![Argimiro Aguilar, en uno de los mostradores de su joyería, ubicada en la calle Colón, momentos antes de la entrevista.](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/201909/16/media/cortadas/Imagen%20Argimiro%20Aguilar%20-4ok-k1ZD-U90156777812CwG-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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maría josé carchano
Martes, 5 de noviembre 2019, 20:30
Hay una anécdota que define a la perfección a Argimiro Aguilar, el joyero, una personalidad expansiva, optimista y arrolladora. Un día, vio en LAS PROVINCIAS una noticia que hablaba de un conductor de la EMT que había llevado de urgencia al hospital La Fe, jugándose su puesto de trabajo, a una mujer que se estaba desangrando. Durante dos años buscó a este señor, que se llamaba José Manuel Esteve, hasta que le encontró. Le invitó al piso que alquila en la plaza del Ayuntamiento para ver la mascletà -«nos juntamos ahí más de un centenar de personas»-; y allí mismo le hizo un homenaje por todo lo alto. «Hoy en día, somos muy amigos, y cada vez que pasa con el autobús por delante de la joyería toca el claxon, y aunque esté con un cliente, me levanto y le saludo. Adoro a los héroes anónimos». O cuando se ofreció a restaurar gratuitamente las copas del Dorna Godella. Argimiro viene de una feria de joyería en Italia, en estos momentos estará en otra más. Empresario de éxito, no tiene problemas en contar los episodios más duros de su vida. Varias veces se emociona. No le importa.
-Vamos al principio. ¿Por qué es usted joyero?
-Esa es una larguísima historia. A mí siempre me gustó emprender; empecé de relaciones públicas en una discoteca que se llamaba Distrito 10, con Nacho Cotino, o Toni Cantó, pero me lo dejé en COU porque no quería vivir de noche y dormir de día. Tenía yo unos dieciocho años, que ni siquiera había comenzado Derecho, y vi una máquina de limpiar zapatos en el Astoria Palace, donde me cortaba el pelo. Aquí tengo que decir que mis dos manías siempre han sido ir muy bien peinado y llevar los zapatos impecables. En la máquina ponía Azkoyen y un teléfono de Valencia. Y llamé preguntando por el señor Azkoyen. Claro, se reían. Les expliqué que quería poner máquinas en las facultades, y les dije que antes de dejar de pagarlas dejaba de comer. No se imagina el éxito. Luego vendí el negocio porque dicen que se debe comprar cuando te venden y vender cuando te compran.
-Pero se quedó sin negocio.
-Y yo quería seguir haciendo cosas. En el bar Penalty había una máquina de pistachos, y el dueño me dijo que no tenía éxito. Hice un estudio de mercado casero para ver qué querrían mis amigos que tuvieran las máquinas. Total, que las llené de conguitos y llegué a tener cien máquinas repartidas por Valencia. Con mi novia entonces, mi mujer ahora, en vez de ir a tomar una Coca-Cola por las tardes íbamos a liquidar y a reponer. Y volví a vender. Luego llegaron las camisetas, las medias que vendía en los mercados… Ahí me conocían por 'El niño de la calceta' (ríe). Ese fue el mejor máster de Economía que he hecho en mi vida, el de la calle. Hasta que mi padrino me propuso empezar con la joyería.
-Y le fue bien.
-Me acuerdo de que el primer pedido fue de quince sortijas que me costaron 250.000 pesetas. Yo me llevaba las manos a la cabeza, pero enseguida empecé a vender. La primera que me compró, mi suegra. Me iba con la tuna y les decía a mis amigas que quería ver a sus madres, y les enseñaba las joyas. Yo es que siempre le he echado mucho morro a la vida.
-¿No quería ser abogado?
-Estudié Derecho por aquello de contentar a mis padres pero tenía clarísimo que nunca iba a ejercer. Yo quería tener negocios, eso es lo que siempre me gustó. Así que monté mi primera joyería en la calle San Vicente, 16, donde habían vivido siempre mis padres; y de ahí a la plaza del Ayuntamiento. Me endeudé hasta las cejas, pero cuando tienes ganas de trabajar y mucha ilusión no hay quien te pare. Hasta que nos hicieron el butrón y lo perdimos todo.
-¿Cómo se afronta un momento así?
-Me robaron un 16 de marzo de hace cinco años. Pero bendito butrón. No quiero que esto se entienda mal, pero ojalá a todas las personas nos pase algo así en la vida para poder ver lo que somos capaces de sacar de nosotros mismos. Al final, cuando te pasa algo muy gordo es fácil ponerse a llorar en una esquina, pero la vida sigue. Y en el diccionario, en la palabra optimismo pone: «dos puntos, Argimiro Aguilar». Me juré a mí mismo que iba a multiplicar por diez lo que había perdido. Todas las muestras de cariño fueron… aquel año crecimos a lo bestia.
-¿Le ayudaron?
-Le voy a contar cosas con las que va a alucinar. Amigos que se salieron de listas de boda para venir a comprarme, que se vinieron de Madrid ese mismo día para estar a mi lado, como José y Ana, que me ofrecieron todos sus recursos. Y otras que no acepté, como gente que me pidió el número de cuenta para ingresarme dinero, que me presentaron la escritura de su casa para que la pudiera hipotecar, que querían endeudarse para ayudarme… (se emociona). Juan Roig me llamó para ver en qué me podía echar una mano, y yo le dije que no me diera dinero, sino consejos. Y me regaló los mejores.
-¿Cómo cuáles?
