maria jose carchano
Valencia
Martes, 17 de abril 2018, 00:18
Hay una imagen que define muy bien quién es Federico Félix. Está sentado sobre un cajón de naranjas en su jardín de la manzana más codiciada de la Valencia burguesa. Maquinando. Nunca ha renegado de sus raíces, valenciano de Foios, aunque su mujer, de origen francés y de casa noble, le haya dado unas pinceladas de clase que ha incorporado con reticencia. La imagen del cajón no la han visto mis ojos, me la dibujaba el empresario entre conferencia y rueda de prensa, una reivindicando el AVE, otra el corredor mediterráneo. Antes la nacional tres. Peleón y apasionado, al mismo tiempo un gran negociante, fenicio como lo han sido los empresarios a orillas del Mediterráneo, le ha gustado estar delante de las cámaras, rascándole el tiempo a su actividad empresarial, casi siempre en la alimentación. Antes pollos, también naranjas, después agua, ahora helados.
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-Imagino, María José, que no habrá sido fácil convivir con él. ¿Sabía cómo era desde sus inicios como pareja?
María José Lavech: -Por supuesto que sí. Es más, entonces aún era peor. Y de pequeño, un bicho.
Federico Félix: -Sí, y cuando me hice un poco más mayor, jugando a fútbol, fui tremendo. Mal jugador, muy violento. Daba muchas patadas. Y ese ha sido mi carácter siempre.
«Un trueno era», añade Federico Félix, que nos recibe junto a la mujer con quien ha compartido medio siglo de vida en su casa del barrio del Ensanche de Valencia. Austera, parece haber sido decorada hace mucho tiempo, y donde destacan en las paredes algunas pinturas de firmas ilustres. Muy ilustres. Y valencianas. La sesión de fotos ha tenido lugar también en el citado jardín, aunque no veo rastro ya del cajón de naranjas. La entrevista, en el salón, uno sentado en cada sofá, es divertidísima; los dos hacen gala de un gran sentido del humor y de un ingenio que no esperaba. Una, que tiene una opinión equivocada de los galos. «Es que ella es de Marsella, como la Revolución Francesa». No ha perdido con los años el dulce acento francés que le da un plus de estilo.
M. J: -Ese humor nos ha permitido estar bien toda la vida. En mayo es nuestro aniversario. Cincuenta años, se dice pronto.
-¿Y usted qué le vio a ella?
F: -Aún es guapa, pero es que cuando la vi dije: «Esta xiqueta és 'pa' mí». Si no, ¿de qué hubiéramos estado juntos cincuenta años? Seguimos disfrutando como matrimonio (ríe).
-¿Cómo se conocieron?
M. J.: -El día de la Cruz Roja, en Foios, de donde es él y donde habían nacido mi madre y mis abuelos. Fue colocándole la crucecita, ahí le pinché y por eso se fijó.
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F: -Yo creo que se había puesto nerviosa al verme, y pensó: «Ai, quin xic».
M. J.: -¡Qué voy a ponerme nerviosa! Tú no has tenido abuela, ¿eh?
F: -No, no, murieron muy pronto (ríe).
-Ahora en serio, ¿cómo se consigue llegar a los cincuenta años juntos?
M. J.: -El día a día. El tira y afloja, ¿no lo llaman así? Somos una pareja feliz y eso es lo más importante. Mis hijas nos dicen que nosotros somos pareja, no como otros matrimonios, que en el mejor de los casos son amigos.
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F: -Ahora que vivimos los dos solos, a las seis de la tarde se van las personas que tenemos de servicio desde hace ya muchos años y yo me encuentro fenomenal y muy a gusto. Viajamos bastante, si es de trabajo muchas veces me acompaña, y otras nos vamos los dos solos. Y lo disfrutamos.
Federico
-Reírse es importante también.
F: -María José tiene mejor humor, ¿no lo ves? Ella es de sonrisa más fácil, que yo estoy quemado de tantos años de pelea.
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-Ha querido ser siempre protagonista.
F: -Ha formado parte de mi carácter, algunos dicen que se llama liderazgo, pero yo no sé qué es. Lo cierto es que me gusta estar en primera línea de fuego, no quiero que me cuenten las cosas, prefiero vivirlas. Cuando las cosas las sientes tan intensamente como lo hago yo, en el momento en que las resuelves tienes una satisfacción extraordinaria. Y hace que tú mismo sigas. Y sigas. Así que yo empecé con José María Jiménez de la Iglesia reivindicando la nacional tres, pero siempre permanecimos ahí porque estamos muy maltratados desde Madrid. Y eso, ¿qué me ha dado? Muchas insatisfacciones, muchos disgustos, muchos sinsabores… Y preguntarte si a esto hay derecho.
