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Max Rossi/Reuters
Esther Cañadas, la estrella que nunca se apaga

Esther Cañadas, la estrella que nunca se apaga

La modelo de mirada felina fue reina indiscutible de la pasarela y su resplandor la llevó incluso al cine. Entre desfile y desfile teníamos noticia de su intensa vida personal, pero un día dejamos de saber de ella. Ahora ha vuelto, espléndida a los cuarenta, superada una dura enfermedad y convertida en madre ejemplar

Ramón Palomar

Valencia

Jueves, 14 de septiembre 2017, 19:49

A finales de los noventa Esther Cañadas nos deslumbró porque el relámpago de sus ojos verdes maravilló al personal. Sus ojos te colapsaban no sólo por su color, sino porque se asemejaban a dos pozos infinitos donde te podías ahogar sin remedio. Irrumpió como un tornado y entonces nos preguntamos por su procedencia. Aquí en la Comunitat nos atribuimos su paternidad con notable prontitud, aunque el dato no es del todo exacto... Nació en Albacete, pero marchó a temprana hacia Alicante, donde vivió hasta los catorce años. Alguien dijo que nuestra infancia marca nuestro origen, así pues, en cierto modo admitimos que la vinculación de Esther Cañadas con nuestra tierra se cimenta en motivos más que aparentes. Luego se desplazó hasta Barcelona y allí inició, a esa edad, los primeros balbuceos de su carrera. Fue modelo precoz y su fama, merecida, aumentó peldaño a peldaño.

En aquella Valencia de antes de los eventos, una ciudad que pugnaba por recuperar el tiempo perdido y encontrar su lugar en el cosmos, de vez en cuando organizaban algún sarao, alguna entrega de premios, y a alguien se le ocurrió subrayar el relumbrón de los cotarros mediante invitados de lujo que acudían, naturalmente, bajo pago. Así pues, en un determinado paripé que aglutinaba a unos escogidos cientos de invitados allá en Feria Valencia, desarrollaron un desfile de modelos de tono ligeramente discotequero (recuerden, estamos en los noventa) que, sin embargo, contaba con un par de destellos que enardecieron a los convidados. De hecho hubo nervios y mandíbulas tensionadas para conseguir entradas... Y es que, como plato principal de aquella cuchipanda, desfilarían Esther Cañadas y el modelo masculino muy en boga a la sazón de nombre Mark Vanderloo. Creo que, en aquel momento, o eran novios o ya estaban desposados, pero les aseguro que en una urbe en la que apenas estallaban ramalazos de glamur, aquella visita levantó enorme expectación.

Atraído por la felina mirada de Esther, yo también acudí a la cita algo, lo confieso, paleto. La cena fue pelín ramplona, en fin, de tipo boda multitudinaria de pueblo con todos vestidos en plan domingo. Luego se apagaron las luces y el runrún del público aumentó. Desfilaron las primeros modelos hasta que, zas, se adueñó de la pasarela Esther Cañadas. La chequeamos con minucia de fraile y ojo de lagarto. Su novio Mark también se deslizó sobre la moqueta. Caminaron en esos viajes de ida y vuelta sobre nuestras cabezas y se terminó el show. «Mark tiene un culo más redondo que Esther...», fue el comentario general, algo malicioso, tras la cuchipanda. En efecto, Esther gastaba el tipo de divina flaca tan propio de las grandes modelos. Era la época y así lo demandaba el tiránico cañón de la moda.

Esther Cañadas ha sido sin duda la top más top de todas nuestras tops. Y con diferencia. Se convirtió en buque insignia de Donna Karan y sus cibernéticas facciones como de espigada replicante de ‘Blade Runner’ la trasladaban hacia otras dimensiones. Qué ojos, pero qué ojos los de Eshter... Y que personalidad tan hermética... Dos matrimonios fugaces de menos de un año con el susodicho Mark y con Sete Gibernau contribuyeron a otorgarle todavía mayores capas de misterio. ¿Fue su matrimonio con Mark un camelo para aumentar ambos cachés? ¿Y a qué se debió la brevedad matrimonial con Sete? Las comadres de chismografía catódica afilaban sus lenguas cargadas de ponzoña con ese afán suyo por rebuscar escombros en la vida privada ajena. Esther jamás vendió sus cuitas íntimas y su discreción se mantuvo granítica. Y observen si triunfó en la cima del mundo, Nueva York, que incluso debutó en la gran pantalla junto a Pierce Brosnan en el remake de ‘El secreto de Thomas Crown’, dirigida por John McTiernan. Muchas frases no tenía, pero ¿y qué? Bastaba con su presencia y el fulgor de sus ojos. Y sobraba. Para seguir alimentando la rumorología, sostuvo un romance rapidísimo con un multimillonario hindú nacionalizado yanqui de nombre Vikram Catwal (o algo así). De nuevo, Esther se convirtió a su pesar en carne de colorín. El tal Vikram le regaló un pedrusco, atención, de ocho quilates y medio. Pero rompieron y entonces el hindú trasplantado le exigió en los juzgados la devolución de la preciosa piedra en un arrebato bastante mezquino. Lo que se regala queda regalado y se me antoja una infamia reclamar el objeto que se cedió en señal de amor. Menudo caballero. Entablaron una dura batalla legal que desembocó en un pacto del que ignoramos los detalles. En fin...

Y, de repente, aquella rutilante estrella desapareció. A Esther le diagnosticaron una enfermedad llamada vasculitis que requería un duro tratamiento a base de cortisona. Cinco largos años de tratamiento soportó. Contó con la ayuda de sus familiares y amigos y, mientras duró aquel injusto purgatorio, se evaporó de las pasarelas y de las revistas. De Esther Cañadas hacía tiempo que no teníamos noticias. Sin embargo, este verano reapareció, espléndida a sus cuarenta años, en Ibiza, junto a su hija. Ha recuperado la silueta y, desde luego, el brillo de sus ojazos no ha menguado. Reside en México y encauza sus energías hacia una fundación que ayuda a los niños. Sigue sin conceder entrevistas. Hace bien. El misterio es su mejor aliado.

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