-El primero de ellos fue: «muy jodido está el que tiene un cáncer terminal. ¿Tú no me preguntabas siempre cómo te reinventabas? Ahora tienes la oportunidad de tomar las decisiones más valientes que hayas tomado en tu vida. Un abrazo». No me importa contarte que cuando colgué me puse a llorar.
-¿Y su familia?
-Al día siguiente del robo, le dije a mi mujer, Sesé: «he pensado en venderlo todo y tirar para adelante». Y me respondió: «sólo te voy a preguntar si estás seguro de lo que vamos a hacer». Le dije que lo tenía muy claro. Y me pidió una única cosa, que nuestros hijos siguieran en el mismo colegio. Tener a alguien a tu lado que se fía a ciegas de ti, que te dice: «si tú vas, vamos juntos»... (se emociona). Porque quienes estamos felizmente casados y trabajamos en lo que nos gusta no podemos pedir más. Convivir con Sesé es una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida, que se ha chupado las camisetas, los conguitos, las medias… (ríe).
-¿Cambiaría algo de su pasado?
-Si volviese atrás sólo cambiaría una cosa. Y sería ser mujer. Por dos razones. Una, por poder dar a luz, que imagino que tiene que ser lo más bonito del mundo, y dos, por saber cómo piensa y cómo siente una mujer, que los hombres somos 'un tros de suro'. Gracias a Dios, la mujer y los hijos que tengo no me los merezco.
-¿Qué ve en sus hijos que hayan aprendido de usted?
-Una buena escala de valores que, además, está ordenada. Para mí, lo más importante es que tengan buen carácter y que sean buenas personas. Son dos fenómenos, que hemos conseguido que sean personas en mayúsculas. En mitad de la crisis me decían: «papá, ¿somos ricos, que nos vamos de viaje?». Y yo les contestaba que somos hormiguitas, muy trabajadores y muy ahorradores, y por eso podemos permitirnos hacer un viaje en verano. Y cuando estábamos fuera, les llevaba a ver joyerías, pero no como la mía, de las de verdad. Y les decía: «esto es una joyería, lo de vuestro padre es una botigueta». Una cualidad muy importante que valoro, además, es la de poder desnudarse delante de un espejo y saber para qué vales y para qué no. La labor de un buen empresario es ser buen director de orquesta. Y ser humilde. No tengo envidia de un buen cochazo o una vida más tranquila que la mía. En realidad los envidiosos son unos pobres de espíritu. Y hay que tener claro el norte, dónde quieres llegar en tu vida.
-Entonces, ¿no siente envidia de nadie?
-¡Por supuesto que sí! De gente como María José Gimeno, la fundadora de Mamás en Acción; personas como ella te reconcilian con el ser humano y sabe que siempre podrá contar conmigo porque no podría hacer lo que ella y las voluntarias de la oenegé hacen, estar con niños solos en el hospital. O como Juan Roig, porque a veces pienso: «qué corto soy». Que yo no pertenezco a los Yanes de siempre, sino a los Aguilar de nunca. Es decir, no vengo de una familia a la que haya podido consultar en los momentos en que tienes que tomar decisiones. Soy primera generación, y he ido aprendiendo a base de golpes y equivocaciones, sobre la marcha.
-¿Cree en la suerte?
-Yo creo que en la buena suerte. Creo en que se dén todas las condiciones para que, cuando ha venido ese cliente que esperas porque es de los buenos, que te pille currando.
-Usted ha demostrado ser optimista, acordarse de toda la gente que le ayudó, pero seguro que otra mucha le decepcionó.
-El cerebro humano tiene la capacidad de quedarse con lo bueno y olvidar lo malo. Yo a la gente que me ha decepcionado la he borrado de mi lista de contactos y ya está. Me quedo con lo positivo, porque de esta forma soy muy más feliz y encima me enfoco en lo que realmente es importante y en la gente que de verdad vale la pena. Y dejarse de malos rollos, que por supuesto que los tienes. Ante todo humildad, más vale ser humilde que ser prepotente…
-Sé que participa en muchas entidades, como el Rotary, que colabora desinteresadamente en otras, como Mamás en Acción. ¿Es importante para usted?
-Como dice Juan Roig, las personas a las que nos ha ido bien en la vida tenemos la obligación de devolver a la sociedad parte de lo que nos ha dado ella a nosotros. Y por eso colaboro con muchas organizaciones. Pero es que, además, yo soy una persona muy sociable, que voy a una fiesta y me hago amigo hasta de los camareros.
-Una curiosidad. Seguro que lo de llamarse Argimiro le ha traído más de una anécdota.
-Todavía recuerdo un señor por teléfono intentando venderme una enciclopedia, hace ya muchos años. Me llamaba Agripino, Argentino, ¡e incluso Aspirino! Le dije que si no era capaz de recordar mi nombre no merecía que le siguiera escuchando. Y colgué. En la tuna, soy de los pocos que no tenía apodo, e incluso hay quien no se ha creído que fuera mi nombre. Dicho esto, estoy muy orgulloso de llamarme así, como mi padre y después mi hijo.
-¿Su mujer tenía claro que iba a tener un hijo con su mismo nombre?
-Clarísimo. Teníamos un pacto 'de caballeros' entre mi mujer y yo, que si nacían niñas ella elegía el nombre, y si eran chicos yo.
Después de una charla que se alargará durante casi dos horas, me hace una última recomendación, y yo la traslado: dos películas, 'Cadena de favores' y 'El niño que domó el viento', y dos libros, 'Sálvese quien pueda', de Andrés Oppenheimer, y 'Nunca comas solo'.
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