Laura García viaja todas las semanas a Valencia, donde 'El sueño de Vicky' se reúne con un equipo en el que está, entre otras personas, Mayte García, a la que define como su hermana gemela. jesús signes

La estela que dejó una niña llamada Vicky después de morir

Laura García creó 'El sueño de Vicky' dos días antes de morir su hija por un cáncer infantil, y desde entonces se ha entregado en cuerpo y alma a la tarea de recaudar fondos para la investigación. La próxima gala es en Valencia

Sábado, 30 de octubre 2021, 00:31

«Cuando mi hija Vicky tenía dos años se le cerró un párpado. Pensábamos que le había picado un bicho, porque en aquella época vivíamos en Panamá, y era muy común». Este es el comienzo de la historia que Laura García nunca hubiera querido tener ... que contar, porque hay mucho sufrimiento, mucho dolor y, al contrario que en las películas, un final triste, al menos mirado desde fuera. Porque, si le preguntamos a Laura, ella contesta: «Me salió bien, aunque perdí a Vicky por el camino». No, no le había picado ningún bicho, las palabras del médico fueron: 'Vicky tiene una enfermedad rara y le quedan tres meses de vida; ya no hay nada que hacer'.

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«En ese momento pensé que es una de esas cosas que solo le pasan a los demás, y volviendo a España en la búsqueda de un mejor diagnóstico recé para que el avión tuviera un accidente y nos muriéramos toda la familia junta, porque pensaba que no íbamos a poder soportar tanto dolor». Se equivocaba. Laura luchó y luchó. «Nos dijeron que había una posibilidad. Fue un año durísimo, sin salir un solo día del hospital, con quimios las 24 horas del día». Y cuando pensaban que ya se había recuperado, que lo había logrado, a los tres meses tuvo una recaída.

Era un 12 de noviembre, lo recuerda como si fuera hoy, y les dijeron que no llegaba a Navidad. «Duró once meses, que fueron un regalo. Pensar que mi hija se iba a morir al día siguiente hizo que cada amanecer con ella fuera maravilloso». Laura explica que si no se vive en primera persona no se puede entender «cómo intentar hacerla feliz me hizo feliz a mí, cómo ha sacado lo mejor de mí».

«Tengo la sensación de que ya me puedo morir a gusto porque lo que he hecho sirve para algo»

Laura aprendió en ese camino tan duro que el cáncer infantil es la primera causa de mortalidad entre los dos y los dieciséis años, y que las investigaciones se financian gracias a familias afectadas. «Creé la asociación 'El sueño de Vicky' un viernes y Vicky falleció el domingo. Creo firmemente que ella me ha ido iluminando el camino, que con la poca fuerza que tenía al principio comencé a vender pulseras en los mercadillos y tras cinco años hemos creado una unidad de tumores cerebrales donde han entrado niños que estaban desahuciados y llevan tres años limpios. «Al final es mi manera de conectar con Vicky, sé que no puedo hacer nada más por ella, pero sí por otros niños. Y tengo la sensación de que ya me puedo morir a gusto porque lo que he hecho sirve para algo».

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Madre de otros tres hijos, define el cáncer infantil como un tsunami, que llega a la familia, lo destruye todo y luego hay que recomponerlo. «Falta alguien, y los que estamos no somos los mismos». La vida de los hermanos de un niño con cáncer no es igual que la del resto. «Ellos se pasaban las tardes, los fines de semana en el hospital, y siempre intenté que para ellos hubiera planes divertidos, como acampar allí, hacer ginkanas o preparar un asalto al cuarto de los voluntarios para robarles chuches». Están acostumbrados a ver a padres llorando, a convivir con el dolor, y son niños «con muchísima sensibilidad. El día que murió Vicky se quedó dormida en mis brazos, estábamos todos juntos y fue un momento muy triste pero con mucho amor», cuenta Laura, serena, porque su vivencia le ha dejado, como ella lo define, un corazón blando y una piel dura.

El dolor de la pérdida de un hijo ha unido a Mayte y Laura García. jesús signes

Atrás quedaron tres hermanos y, entre ellos, la gemela de Vicky. «Ella no lloró cuando murió, y a las semanas entró en crisis. Llegaba a casa y pedía la merienda para las dos, se metía en su habitación y jugaba con ella. A los diez días me dijo que Vicky no podía comer, que pasarían tiempo juntas pero que no le preparara comida. A la semana ya no veía a Vicky». Fue su proceso de despedida. En realidad, cada miembro de la familia lo ha vivido de una forma distinta. «A la mayor todavía hoy en día le cuesta hablar de ella y cambia de tema. Mi hijo dice que no es justo que se haya muerto, que Dios es malo. Pero yo le digo que Dios es como Florentino, él que es tan futbolero, que Dios fichó a la mejor». Y le encanta ver el cuadro de Vicky en la entrada de la casa llena de babas, porque cada día, al entrar y al salir, le dan un beso.

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Si mira atrás aquellos primeros días, tiene una sensación de que el mundo se había parado para ella y no para el resto. «La gente seguía sonriendo, iba a tomar café, celebraban cumpleaños, había vida, pero para mí mi universo era un hospital». Cuando llegó el Covid sintió justo lo contrario, que el mundo se había parado para todos menos para ella. «Este tipo de enfermedades te cambia la vida tanto… para mí no existe el futuro».

«El cáncer infantil es como un tsunami que llega a la familia, lo destruye todo y luego hay que recomponerlo»

Por fin pueden volver a la normalidad, organizar galas, como la que celebra este 29 de octubre en Valencia, donde «no queremos hacer una apología de la tristeza porque Vicky fue un regalo para mi vida». Se llama 'Érase una vez un sueño', la presentará Joaquín Prats y está llena de sorpresas. Estos años de pandemia no han sido tan terribles para la fundación porque Laura decidió buscar otras maneras de financiarla. «Fui a ver a las empresas que se habían beneficiado del Covid. Y hemos recaudado más que otros años».

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No es de dar consejos, más bien de escuchar, pero si encuentra una madre en la misma situación que vivió ella, lo primero que le dice es que no se sienta culpable, que esto no es un castigo. «La muerte es parte de la vida, no nos han educado para ello y desde luego no estamos preparados para ver morir a nuestros hijos, pero es un proceso. Yo creo que el amor lo supera todo y pienso: '¿lloro en casa por lo que me ha tocado vivir o lucho porque mis hijos estén felices?'«. Nunca le ha gustado dar pena, y no quiso ver a la familia sufrir por ella. «Lo más importante es la aceptación, y teniendo fuerzas puedes ayudar». Se queda pensando. «En realidad no hay una única fórmula, no sé cómo lo hice».

Ahora anda negociando con su familia acoger una niña asturiana que conoció a través de Santi Cañizares. «Tenía seis meses cuando le diagnosticaron un tumor cerebral con un pronóstico bastante malo. Ahora tiene un año y está tutelada, y en Madrid no tenía donde quedarse mientras recibe el tratamiento. Sentí que esa niña había llegado a mí por algo. Pensé que si se tenía que morir lo mejor que podía hacer es que se muriera conmigo, con una familia dándole amor. Se que a mí se me va la cabeza, me fui al psiquiatra y le dije que me diera dos tortas, que me quitara la tontería de encima, y me contestó que si había alguien que podía cuidar de esa nena era yo, que él ya se ocuparía de mi salud mental«. Y ahí anda, porque ni su marido ni su hijo quieren sufrir más…

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