escape y con él me recorrí desde los cinco años los Montes Universales. De su experiencia, escribió un libro sobre rutas y le regaló los derechos de autor al ayuntamiento. Todavía está por ahí.
-Hay gente que a su edad está pensando en la jubilación, pero usted crea una empresa.
-Yo he pensado siempre en el momento de la jubilación como una ilusión, pero me hace dos años pensé que me quedaba algo pendiente, y me pregunté: «¿qué hago? ¿me jubilo y no la desarrollo?» Así que a los 65 años creé una empresa, Carrau.legal.
-También habría podido quedarse donde estaba.
-Pero entonces no lo ponía en marcha porque Carrau Corporación es una empresa de treinta personas con unas estructuras muy consolidadas, así que hice lo que he hecho toda mi vida: «lo que me ha dado la gana». Que, ojo, es una suerte poder hacerlo.
-Hay que ser valiente.
-Y trabajar. Es cierto que a veces me levantaba pensando que igual estaba loco, pero no fue una sorpresa para nadie. Además, mi hija Lucía se va a incorporar a la empresa y estoy muy contento, porque es una abogada de primerísimo nivel, una de las letradas que más sabe en Valencia sobre nuevas tecnologías.
-¿Le han seguido?
-Tengo tres hijas; la mayor, Ana, que estudió Periodismo y se dedica al emprendimiento, la segunda, Lucía, estudió Derecho, y siempre lo tuvo muy claro. La tercera también se decidió por las leyes pero a ella siempre le gustó el márketing y ahí se metió de lleno.
-¿No las aconsejó?
-Nunca les dije nada, pero a mí tampoco. Mi padre sí nos intentó inculcar unos principios muy claros pero cada uno ha hecho con su vida lo que ha querido.
-¿Su familia le ha apoyado con la nueva aventura?
-Mi familia siempre me ha apoyado, porque siempre hemos sido personas muy activas. Mi mujer es farmacéutica de hospital, y ahora ha creado junto a otras compañeras una asociación muy bonita que se llama dolor.in, dirigido a profesionales del ámbito sanitario para el tratamiento del dolor infantil, que es el gran desconocido. Así que, con esta familia, ¿qué voy a hacer? Si me jubilo soy el único que se queda de brazos cruzados.
-¿Cómo ha pasado el confinamiento una persona tan activa como usted?
-Desde el punto de vista profesional, los primeros días no salí porque en casa me dijeron que mejor no. Al principio estábamos todos descolocados y costaba mucho, hasta que nos hemos acostumbrado a la videconferencia. Desde el punto de vista personal, mi mujer y yo hemos estado bastante aislados, lo que sí hicimos es poner en marcha con nuestros amigos unos gin tonics virtuales y llegamos a hacer una paella virtual. Lo que peor he llevado ha sido lo de no ver a mis nietos. Hasta que un día fui a que me hicieran los análisis, que me dieran el resultados lo más rápido posible para ver a mis nietos. Y fui a casa de mis dos hijas ese mismo día. Tengo cuatro, de nueve, seis, cuatro y dos años, y me reconozco muy gallina clueca con mis nietos. Para mí es una necesidad estar con ellos, y no sé por qué pero me quieren.
-¿Qué le gustaría que quedara en sus nietos?
-Que tengan personalidad propia, que mantengan siempre la capacidad de decidir por sí mismos el rumbo de su vida, porque eso es lo que establece la plenitud de realización.
-¿Lo ha logrado usted, si mira atrás?
-Me gusta ser positivo, tanto si analizo lo que quiero como si observo el pasado. Sé que hay algunos fallos y, desde luego, tengo claro lo que no debo de hacer, pero en general he conseguido divertirme porque trabajo en lo que me gusta y eso no es mérito, es suerte.
-¿Y qué significa para usted el Ateneo Mercantil?
-Una válvula de escape. Para mí es importante para tener una vida plena; más allá del trabajo y la familia tengo muchas aficiones. Por ejemplo, comparto con un socio una huertecita en Alboraya.
-¿Y le da a la azada?
-Claro. No sabe cómo te limpia la mente, además de llenarte la nevera de hortalizas. Es una maravilla. También me gusta la vela, el motor lo dejo para pescar con amigos y, además, soy cazador conservacionista. Me encanta todo lo que tenga que ver con la montaña: caminar, buscar rebollones… En invierno sigo yendo a Bronchales, en verano a Dénia, donde tengo conmigo a toda la familia y estoy feliz.
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