-María José, ¿lo vive todo tan intensamente?
M. J.: -Es así siempre. Y parece que dé un mitin (ríen). Me hace gracia cuando viene a casa y me cuenta. Pero si algo me parece mal se lo digo.
-¿Le hace caso?
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F: -Sí, se lo hago. Es una buena consejera.
De la influencia de Federico Félix en la política y la economía se ha hablado mucho. Del 'pacto del pollo' que aupó a Zaplana al poder, llamado así porque se celebró en su despacho y entonces se dedicaba al sector avícola; de las visitas de políticos a aquella famosa barraca, donde parece que se han movido muchos hilos al más alto nivel.
-¿Aún tiene la barraca?
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F: -Todavía, claro. En Pascua hemos estado en Nàquera, y ahí, con los amigos, bajamos dos o tres veces a hacer la paella.
-Hablemos de usted, María José. ¿En qué es francesa?
F: -Ella tiene la 'charme'. Su padre viene de una familia de mucho rango y eso se nota. Fíjese que tiene algo especial.
-¿Cómo se adaptó a Valencia? Ya lleva muchos años aquí.
M. J.: -Me costó porque al principio hablar español era una tortura. Mi madre nos decía a mí y a una hermana mía: «Venid, que vais a ir a comprar». Y no queríamos: «Mamá, que no sabemos hablar español». Pero ella insistía: «Os voy a dar una lista, tenéis que aprender». Así que íbamos a la tienda, pero en vez de pedir algo, señalábamos lo que queríamos.
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-¿Aprendió francés usted, Federico?
F: -Un poco, y me sirvió para los tres años que presidí el sector avícola a nivel europeo. Así que cuando fui a Bruselas pensé: «Mira, gracias a mi mujer me defiendo aquí».
-¿Qué queda de Foios en su personalidad?
F: -Hay algo que no cambia nunca. Cuando entro en Foios noto un halo de felicidad, estoy en un sitio que me gusta. Sigo contando con mucha familia ahí, además de amigos de siempre. Aún tenemos casa todos los hermanos. José Antonio, que es farmacéutico, ha estado viviendo ahí hasta hace poco, aunque ahora se ha ido a Canet, donde su mujer es también farmacéutica. Mi hermano Juan va todos los fines de semana a Foios. La raíz no se ha perdido, se ha mantenido. Para mí la familia es muy importante y a ellos les tengo que agradecer mucho.
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-¿Y de Valencia?
F.: -No cambiaría Valencia por nada. Además de la casa de Nàquera, tenemos otra en Cullera, que usamos poco. Y ché, qué bien se está allí, aunque vamos poco. Y siempre en unos kilómetros a la redonda, en eso coincidimos los dos. De hecho, aquí no se hace nada sin que ella dé su aprobación.
M. J.: -Me pintas como un ogro (ríe).
F.: -Te recuerdo que tú decidiste comprar esta casa.
M. J.: -Es que ni te enteraste. Estábamos en Náquera, a punto de bajar a Valencia al final del verano, yo ya había preparado los coches con los trastos y las maletas. Y le dije: «Federico, no te equivoques, no vayas al 27 que ya no vivimos allí, ve al 23 que es donde vivimos». Él me contestó: «María José, ¿qué tonterías dices, has perdido la cabeza?» Le dije: «No te has de preocupar de nada, tienes todas las cosas en su sitio».
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F.: -La verdad es que cuando entré en esta casa me encantó, es una maravilla.
Federico
-Tuvieron tres hijas. Federico, ha vivido siempre rodeado de mujeres.
F.: -María José, Carolina y Aurora. Y ya tenemos seis nietos.
-¿Ha podido ser más abuelo que padre?
