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¿Quién es Esther Mortes?

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Damián Torres

¿Quién es Esther Mortes?

Con cinco años, esta profesora de danza pidió a los reyes Magos un tutú azul. Aún conserva aquella carta, embrión del sueño que culminó con la inauguración de la escuela. Aunque ha tenido un sinfín de alumnas, entre ellas Juana Roig, no ha conseguido que su marido aprenda a bailar

María José Carchano

Valencia

Lunes, 25 de septiembre 2017

Lo confiesa. «Mi madre me dijo anoche que me arreglara, que fuera a la peluquería». No le ha hecho mucho caso. Lleva unas mallas y una camiseta negras, un moño y unos labios bien rojos, tan intensos como el chal que ya forma parte de su identidad. No le hace falta más porque se le ve radiante, con esa luz propia de la gente que ha sabido crearse una vida alrededor de un sueño, que en su caso siempre ha sido la danza. Esther Mortes tiene esa postura y esos andares propios de años de disciplina en la barra, estudiando los movimientos a través de los espejos que ya reflejan unas arrugas más propias de una sonrisa permanente que de una edad que está lejos de aparentar.

-Dirige una de las escuelas de danza con mayor prestigio de Valencia. ¿Hasta qué punto ha sentido el baile como una forma de vida?

-Para mí esta escuela es la culminación de un sueño que comenzó cuando a los cinco años pedí a los Reyes Magos que me trajeran un tutú azul. Fue el primero y ya no me lo quité. Todavía tengo guardada la carta que escribí y que mi madre conservó porque le hizo mucha gracia. Y eso que empecé a estudiar decoración porque ella tenía una tienda de muebles muy bonita y quería que yo continuara, pero me lo dejé en cuarto. Recuerdo que allí me llamaban la bailarina.

-Es difícil que alguien le pare si lo tiene tan claro.

-Es muy bonito tener una vocación tan firme, porque además siempre me ha gustado la danza vinculada a la enseñanza. Empecé en los años ochenta e iba a dar clases a Almenara y Vall d’Uixò con un coche destartalado, tanto que el de la grúa y yo ya éramos íntimos. Cuando mi padre vio que lo tenía así de claro me ayudó con veinte años a montar mi primera escuela de danza. Pero es que yo he llegado a mentirles para irme a Londres, a un curso de verano de la Royal, diciéndoles que me iba con varias compañeras de la escuela cuando en realidad viajaba sola, sin saber inglés y a pesar de que hasta entonces creo que solamente había salido de Valencia para ir a Madrid.

-¿Tiene la sensación de haber sacrificado algo por su vocación?

-Ahora que ha pasado el tiempo me doy cuenta de que no disfruté completamente de la infancia de mi hijo, que tiene ya veinticuatro años. Eso sí me duele un poco, aunque él ahora está muy feliz y no creo que tenga ningún trauma, así que yo tampoco.

-Sucede mucho cuando alguien se entrega en cuerpo y alma al trabajo por vocación. ¿Ha tenido apoyos en ese sentido?

-Siempre he contado con el apoyo de mi marido, llevamos treinta años juntos, pero es que él sabía que se casaba con una moto y una bailarina (ríe).

-¿Le ha inculcado el amor por el baile?

-No le queda otra, y eso que él no tiene nada que ver con este mundo, es estomatólogo, y tampoco le gusta bailar. Intentó una vez aprender sevillanas y discutíamos muchísimo (ríe). Eso sí, se ocupa de que en nuestro aniversario viajemos para ver algún ballet porque sabe que me hace mucha ilusión.

-Tiene un proyecto muy bonito, totalmente altruista, en el que han incorporado la danza como una terapia para niños con parálisis cerebral. ¿Por qué se ha involucrado de esa forma?

-Siempre me ha gustado ayudar, tengo esa sensibilidad muy a flor de piel. He trabajado muchos años para el Rastrillo Nuevo Futuro y para Unicef pero lo que a mí me gustaba realmente era estar con los niños. Y surgió, porque yo creo que en estas cosas los astros se te ponen delante. Además, tenemos el apoyo de la Fundación Hortensia Herrero, que para mí es muy importante, sobre todo emocionalmente, porque en los momentos de bajón, que también los hay, el hecho de que confíen en mí me da mucha alegría. Tengo la suerte de tener muy buena relación con la familia desde que empecé a dar clases a Juana Roig cuando era pequeña.

-Debe de ser mucho lo que aporta a los niños esta terapia. ¿Y a usted? ¿Qué le dan?

-He aprendido a no quejarme; me levanto y doy gracias a Dios por lo que tengo y porque puedo ayudar. La vida de las familias donde hay un niño con parálisis cerebral cambia completamente, pero no sabes cuánto amor desprenden. Todo lo que me dan son satisfacciones.

-Confiéseme. ¿Cuántas personas la saludan o la paran por la calle?

-(Ríe) Mi madre me llama la alcaldesa, pero es que ha pasado por la escuela media Valencia.

Espíritu inconformista

Su cuenta pendiente con la vida tiene que ver, por supuesto, con la danza. «Siempre hubiera querido aprender más, formarme mejor, descubrir más países, otros sistemas de enseñanza». Reconoce, sin embargo, que el tiempo es limitado y no ha podido hacer más. «Sólo tengo libres los sábados y adentrado el curso me tiro al sofá porque necesito coger fuerzas».

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