F.: -Mucho más. Ahora me acojo a eso, y te das cuenta de que de la noche a la mañana se ha casado una hija, que tienes un nieto, pero antes de que vuelvas a pararte a pensar las tres están casadas, hay varios nietos y te preguntas: «¿Qué he hecho yo?» Es cierto que en los últimos años disfruto y he disfrutado más de mis nietos de lo que lo he hecho de mis hijas. A ellas las quería como padre, pero tenía tal agobio en aquella época... Me levantaba todos los días a las cuatro y media de la madrugada para ir a Sueca. Las carreteras entonces no eran las de ahora. Cuando volvía por la noche ya estaban durmiendo. Hubo unos años en que no las vi nunca.
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-¿Han heredado el espíritu emprendedor, sus hijas?
F.: -La mayor creo que no sólo lo ha heredado, sino me supera. Y las otras también, cada una en su ámbito. Hemos tenido la gran suerte de tener tres hijas estupendas.
M. J.: -Y los yernos también.
F.: -De momento parece que están dando buen resultado (ríe).
M. J.: -Que no es fácil. Tengo amigas a las que no les ha ido tan bien en ese sentido.
-Federico, usted sobrepasa la edad de jubilación, pero todavía sigue.
F.: -Ya tengo 74 años y sigo cotizando a la Seguridad Social. El año que viene empezaré a dejarme cosas, porque tengo ese compromiso con mi señora y no hay vuelta atrás. Sobre todo cargos representativos, que ya está bien, que creo que he cumplido, y sobre todo seguiré en activo con mis empresas y la tierra, que me gusta mucho. Me encanta recorrer los campos, preocuparme, disfruto mucho, eso me da vidilla. El capítulo ese de dejar todo y retirarme completamente no lo veo. No me veo. Ahora, bajar un poco el tono sí.
-¿Se lo ha pedido usted, María José?
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M. J.: -Él me lo ha prometido, yo no se lo he pedido. Es muy diferente. Ya veremos.
F.: -¿No te fías?
M. J.: -No he dicho que no me fíe, sólo que ya veremos para cuándo (ríe).
F.: -¿Te das cuenta de que la francesa tiene retranca?
-¿La tienen en Francia?
F.: -Los marselleses sí. Son de armas tomar.
Suena el teléfono. Federico contesta. Mientras, su mujer me dice: «Odia el teléfono. Se pone negro». Cuando cuelga, le pregunta: «¿Cuántas veces dices que lo vas a tirar?» Él asiente, sin demasiada convicción.
-¿Está satisfecho si recorre su trayectoria?
F.: -En general las cosas nos han ido bien. Muy bien. Pero también hemos tenido tropiezos por el camino, y si los escondes mejor, porque tienes que asumirlos. En alguna empresa hemos padecido algún disgusto gordo, y lo que hemos hecho es, a base de sangre, sudor y lágrimas, revertir la situación. Una vez escuché que de los grandes errores uno aprende las mayores lecciones de su vida. Y eso es una realidad absoluta. Si tienes la suerte de que no te has matado, cuando te la pegas, pues ya corres menos, haces las cosas de otra manera, te das cuenta de que lo que te decían era verdad. Y eso es la vida misma. Ahí no hay profesores.
-¿Ha pasado muchas noches sin dormir?
F.: -La actividad ya no es tan frenética. Además, uno, si no es un burro, se da cuenta de que en la cama no se soluciona ningún problema. No lo consigues del todo, pero intentas que los problemas no te quiten el sueño. Es que estuve unos quince años, cuando mis hijas eran pequeñas, en los que no dormía nunca, no porque las cosas fueran mal, sino porque la tensión del trabajo no me lo permitía.
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María José
-¿Hay momentos en los que deja de pensar en el trabajo?
F.: -El ritmo me ha bajado tremendamente, en el caso de los helados es mi hija mayor la que lleva todo el peso, y en el resto de empresas ya tengo gente muy preparada que se ocupa del día a día, y sólo me entero de los desaguisados.
M. J.: -En los desaguisados haces el papel de bombero.
F.: -Exacto, esa es mi función ahora. Apagar fuegos. Pero además, cuando te vas haciendo mayor te dedicas a hacer las cosas que más te gustan y el resto se lo dejas a los demás.
-¿Le piden consejos?
F.: -Sí, y además en esos momentos en que me consultan algo pienso: «Ya me estoy haciendo mayor». Hay gente que, como eres tan activo, sales en los medios, eres presidente de no sé cuántas cosas, te considera más listo de lo que eres. Y no creo que lo sea. A veces digo: «Pero si de esto no tengo ni idea».
-Entonces, ¿cuál es el secreto?
F.: -El primer secreto es que tienes que empezar a trabajar duro y a sufrir, un poco, en el sentido físico y mental. Ese nivel de exigencia genera, cuando lo has conseguido, una satisfacción impresionante. Además, no hay ninguna academia o escuela que te enseñe eso. La cultura del esfuerzo, ahora tan de moda, es una de las grandes verdades de la vida. Las cosas no se consiguen solas, y mis hijas todavía lo han visto, pero a mis nietos, que han nacido ya en otra situación totalmente distinta, les insisto mucho en ello.
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M. J.: -El lord inglés, así llaman al mayor, tiene ya quince años. Si lo viera…
F.: -Siempre le digo: «Tienes que esforzarte en todos los sentidos de la vida. ¿Verdad que cuando marcas un gol has corrido, has mordido, has estado al límite? Pues en el trabajo y los estudios lo mismo. Si eres muy inteligente y sacas buenas notas sin dedicación no tendrán valor para ti, porque el que ha pasado por este mundo sin esforzarse no sabe apreciar la vida».
-Dice que se retirará gradualmente. ¿Ha sufrido algún problema de salud?
F.: -Creo que en la cama, en cincuenta años, no he estado cincuenta veces. Qué va. Una semana, quizás, en toda mi vida laboral. Eso también es tener suerte, y cuidarse un poco.
-Porque la planta que tiene a su edad es envidiable.
F.: -A base de cuidarme, comer sano siempre que puedo, dormir siete u ocho horas y andar hora y media todos los días. Bueno, uno ando y otro troto. Por el río. Y si estoy en Bruselas, en la Grand-Place. Me importa un bledo. Esté donde esté.
-Además, cuida mucho su imagen, también la ropa.
F.: -En un 70% lo elige mi mujer. ¿Estás de acuerdo?
M. J.: -Sí, cariño, porque si no serías un pequeño desastre.
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F.: -Es verdad que tiene buen gusto. Aunque el gusto más grande que tuvo fue el de elegirme a mí.
-¿Cómo querría que le recordaran?
F.: -Me gustaría que mis hijas pensaran que fui un padre que hizo las cosas correctamente, lo mejor que pudo y supo. Y que mis nietos me recuerden como un abuelo que tenía razón en todo lo que les decía, por esos consejos que les han servido. Yo ahora recuerdo a mi padre, que también me enseñó eso.
M. J.: -Se te ha olvidado una cosa. ¿Y yo qué? ¿No me voy a acordar de ti?
-Depende de quién muera antes, claro.
M. J.: -Es que él tiene claro que se va a ir el primero porque dice que todas las mujeres los mandamos antes.
F.: -Déjame decir algo. Lo mejor que me ha pasado en esta vida es casarme con esta mujer. Gracias a ella soy lo que soy como persona y como empresario. María José me ha domesticado, porque yo me encontraba por civilizar. De verdad, es que en mi juventud estaba como una cabra. Un desastre. Cuando lo lean los de mi pueblo sabrán que es cierto. De hecho, cuando empecé a tener relación con mi mujer su familia le decía que yo era lo peor de lo peor. Tanto es así que la primera vez que fui a su casa -recuerdo que tenían incluso mayordomo-, me pasaron a la biblioteca y salió mi suegra, que me dijo que esperaba que dejara de ver a su hija, y que no le gustaría que siguiera con ella. Mira el ficha que era yo.
M. J.: -Pero seguimos (ríe).
F.: -Le habían dicho la verdad. Con el tiempo me di cuenta de que en la vida las cosas hay que hacerlas de otra forma. Como yo ahora quiero que se hagan. Pero la gran empujadora para que todo eso ocurriera fue ella. (Se dirige a María José) Oye, y ahora podrías decir tú algo bueno de mí.
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M. J.: -(Ríe) Estaba esperando que lo dijeras. Yo lo que pienso de mi marido es que es una persona entregada. A todo el mundo. Y lo que le pidan lo da.
F.: -Me gusta ayudar a la gente. Y eso te da satisfacciones.
-Confiéseme una cosa. ¿Qué opina de los políticos?
F.: -Estos años he tenido el reconocimiento empresarial, de mi pueblo, de muchos… De los políticos, justito. No hacen nada, siempre de cara a Madrid, cuando lo que hay que hacer es mirarnos a nosotros. Y reivindicar lo que nos pertenece. No sólo aportar glorias a España. Ya está bien de glorias.
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